La literatura del 11-S

lunes, 12 de septiembre de 2011 · 18:52
Algunas de las narraciones producidas en torno al ataque a las Torres Gemelas de Nueva York hace 10 años, son críticas al poder oficial, particularmente a George W. Bush, pero otras reproducen una visión fundamentalista de ultraderecha. Y las novelas más recientes proponen acercamientos ambiguos. Sin embargo, los expertos literarios coinciden: aún no se ha escrito la gran novela del 11 de septiembre. Proceso entrevistó a Martin Randall de la Universidad de Gloucestershire, Inglaterra; y a Kristiaan Versluys de la Universidad de Ghent, Bélgica. NUEVA YORK (Proceso).- “Ya no era una calle sino un mundo, un espacio y un tiempo de ceniza cayendo y casi de noche. Caminaba hacia el norte por los escombros y el barro y pasaban junto a él personas que corrían tapándose la cara con una toalla o cubriéndose la cabeza con una chaqueta. Iban con pañuelos apretados contra la boca. Llevaban los zapatos en la mano, una mujer con un zapato en cada mano pasó corriendo junto a él. Iban corriendo y se caían, algunos de ellos, confusos y desmañanados, con los cascotes derrumbándoseles en torno, y había gente que buscaba cobijo debajo de los coches.” Así inicia la novela Falling Man (El hombre del salto) del escritor estadunidense Don DeLillo, publicada en 2007. La narración conduce al lector al campo de visión individual e inmediato de Keith Neudecker, un abogado que sobrevive el ataque terrorista que derribó las Torres Gemelas, en el momento en que camina por las calles de Nueva York entre el caos y la confusión masiva en busca de su exesposa e hijo. La estructura narrativa de este libro en más de un modo reúne los elementos que, según algunos académicos y críticos que se han acercado al tema, ha predominado en la narrativa estadunidense durante la última década después del 11 de septiembre de 2001: relatos testimoniales, fuertemente visuales, que paradójicamente intentan explorar el evento y alejarse de él. Algunas de las narraciones son críticas del poder oficial, en particular de la presidencia de George W. Bush. Otras, no obstante, reproducen la visión más fundamentalista que algunos asocian con el conservadurismo de ultraderecha. Y aunque los relatos más recientes proponen acercamientos más ambiguos, los expertos en este fenómeno literario coinciden: aún no se ha escrito la gran novela del 11 de septiembre. NY perdida en el imaginario La periodista española Andrea Aguilar menciona en un artículo reciente en El País que es probablemente E. B. White el primer autor que “imaginó” el ataque del 11-S en su libro de ensayo Esto es Nueva York, publicado en 1949. Una sorprendente cita proveniente de ese libro sustenta esa afirmación: “Una escuadrilla de aviones poco mayor que una bandada de gansos podría poner fin rápidamente a esta isla de fantasía y quemar las torres, derribar los puentes, convertir los túneles del metro en recintos mortales e incinerar a millones. La intimidad con la muerte ahora forma parte de Nueva York: está en el sonido de los reactores en el cielo y en los negros titulares de la última edición.” Para White, el Nueva York de mitad del siglo XX debía “ejercer un atractivo irresistible sobre la imaginación de cualquier soñador perturbado que desee desatar la tormenta”. Muchos escritores de los últimos 10 años han aceptado el reto después de pasada la pesadilla real del 11-S, aunque con proyectos literarios de éxito desigual, explica a Proceso Martin Randall, profesor de escritura creativa en la Universidad de Gloucestershire, Inglaterra, y autor del estudio 9/11 and the Literature of Terror (11-S y la literatura del terror). “Hay una mezcla intrigante de necesitar observar los ataques y al mismo tiempo desviar la mirada –dice Randall en entrevista–. Este es un tropo común en muchos de los textos, una forma de hablar y no hablar de eventos traumáticos.” Novelas como Saturday (Sábado) de Ian McEwan, The Second Plane (El segundo avión) de Martín Amis, ambos ingleses, y la propia Falling Man de DeLillo son para algunos críticos tratamientos notables del tema, abordando tanto la perspectiva intimista de las víctimas como intentando humanizar las acciones de los victimarios. Sin embargo, Randall señala que en esos textos es evidente un “fervor partisano” que produce una imagen que reduce el complejo contexto histórico del ataque terrorista a una voz narrativa que desde un “nosotros” (Estados Unidos) denuncia a un “ellos” (los terroristas) de un modo agresivo e incluso con tonos antiislámicos. “Desde mi perspectiva, muchos de los textos que he analizado son estética y políticamente más bien decepcionantes, pero creo que esto se debe, en parte, a la naturaleza espectacular y televisual de los ataques.” La novela de Amis, por ejemplo, da cuenta del ataque terrorista con lenguaje descriptivo altamente agresivo por medio del cual, según una reseña de Leon Wieseltier publicada en The New York Times, Amis “parece creer que un insulto es un análisis”. A pesar de los defectos de muchas de estas novelas, Randall afirma que el colectivo de escritores, críticos, cineastas y artistas conceptuales que intenta discernir la “Década 11-S” puede aún articular contribuciones interesantes. “(Es posible) quizá ver maneras en que podamos extraernos a nosotros mismos de los más perniciosos efectos posteriores (del 11-S), como la tortura sistematizada, o la vigilancia intrusiva o el racismo –afirma Randall-. Era inevitable que en el décimo aniversario habría una proliferación de voces hablando de los ataques. Uno se pregunta, de nuevo, si los ataques significarán lo mismo en una década más.” Visiones disidentes Para Kristiaan Versluys, profesor de literatura y cultura estadunidense en la Universidad de Ghent, en Bélgica, y autor de Out of the Blue: September 11 and the Novel (Salido de la nada: el 11 de septiembre y la novela), la narrativa sobre el ataque es principalmente un vehículo para discutir el encuentro con el “Otro”. “Evitando las simplificaciones de los medios de comunicación y los políticos, (los novelistas) confrontan un dilema fundamental: ¿cómo ejercer la libertad individual de la imaginación al enfrentarse con aquellos que quieren arrebatar esa misma libertad?”, explica Versluys en entrevista con Proceso. Sigue: “¿Cómo explicar las raíces del terrorismo, sin condenar el uso de la violencia ni por un momento? Al final, el efecto de estas novelas es triangular los temas que emergieron del 11-S y así poder eludir los esquemas binarios fáciles, en los cuales un ‘nosotros’ se opone a un ‘ellos’.” En ese sentido, explica el académico, varias novelas han logrado proponer un discurso alternativo y con cierto nivel de crítica a las visiones más hegemónicas sobre el ataque terrorista, como es el caso de la novela Tan fuerte, tan cerca de Jonathan Safran Foer, cuya trama hilvana y pone en un mismo nivel la caída del World Trade Center y los bombardeos británicos sobre Dresden, y la bomba atómica que los Estados Unidos detonaron sobre Hiroshima, ambos ataques durante la Segunda Guerra Mundial. “Tal propuesta universaliza el dolor. La narrativa (de Safran Foer) puede leerse como un llamado a la tolerancia pues se rehúsa a tomar partido alguno, excepto estar del lado de las víctimas, sin importar su origen nacional o sus vínculos (con un determinado país).” Versluys considera la novela gráfica In the Shadow of No Towers (Bajo la sombra de ninguna torre) del dibujante de cómics Art Spiegelman, como una de las más agudas críticas de la manera en que la administración Bush se apropió políticamente del capital simbólico del 11-S. “En la lectura de Spiegelman, las fuerzas de la venganza han expropiado a los ‘dueños verdaderos’ del suceso, es decir, los neoyorquinos. En última instancia, la lucha descrita en la narrativa de Spiegelman es, por un lado, una forma justa de memoria y duelo de la tragedia; y por el otro, su instrumentalización para propósitos revanchistas del gobierno”, apunta Versluys. En el imaginario literario que va del trauma a la memoria, las novelas del 11-S también son exploraciones de la identidad nacional estadunidense y sus más recalcitrantes problemas, permitiendo dar voz a sectores de la sociedad civil y global que son frecuentemente silenciadas, agrega Randall. Tal es el caso de The Submission (La propuesta), la novela de Amy Waldman, publicada este año. La trama imagina lo que sucedería si un jurado otorgara el proyecto del memorial oficial del 11-S en la Zona Cero a un arquitecto musulmán. “En The Submission los impulsos de utilizar los ataques (terroristas) por razones políticas y personales son explorados a fondo”, explica Randall: “La Zona Cero muestra el espacio físico y psicológico cuyo control es disputado por diferentes facciones en conflicto. De muchas maneras esto también ha estado ocurriendo entre escritores y artistas.” La realidad como obra insuperable Una de las novelas más celebradas en relación con el 11-S ha sido Freedom (Libertad), de Jonathan Franzen. Al hacer su propio recuento de la producción cultural de la década después del 11-S, la revista New York subraya uno de los mayores retos de esta narrativa: la realidad social y política que ha transformado a Estados Unidos desde la destrucción de las Torres Gemelas. “Freedom sugiere que nuestro sueño de ‘libertad sin límites’ ha cedido a una miserable sociedad consumista –explica un artículo en la edición dedicada al 11-S este mes–. A fin de cuentas, el ingenuo idealista del libro, Walter Berglund, concluye que la libertad estadunidense es la ‘libertad de joder tu vida’.” Para Randall, afrontar esa realidad inmediata es acaso el desafío mayor de la narrativa post 11-S. Mientras que algunos críticos llegaron a afirmar que con Falling man de DeLillo se había llegado por fin a la novela definitiva del evento, la brutal materialidad del suceso pronto demostró lo contrario. “Es difícil derrotar a los hechos. El Reporte de la Comisión del 9/11, en su mayor parte, se lee como una novela de suspenso o como un procedimiento policiaco”, comenta Randall en torno al documento oficial sobre el ataque investigado por la comisión creada durante la administración Bush. Y explica: “La trama detrás de los ataques es sorprendente y probablemente inmejorable. El avasallante simbolismo de los ataques en la Torres del WTC sobrepasan cualquier película de Hollywood.” Muchos escritores han preferido no narrar el ataque, pero para Randall, el realismo o narraciones de “no ficción” son la forma óptima de acercarse al 11-S. “Sin asumir un tono burlón, creo que la obra definitiva (sobre el 11-S) son los videos de los ataques mismos.” Para Versluys, el saldo de una década de narrar el mayor ataque terrorista en la historia de Estados Unidos, es negativo. No se ha escrito la gran novela al respecto “y al vez –dice él– nunca se escriba”. “Lo que sí podemos notar es que el 11-S ha comenzado a tener un tipo de existencia clandestina –concluye Versluys–. “Ha dejado vestigios y rastros en la cultura que surge de los más inesperados lugares. En cierto modo, el 11-S es un suceso imperecedero que estará con nosotros por muchos años más.”

Comentarios