Actuar ahora, pensar a largo plazo

miércoles, 25 de enero de 2012 · 19:28
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Siempre ha sido difícil ponerse de acuerdo en qué se entiende por izquierda, pero hoy lo es más que nunca. Los principios de la publicidad aconsejan robar cualquier concepto que logra audiencia. De ahí la necesidad del pensamiento crítico: analizar la relación entre discurso y práctica, entre rumor y realidad. Por otra parte, en época de campaña electoral, la izquierda debe inevitablemente cumplir con dos objetivos que no siempre coinciden, uno inmediato y otro a largo plazo: ganar las elecciones y reafirmar su identidad. Triunfar en la elección equivale a conseguir una porción del poder; afirmar una identidad es construir una hegemonía, sin la cual no hay cambio posible. Como cualquier otra identificación política, la díada izquierda/derecha está históricamente determinada. En los últimos 20 años ha surgido en México y en varios países de América Latina un nuevo tipo de izquierda, más pragmática, orientada a la construcción de amplias coaliciones que apuntan a reformas en los aspectos nocivos del ajuste neoliberal impuesto en los últimos 30 años. Con ciertos parecidos con los movimientos nacional-populares del pasado (en el sentido que dio Germani al concepto), están modificando la política y la economía de la región por medio de la competencia electoral, las masivas movilizaciones públicas y nuevos proyectos de integración de países latinoamericanos. La nueva izquierda está firmemente anclada en las expectativas de cambio democrático y progreso social. Elaborando el término con un significado amplio para que pueda englobar a organizaciones y personalidades de muy diversos grados de radicalismo o gradualismo, debe sin embargo fijar límites mínimos que la distingan claramente de la derecha neoliberal que dominó en la mayoría de los países latinoamericanos y que en México sigue dominando. Los nuevos límites deben posibilitar la inclusión de grupos sociales hasta hace poco excluidos. Deben ampliar la eficacia reformadora de su política en cuestiones vinculadas con las relaciones de producción y distribución, la promoción de modalidades de acción popular, la consideración de variantes de economía mixta y de actitudes hacia el capital extranjero. En lo ideológico, deben abrirse para sumar desde sectores moderados hasta los que siguen manteniendo la utopía creadora de la abolición de la propiedad capitalista y el socialismo. La nueva izquierda latinoamericana, que en Cuba tiene su precursor y que en 10 países ha ganado el gobierno por la vía electoral: Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Brasil, Perú, Ecuador, Venezuela, Nicaragua, El Salvador y, hasta hace poco, Chile, es a la vez partidaria y movimiento social, una izquierda heterogénea, compuesta de múltiples grupos y de variados enfoques teóricos: liberalismo, marxismo, nacionalismo, catolicismo social. Como entidades nacionales mantienen fuertes diferencias debido a las condiciones particulares impuestas por las diversidades de condiciones territoriales, étnicas, geopolíticas y culturales propias de cada país. El gran punto de encuentro es la insatisfacción con el tipo de capitalismo efectivamente configurado por el neoliberalismo. Decididamente, la historia de América Latina ha mostrado desde su independencia y hasta ahora diferencias muy grandes con la historia de Europa y de Estados Unidos. Mientras que hoy en esos lugares la izquierda liberal y socialdemócrata se encuentra sin rumbo, vencida por el poder financiero, en América Latina una multitud de países que buscan romper con las políticas del neoliberalismo y la dependencia suman éxitos visibles, y en algunos casos decisivos, sin romper con el capitalismo. En Estados Unidos, el gobierno demócrata de Barack Obama realiza una operación gigantesca de rescate de las instituciones financieras a costa de los impuestos pagados por los ciudadanos. En Grecia, Giorgios Papandreu, quien fuera presidente de la Internacional Socialista, puso en práctica una política de austeridad feroz con privatizaciones masivas, supresión de empleos y, al final, abandono de la soberanía en manos de tecnócratas no elegidos. En países como España o Portugal el término de “izquierda” está a tal punto pervertido que no se le asocia con ningún contenido político particular. La parte socialdemócrata de la izquierda europea ha claudicado ya ante la decisión de la derecha de sacrificar el Estado de Bienestar para restablecer los equilibrios presupuestarios y complacer a los círculos financieros. En cambio, en la mayoría de los países de América Latina se forma una nueva izquierda, muy distinta a la estadunidense o la europea, que logra mellar la ofensiva del Consenso de Washington, mostrando una firme tendencia a tomar el relevo de la izquierda liberal y socialdemócrata de Europa. Se trata de una izquierda de tipo nacional-popular bastante común en la historia del continente en el siglo XX. En México, alrededor de la figura de AMLO, esa izquierda existe también, y sus posibilidades no son menores que en el resto de los países latinoamericanos, respetando las particularidades muy marcadas de nuestro país. El eje de sus propuestas se orienta a dotar a la democracia representativa de eficacia para convertir las aspiraciones populares en políticas reales. El combate contra la corrupción y la violencia; la lucha contra la pobreza, la desigualdad social y política y el desempleo, así como la búsqueda tenaz de una inserción más independiente en los escenarios de la globalización, son sus cartas de presentación irrenunciables. Es cierto que la derecha también esgrime esos mensajes como parte de su demagogia. De ahí la importancia de que el discurso coincida con las prácticas en la actividad cotidiana de los políticos de izquierda, de sus gobiernos municipales, estatales y federal. En esto no hay aspectos chicos y grandes. La identidad se borda laboriosamente, no se constituye a gritos y a sombrerazos. Quizás el mayor atractivo de la figura de AMLO sea esa congruencia entre la palabra y la acción a lo largo de toda una vida. La nueva izquierda latinoamericana no obtuvo el apoyo popular de la noche a la mañana. Su ascenso ha estado más de acuerdo con la estrategia gramsciana de la lucha de posiciones que con la idea de la revolución, predominante hasta hace poco. El esfuerzo por ganar el referéndum antipinochetista en Chile, las políticas de los gobiernos locales de Porto Alegre, Montevideo y las alcaldías de izquierda de Venezuela, el PRD en la Ciudad de México, fueron algunas de sus primeras experiencias. Los duros combates en Bolivia contra la privatización del agua en Cochabamba, el dirigido por Evo Morales en defensa de los productores de la hoja de coca contra los ensayos de Estados Unidos por erradicar la planta, son otros de los antecedentes y acompañantes de sus victorias parciales. La captación del voto indeciso de amplios sectores sólo puede ser lograda con las referencias a la coherencia entre discurso y acción de la izquierda y la disipación militante e inteligente de los rumores de doblez, de intención expropiatoria y antiempresarial, sembrada empecinadamente por un enemigo equipado con medios gigantescos.

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