Un deslucido premio INBA-UAM

miércoles, 20 de julio de 2011 · 21:07
MÉXICO, D.F. (apro).- Cada año la comunidad dancística se da cita en la final del Premio INBA-UAM con el afán de apreciar las nuevas propuestas de coreógrafos, conocidos y desconocidos, en una contienda que levanta todo tipo de pasiones, arrebatos, alegrías y enojos. El ritual, lleno de ideas optimistas sobre el futuro de la danza, tiene múltiples aristas cada año. Ha habido ocasiones en que se ha vuelto internacional, continental, se ha dividido en categorías, se han anulado categorías, etcétera. Este año no ha sido la excepción. Los organizadores del INBA y la UAM decidieron que para esta edición, la XXXI, realizada en el Palacio de Bellas Artes, además de que las categorías estarían fuera, los contendientes podrían concursar con obras de su repertorio, las eliminatorias se llevarían a cabo en diferentes sedes del país y para la final, los elegidos deberían de trabajar obligatoriamente con la música de Joaquín López Chapman, Chas, que, dividida en varios bloques, podría ser utilizada con cierto margen de libertad. Si bien, en teoría, el experimento parecía interesante, ya en los resultados, la verdad es que el factor de calidad en las puestas en escena de los cinco únicos elegidos dejó mucho qué desear. En principio, Alonso Alarcón, con El valle de los caballos; David Barrón, con Si vieras; Ernesto Contreras, con Lo que fue quedando; Pedro García, con Punto y Línea; y Jaciel Neri, con Nosotros, se enfrentaron con una pieza musical evocativa, llena de lirismo y con demasiadas referencias estilísticas a otras piezas de Chapman, especialmente a la última compuesta por él para el grupo Contempodanza durante el montaje de Arkanum, de la coreógrafa Cecilia Lugo. Coreografía basada en ciertas cartas del tarot con atmósferas crípticas y sombrías. Desde ahí, el reto era enorme y parecía estar más relacionado con sobrellevar la música, oponerse a ella o, de plano, ignorarla. Algunos como David Barrón aprovecharon la melodía y las percusiones para ilustrar un poco la pista sonora y seguirla a su tiempo; otros, como Alonso Alarcón, hicieron un trabajo de creación inspirándose en la naturaleza salvaje; y el ganador, Jaciel Neri, hizo lo obligado: no tomó en cuenta la pista sonora e hizo lo que se le dio la gana con un cierto fondo sonoro que no tenía nada que ver con la acción física de los bailarines. Así, los resultados coreográficos estuvieron por debajo de las obras presentadas para las semifinales. Al mismo tiempo, resultó soporífero sumergirse en más de una hora de función en el mismo tono, sin enigmas y lo peor: sin ningún tipo de magia en el escenario. Tal vez lo más interesante de la noche fue cuando una de las lámparas de la platea cayó estruendosamente y de milagro no lastimó a alguien. Algo sorpresivo, si se considera que el montaje de Alonso Alarcón fue interpretado por un grupo de mujeres semidesnudas que se movían un tanto salvajemente en el foro, o los bailarines de Barrón –becado en África para conocer la raíz de movimiento de ese continente— que graciosamente festejaban su alegría por la vida. Los errores se repitieron en toda la función: Falta de un diseño de producción, errores de luz, multimedia banal o prescindible, un pobre vocabulario personal de los autores, diseños coreográficos predecibles o ya muy gastados y, lo peor, finales involuntarios a base de obscuros. Este último error se notó más en la obra ganadora: Nosotros, de Jaciel Neri. El aplauso de lo que parecía ser el final –sus admiradores lo vitoreaban— tuvo que ser acallado bruscamente porque la pieza seguía. Y la verdad siguió inútilmente, porque era claro que el montaje terminaba exactamente donde fue aplaudido y lo demás pareció haber sido agregado, tal vez para cumplir las reglas del concurso. Igual el jurado integrado por el bailarín Jorge Chanona; las promotoras culturales Claudia Norman y Haydé Lachino; el coreógrafo estadunidense Stephen Petronio, y el coreógrafo francés Didier Théron, le otorgó a Jaciel Neri el primer lugar y su cheque por la nada despreciable suma de 350 mil pesos. Sin rechiflas, gritos o insultos, la velada terminó prácticamente cinco horas después de haber empezado. Los comentarios de los asistentes estaban más relacionados con la pésima calidad del triplay de las butacas –que ya se están desprendiendo— del Palacio de Bellas Artes. “Esto no llega ni a ponderosa”, sentenció alguien.

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