Ecos de animales en la obra pictórica de Remedios Varo

jueves, 6 de octubre de 2011 · 19:37
MÉXICO, D.F. (Proceso).- El pasado 31 de agosto se presentó en el Museo de Arte Moderno la edición de un grabado cuya plancha metálica de 15 por 18 cm., había trabajado en 1959 Remedios Varo para obsequiársela a su amigo muy estimado: el galerista Juan Martín. Se trataba de El guajolote navideño, del que la artista alcanzó a realizar una sola prueba. Antes, en el mismo 1959, Remedios había trabajado la misma imagen en un tamaño de 28 por 25 cm., en técnica de esgrafiado sobre papel previamente entintado. Pero la imagen del guajolote apareció por primera vez en 1947, como detalle de la compleja composición Gitana y arlequín (gouache sobre cartulina, 32 por 25 cm.). Aquí está solo, más en 1959 le sirvió para dar curso al humor, pues el guajolote está sentado frente a una mesa, dispuesto a engullir un ente humanoide que le han servido en un plato con acompañamientos que despertarán su apetito. Otra dedicatoria digna de recordarse es una de 1945: al pie de un gouache sobre papel (33.5 por 19 cm.) escribió: “A Agustín Lazo, afectuosamente, Remedios Varo”. Representa un elevado molino cilíndrico con veleta y personajes que se asoman por una puerta abierta en la base, mientras unos pájaros fantásticos sobrevuelan ansiosos por picar los sabrosos granos. En el primer aniversario de su fallecimiento (8 de octubre de 1963), Horacio Flores Sánchez, entonces jefe del Departamento de Artes Plásticas del INBA, organizó en el Palacio de Bellas Artes una muestra de 128 trabajos de Remedios. Walter Gruen, su compañero desde 1952, recordaba el gran amor de ella por los animales: “Un pajarito enjaulado le causaba una angustia terrible (…) Su amor por la vida en todas sus manifestaciones, el cosmos y sus galaxias, el hombre, los animales (...)”. Horacio Flores Sánchez le solicitó a Carlos Pellicer que escribiera un texto para el catálogo. Desde el título, Paseo sin pie, se podían esperar expresiones de insólita belleza, referidas justamente a ese amor de Remedios por los animales. Reproduciré sólo algunas: “En un huerto de luciérnagas me he sentado a pensar”, “La mitad de un perro se quedó para siempre. Seis mariposas con servicio eléctrico habían construido la bóveda”, “El árbol de la vida ha tenido hijos grandes y yo, pájaro carpintero, selváticamente civilizado”, “Los dos niños, como las raíces y los tzenzontles, forman parte de nuestra millonésima galaxia”, “Las piedras, ecos de animales lejanos, se levantan como pluma”, “Pero las huellas animales que alojan caracoles y conchas, peces, obedecen, oyendo y escuchando, la cinta eufónica que sale del alma-flauta, que como es la costumbre de Orfeo, obliga a las bestias a reunirse, obedientes, para escuchar, encantadas, aplastando las bajas pasiones, siquiera por un instante”, “Tres insectos volaban sobre aquel universo de bolsillo”. El impulso poético e imaginativo de Remedios Varo la llevaba a convertir objetos en animales, plantas, en seres humanos. El código de sus pinturas se alimentaba de alquimia, magia, cábala, filosofía, biología. A veces la cabra representaba al diablo, los pájaros a la divinidad, el león a la luz y el búho a la oscuridad. Su fantasía la llevaba a estructurar figuras insólitas: un Pan femenino bajo la forma de una ninfa de los bosques con ojos de lechuza y cuerpo cubierto de plumas. Describió de esta manera su notable pintura Simpatía: “El gato de esta señora salta sobre la mesa produciendo los desórdenes que es costumbre tolerar si quiere uno a los gatos (como me pasa a mí). Al acariciarlo brotan tantas chispas que forman todo este artilugio eléctrico muy complicado”. Le gustaba burlarse de las mujeres que se desvelan por lucir superelegantes. Valga como ejemplo Au bonheur des dames: “Criaturas de nuestra época, sin ideas propias, mecanizadas y próximas a pasar al estado de insectos, hormigas en particular”. En Visita inesperada, tantas veces reproducido, un animal que se ve abajo, a la derecha, lo construyó con un conglomerado de hojas secas. Al doctor Ignacio Chávez, el célebre cardiólogo, lo retrató con rostro adusto y aclaraba: “Los astros de la constelación del cangrejo; según los antiguos libros de fisiología (que consulté), esta constelación preside las enfermedades y asuntos del corazón”. Sobre Hacia la torre, precisó: “Las muchachas de su casa-colmenar para ir al trabajo. Están guardadas por los pájaros para que ninguna se pueda fugar”. De la mujer sentada en Mimetismo señaló: “La carne se le ha puesto igual que la tela del sillón y las manos y pies ya son de madera. El gato que salió a cazar, sufre susto y asombro al regresar cuando ve la transformación”. Hizo una advertencia en el cuadro Sea usted breve: “En el primer piso de la casa de atrás, a la derecha, vive un caballo”. ¿Qué otros animales pintó o dibujó Remedios Varo? Alacranes, centauros, mosquitos, bestias fantásticas, ciervos, hombres-pájaros, toritos, mujer-búho, lechuza, abejas antropomorfas, gato-helecho, pez-pájaro, perros, pájaros-paraguas, niño-mariposa, gallos, conejo, cisnes, vacas, arañas, zorros, camellos… A sus gatos les puso nombres. A los que tuvo en 1958 y que los dibujó a lápiz, los llamó Pituso y Zorrillo. Para representar este auténtico zoológico usó indistintamente modelos del natural y de enciclopedias, sin que faltaran ocultistas, y el cuidado porque sus descripciones fueran detalladas. Ella admiró una ciencia abierta a múltiples posibilidades, para poder así recibir con asombro y aun con humildad, el potencial de lo desconocido. Creía que la ciencia no debería situarse como dominante, sino que debía preservar una constante armonía con las fuerzas de la naturaleza. Refiriéndose a su última pintura (Naturaleza muerta resucitando, óleo sobre lienzo, 110 por 80 cm., 1963), su biógrafa Janet A. Kaplan observó: “Varo representa un sistema completo que expresa el renacimiento cíclico de la naturaleza.” Para la exposición de octubre-noviembre de 1971 en el Museo de Arte Moderno de Chapultepec, Ramón Xirau se preguntaba en el catálogo: “¿No es la pintura esencialmente espacio?”, y se respondía: “La pintura es, sin duda, espacial y lo es –espacio mágico, espacio mítico– en la obra de Remedios Varo. El universo de Remedios Varo es presencia de seres. Es también, y acaso sobre todo, sutilísima presencia de relaciones. Irónicamente –y la ironía es fundamental en esta pintura despierta, vivaz, a veces toda ella juguete– nos dice Remedios Varo que el “mimetismo” es inquietante. Pero si los contagios son inquietantes, no lo son menos los distanciamientos y los desdoblamientos. El preciso, claro, misterioso mundo de Remedios Varo –todo él prodigio y misterio– nos angustia; también quiere llevarnos más allá de la angustia hacia las revelaciones verdaderas. Mundo dual y unitario el de Remedios Varo: dual en cuanto separa, a veces con dolorosa nitidez, nuestro alejamiento y nuestra confusión”. Mal haría yo en terminar estas notas sin recordar lo que decía Remedios con absoluta convicción: “Pinto lo que se me ocurre y se acabó. Tengo muy arraigada la creencia de que lo que importa es la obra, no la persona”.

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