Para qué jugar ajedrez

jueves, 22 de septiembre de 2011 · 20:19
MÉXICO, D.F. (apro).- Cuando empecé a jugar al ajedrez, hace ya muchos años, estaba empezando la adolescencia y Bobby Fischer retaba al campeón del mundo Boris Spassky, de la Unión Soviética. El llamado match del siglo fue espectacular porque desde el final de la Segunda Guerra Mundial, nadie de occidente había podido llegar a la final de un campeonato mundial para retar la soberanía soviética en el juego ciencia. Fischer no solamente lograría esa hazaña sino que además, venció convincentemente a Spassky y en 1972 el título mundial no sólo lo perdió la Unión Soviética y Spassky, sino que se le tuvo que otorgar a Bobby Fischer, de la potencia enemiga, de los Estados Unidos. Yo me acuerdo que en esos tiempos, al aficionarme al ajedrez y empezar a estudiar, simplemente lo hacía solo. Estudié muchos libros solo; fui a torneos y mis mejores amigos los hice quizás en ese ambiente. Compartíamos –y lo seguimos haciendo– esta pasión por el ajedrez. Seguimos reuniéndonos a ver partidas, a platicar sobre los grandes encuentros, a analizar variantes de apertura, a darnos cuenta que el ajedrez de elite de hoy día es muy complejo de entender y que quizás, para nosotros, nuestros mejores tiempos ya han pasado. Hoy en día hay muchos jugadores jóvenes en el país. Muchos de ellos ya incluso han viajado a festivales ajedrecísticos que se juegan en lugares tan lejanos como la India o Grecia. Muchos de esos niños y jovencitos han ido a esos torneos patrocinados por sus padres porque, no cabe duda, tener un hijo que competirá en el extranjero es algo que debe enorgullecernos como padres, aunque la realidad sea diferente: puede ir a jugar quien pueda pagarse el viaje. Es decir, la Federación Nacional no envía a sus mejores exponentes y por ende, va una pléyade de chamaquitos entusiastas, pero sin la preparación adecuada. Y entonces enfrentan a jugadores que sí juegan bien, que entrenan cotidianamente, que se dedican seriamente al ajedrez. Para nuestros pequeños compatriotas, estos torneos difícilmente son para foguearse porque, simplemente, no se tiene el nivel, y muchos de esos niños y jovencitos que tuvieron esa experiencia dejaron ya el juego ciencia porque, la verdad, no es muy agradable hacer un punto de 11 posibles, por ejemplo, y quedar en los últimos finales de la tabla. Pero he aquí que la culpa no la tiene el ajedrez ni su dificultad inherente, sino el hecho de que los padres empujan muchas veces a sus hijos a que participen en esas competencias, pensando que con ello los títulos de campeón llegarán automáticamente. Y los niños no ganan y entonces los padres se molestan. No han entendido que finalmente no se trata de tener campeones nacionales o mundiales en casa, sino que se trata al final del día, que los niños tengan una actividad lúdica que les servirá toda la vida. Por ello, me causa cierta lástima ver que algunos papás de niños ajedrecistas hacen desesperados esfuerzos porque sus vástagos sean grandes jugadores. Para empezar, muchos de estos padres desconocen que la preparación ajedrecística lleva tiempo y que, además, puede llevar años. Aún así no hay garantía de nada. Es tan complejo y difícil el ajedrez que incluso con las mejores intenciones, el mayor esfuerzo y dedicación, puede pasar que quien se dedique así al juego no logre lo que esperaba. Vaya, qué tan difícil es el ajedrez que ni Garry Kasparov se salva de perder alguna partida. Por ello mismo, yo apelaría a que la actividad ajedrecística se tome con seriedad pero con alegría. Las hermanas Polgar fueron entrenadas para jugar, por ejemplo, pero jamás recibieron un grito, un regaño, nada malo, si perdían alguna partida. No es casualidad que las tres hijas de Polgar hayan logrado destacar notablemente en el ajedrez internacional e incluso, que Judit, la más chica de las hermanas, sea una jugadora de ajedrez que está en la elite mundial. Hagamos, pues, gente que ame el ajedrez más que campeones. La competencia es muy dura y aún así se puede lidiar con ello. Se puede llegar a jugar bien e incluso, obtener algún título ajedrecístico internacional, pero eso no es lo importante. Lo que verdaderamente es fundamental es que los niños y jóvenes, atraídos por el ajedrez, puedan admirar el gran arte que tienen en el tablero, que les haga estar felices ver una combinación magistral o bien, que incluso cuando jueguen y pierdan, se den cuenta de sus errores y en esto haya aprendizaje. Si esto se logra, el ajedrez podrá estar presente en la vida de todos los que amamos el juego, con sus grandes jugadores, con sus hazañas memorables dentro y fuera del tablero. Ya lo decía Fischer: “para jugar bien al ajedrez se necesitan dos cosas: concentración completa y un amor desmedido por el juego”. Y no le falta razón.

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