Arte: Las prácticas curatoriales

martes, 10 de abril de 2012 · 22:27
MÉXICO, D.F. (Proceso).- La falta de información que existe en México, sobre la función y actividades que caracterizan al quehacer curatorial en arte contemporáneo, ha mitificado e inhibido el conocimiento y la comprensión de una actividad que, si bien se materializa en la realización de diversos productos destinados a exhibir el arte, adquiere una notoria relevancia por su potencial legitimatorio. Resultado del sistema artístico global que se desarrolló a partir de la pasada década de los noventa, la curaduría en arte contemporáneo se diversifica en distintas prácticas que pueden incidir en la interpretación, la selección de obras, la creación de una narrativa temática, el diseño museológico, la estrategia de comunicación y la gestión. Sustento primordial en las actividades que relacionan al arte con el negocio o el desarrollo económico, la curaduría actual ha sido un elemento esencial en la transformación del arte como un espectáculo de consumo y entretenimiento turístico. Diseñadas con base en discursos especializados que inciden en aspectos teóricos, filosóficos, sociológicos, políticos o económicos, las interpretaciones curatoriales son el eje alrededor del cual se diseñan los eventos periódicos de resonancia global como las bienales o algunas secciones de las ferias comerciales. Carente de una estructura que permita considerarla como una disciplina, la práctica curatorial es un oficio que, si bien se concretó bajo ese título al final de la década de los ochenta –el número 250 de la revista Flash Art reporta que la primera escuela de curadores se estableció en 1987 en Ginebra, Suiza–, en tanto actividad artística cuenta con una larga e interesante historia. En el ámbito internacional, el historiador, arqueólogo y periodista suizo Harald Szeemann (1933-2005), es una figura emblemática que sobresalió con la exposición Cuando las actitudes se convierten en forma (Berna, 1969), la edición 1972 de la Documenta de Kassel y la renovación de la Bienal de Venecia en 1999. En el escenario mexicano, profesionales como la crítica de arte Raquel Tibol, la artista Helen Escobedo y el académico Jorge Alberto Manrique han demostrado que no se necesitan estudios de curaduría para realizar importantes proyectos tanto de exposición como museísticos. Retribuido generosamente por el Instituto Nacional de Bellas Artes –Cuauhtémoc Medina recibió 15 mil euros por su curaduría para la edición 2009 de la Bienal de Venecia, y José Luis Barrios 330 mil pesos por su participación en la edición 2011–, el trabajo del curador debe significarse desde la óptica de su pertinencia y diversidad. En lo que respecta a los estudios, es evidente que su importancia no radica en el contenido de las materias sino en las relaciones y redes internacionales que se establecen en las escuelas, entre las cuales sobresalen algunas ubicadas en Londres y Nueva York. Por lo mismo, en nuestro país, el reto no se encuentra en la profesionalización de un entrenamiento, sino en la formación de una conciencia que convierta la pluralidad de la creación periférica en un referente de la geopolítica artística del centro.

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