Festival de Otoño en Primavera

martes, 14 de junio de 2011 · 15:02
MADRID.- Ahora es en primavera el Festival de Otoño que año con año se presentaba en la ciudad de Madrid y sus alrededores durante cuatro semanas. Aun cuando predomina la música, 20 obras de teatro de diferentes partes del mundo son las que trae este festival, aunque solamente Argentina y Uruguay representen a Latinoamérica. El grupo teatral Timbre 4 de Argentina trajo dos obras que dieron una temporada más larga y que son coproducciones con instituciones españolas: El viento en un violín, escrita y dirigida por el director del grupo Claudio Tolcachir, y Algo de ruido hace escrita por la joven dramaturga argentina Romina Paula y dirigida por Lautaro Perotti, actor de Timbre 4. Claudio Tolcachir y su compañía se han colocado en los primeros lugares de la escena madrileña y han sorprendido, sobre todo, por su técnica de actuación naturalista y emotiva que en los ámbitos hispanos es tan poco usual. De La omisión de la familia Coleman, Tercer cuerpo y ahora El viento en un violín, la primera es la que se ha quedado en la memoria colectiva donde el personaje de Marito, interpretado por Perotti, vuelve a revivir por su gestualidad casi idéntica, en el personaje desdoblado de los hermanos en Algo de ruido hace, dirigida por él mismo. Algo de ruido hace es una obra realista construida a partir del cotidiano de dos hermanos, con problemas psicológicos severos, que son visitados por una prima tiempo después de muerta su madre. La relación hermética de ellos, en una actitud derrotista y casi endogámica, impiden la inclusión de la prima, aunque se genera una serie de relaciones que jalonean el vínculo fraterno. Algo de misterio se cuela del pasado, sólo unos cuantos elementos, y es el contraste de la presencia femenina lo que hace reflexionar respecto de lo enfermo de esa hermandad. Las actuaciones de Eloy Azorín y Santiago Martín empiezan disonantes, pero intempestivamente se vuelven miméticas como si la dirección hubiera cambiado de opinión y optado por reproducir la gestualidad del personaje de Marito. Los actores españoles hacen bien su papel y resalta la interpretación de la argentina Fernanda Orazi, a quien ya antes habíamos visto en trabajos de argentinos radicados en Madrid como La muda y Ahora. El espacio escénico es único: una sala con un sillón, un par de catres desdoblables y un tocadiscos antiguo acotados por dos persianas de madera; el tiempo se da a saltos con base en oscuros, de la misma manera que en las obras de Claudio Tolcachir. En El viento en un violín el espacio es múltiple y cada uno de ellos está representado por un par de muebles que permanecen a la vista durante toda la función, facilitando las transiciones de espacio y tiempo: la sala y la habitación de la casa de una madre y su hijo, el consultorio de un psicoanalista y la casa de la sirvienta de la madre: la cocina, el comedor y la habitación de la hija y su novia. La relación amorosa de las jovencitas hace contraste con las relaciones conflictivas entabladas entre madre e hijo, hijo y psicoanalista. El planteamiento de Tolcachir aborda mentalidades al límite de la razón: la histeria, la locura y lo patológico es la materia prima con la que este autor director trabaja. Con esta conformación mental de los personajes, la obra se vuelve estridente, desesperante y agotadora. Fluctúa entre el realismo y la farsa pero con un ingrediente emotivo que cautiva a la concurrencia. El autor sabe tocar las fibras sensibles de la concurrencia y volver empático a un personaje insoportable, como era en el transcurso de la obra. La madre castrante y el psicoanalista un inepto. La sirvienta bonachona, elemental pero solidaria, y su  hija con una enfermedad incurable. Abordadas desde el naturalismo actoral y la dirección escénica, Daniel Veronesse, Claudio Tolcachir y Lautaro Perotti han irrumpido con sus propuestas en los escenarios españoles, a partir de su participación en diferentes festivales internacionales con éxito rotundo.  l   Llegó a España por primera vez el teatro Vakhtangov de Lituania, Rusia, con su espectáculo Baile de máscaras del autor del siglo XIX Mijail Lermotov y la obra emblemática Kaspar de Peter Handke, de la compañía alemana Theater an der Ruhr, la cual ya ha venido a México en un par de ocasiones. Es significativo que gran parte de las propuestas teatrales en el festival llevaron a escena la dramaturgia de su propio país, ya sean autores contemporáneos o de siglos pasados, dándoles una atractiva solidez de identidad. Kaspar es una obra difícil, conceptual y abierta en su propuesta escénica que pone en cuestión el uso mismo del lenguaje. Handke retoma un caso para investigar cómo la ausencia, presencia y construcción del lenguaje están estrechamente vinculadas más al control social que al desarrollo y plenitud del individuo. Theater an der Ruhr es una compañía con una posición política contestataria y esta puesta en escena de Roberto Ciulli, director italiano radicado en Alemania desde 1965, lo confirman. El enfoque de la obra está en el lenguaje y la forma en que Handke lo desarticula y lo vuelve a armar, cambia significados y hace asociaciones insólitas, resalta el drama escénico. La palabra está disociada de la acción y es en ese campo donde radica la experimentación hecha por Handke y Roberto Ciulli. La obra está dividida en dos actos y en el primero el director propone a Kaspar como un andrógino, una mujer que apenas y pronuncia un par de palabras y la cual es manipulada por tres individuos que la observan y le ordenan. Inicia con una frase poderosísima que repite una y otra vez y transforma al final de la obra: “Quisiera ser como aquel, que otro ha sido una vez”. El segundo acto es una propuesta del director donde no hay palabra alguna; sólo rutinas de actos, personajes “expresionistas” con un universo propio y un grupo de individuos guiados y torturados por un hombre que emite esporádicamente sonidos de foca. Kaspar se ha convertido en una estatua arrodillada sobre un tambo de basura; de ella sólo escuchamos su respiración rasposa; de sobreviviente. El sonido de la escena se completa con los pasos repetitivos de un joven sirviente que recoge todo lo que los demás tiran. El juego del director respecto de la presencia y ausencia de lenguaje (primer y segundo actos) resignifica contenidos y orienta la búsqueda lingüística del autor. El resultado es una obra llena de significados, de juegos escénicos mínimos y poderosos que el público aplaudió después de un breve desconcierto. La obra de Lituania, Baile de máscaras, de Mijail Lermontov, quien retoma elementos de la tragedia de Otelo sin que ninguno de sus personajes adquiera la fuerza de un Yago, un Otelo o una Desdémona, no llegó a tener gran relevancia escénica, a pesar de la euforia de sus receptores (los españoles también tienen el síndrome de alabar desmedidamente lo ajeno). Era espectacular el trabajo de los actores, las imágenes creadas y diversos elementos escénicos (como la nieve inundándolo todo; su caer y caer como una bola de cristal que se da vuelta y salpica el paisaje). A pesar de su grandilocuencia, el texto era insulso y la dirección estaba preocupada por las ocurrencias y el efecto visual por lo que ambas propuestas corrían en sentidos distintos. Mientras sucedía el Festival de Otoño en Primavera, en Madrid se llevó a cabo el Coloquio Panorama Mexicano del Teatro Actual organizado por Mano de Obra, grupo de investigadores y teatreros latinoamericanos de la Universidad Complutense, en la nueva sede del teatro Fronterizo dirigido por José Sanchis Sinisterra. Se hicieron lecturas dramatizadas de un par de obras de teatro y fragmentos de varias más; se abordó el tema del feminicidio en el teatro mexicano y se conversó con investigadores y dramaturgos mexicanos y españoles.  

Comentarios