Cine: "El espía que sabía demasiado"

jueves, 23 de febrero de 2012 · 22:36
MÉXICO, D.F. (Proceso).- En la corriente actual de cine de espías, encajonado en imágenes de alta tecnología, persecuciones imposibles y efectos especiales, El topo, la novela de John le Carré, parece una reliquia desenterrada y luego adaptada a la pantalla. Un riesgo evidente era caer en una interpretación, estilizada y retro,  justificada en la nostalgia; otro, modernizar este clásico de literatura sobre espías durante la Guerra Fría al grado de lo grotesco e irreconocible. Sorprende la adaptación hecha por la difunta Bridget O’Connor y Peter Straughan, apoyada por el octogenario y más lúcido que nunca Le Carré; toda una reelaboración que conserva el sabor acre y la atmósfera opresiva del libro.De paso, El espía que sabía demasiado (Tinker Taylor Soldier Spy; Reino Unido-Francia-Alemania, 2011), revitaliza el tema. El realizador sueco, Tomas Alfredson, posee el raro don de desarticular y reorientar un género, como lo hizo antes con el cine de vampiros en Déjame entrar (2008). La acción ocurre en 1973, año clave en el deterioro de relaciones con el régimen soviético. El asunto es simple, desenmascarar a un topo –doble agente– infiltrado dentro del MI6, el servicio secreto inglés. La trama es complicada, traiciones, paranoia, trampas, flash backs. Recuperado desde su destierro del servicio, el agente George Smiley (Gary Oldman) queda a cargo de la operación. El grupo del Circus, oficinas del servicio, está formado por tipos maduros de la vieja escuela de espionaje, toda una élite de egresados de las mejores universidades inglesas. El taciturno Smiley, por ejemplo, estudió en Oxford. Una mezcla incómoda de modales exquisitos, decadencia, hipocresía y canibalismo entre los servidores de su majestad. Apesta el ambiente. El punto de partida es obvio, el escándalo del grupo de Cambridge al servicio de la KGB. Le Carré sabe de qué habla: además de ser profesor en Eton, él mismo trabajó en el servicio secreto de donde salió, en parte, por culpa del famoso doble agente Kim Philby, quien defeccionó y acabó sus días en la Unión Soviética. El espía que sabía demasiado no puede verse solamente como resultado de un diálogo entre una novela ilustre y una realización a contrapelo del sello 007, la adaptación televisiva del 1979 que contó con la presencia de Alec Guiness fue toda una obra maestra que definió la lectura de la novela. El reto para Gary Oldman no era sólo encarnar a este personaje denso, decadente e inexpresivo, que sin embargo es un maestro del espionaje, sino defenderse del sello que dejó la formidable actuación de Guiness. Afortunadamente, Oldman escapa de la órbita de mítico actor y logra densificarse en un personaje lastimado para siempre por la traición de su mujer con uno de los agentes. Tomas Alfredson, que dirige con la misma parsimonia de gestos que su héroe, logra que la atmósfera de grises y ocres parezca emanada de la respiración pesada de un grupo de tipos agobiados por la ambición, la obsesión de poder y, sobre todo, el miedo.

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