Siria: Poesía bajo fuego

viernes, 20 de abril de 2012 · 19:58
“El gobierno de Bashar al-Assad desató una guerra contra su propio pueblo”, dice el poeta sirio Mohamad Alaaedin Abdul Moula, quien después de sufrir la censura y la hostilidad de los servicios de inteligencia de Al-Assad escapó de su país y ahora vive en México. En entrevista con Proceso explica que el régimen de Siria impone las reglas del juego; “si alguien no está de acuerdo con ellas, tiene tres caminos: la cárcel, el cementerio o el exilio”. MÉXICO, D.F. (Proceso).- El poeta Mohamad Alaaedin Abdul Moula barajó sus opciones: vivir asediado por el régimen de Bashar al-Assad o salir del país. Ése era su dilema. Abrumado por las dudas, cansado de las hostilidades en Siria, una voz en su cabeza le dijo: escapa. Y escapó... a México. Cada vez que Abdul Moula habla de Siria, aguza la vista detrás de sus anteojos de fondo de botella: “Soy de la ciudad de la libertad, la valentía y el heroísmo sirio: Homs. La ciudad que fue cercada por el ejército, los servicios de inteligencia y las milicias de Bashar al-Assad; la ciudad que ha estado bajo asedio de la misma manera que sucedía en cualquier ciudad europea durante la Segunda Guerra Mundial. “Una ciudad que quedó completamente aislada del mundo durante un mes y donde se castigó a la población civil cortando el agua, la electricidad y las comunicaciones. Soy de la ciudad cuyas casas fueron destruidas con tanques rusos T 72 y saqueadas por las milicias y el ejército de Bashar al-Assad.” Abdul Moula, miembro de la Unión de Escritores Árabes, ganador de una docena de premios y uno de los poetas contemporáneos más reconocidos de su país, se detiene, respira. Luego sigue: “En Homs se han llevado a cabo asesinatos colectivos, horribles matanzas que nos hacen recordar aquellas sucedidas en Serbia. Estas masacres tienen un claro objetivo: atemorizar a la población y forzarla a huir. Las milicias han degollado a niños y mujeres, además de violarlas frente a los miembros de su familia. Muchos de esos crímenes han sido denunciados por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos”. En la primera semana de este mes el ejército sirio y los paramilitares arreciaron los ataques contra los insurgentes y la población civil. Según activistas de la oposición, el número de muertos superó el millar en cinco días. Todavía más: el lunes 9, soldados sirios dispararon contra un campamento de refugiados en la frontera de Turquía. Mataron a dos personas e hirieron a seis, dos de ellas turcas. Ese mismo día del otro lado del país, en la frontera de Líbano, un camarógrafo de una televisora local falleció alcanzado por los disparos efectuados desde Siria. El miércoles 11, las fuerzas gubernamentales mataron al menos a 14 civiles al bombardear las ciudades de Homs, Deraam, Alepo y Deir Ezzor, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos. La escalada de la violencia presagiaba el fracaso del plan de paz diseñado por el exsecretario general de la ONU Kofi Annan, enviado de las Naciones Unidas y de la Liga Árabe a Siria. El plan de paz pide el cese de la violencia armada en todas sus formas, el cese inmediato del movimiento de las tropas sirias, la provisión de asistencia humanitaria en todas las zonas afectadas por los combates, la liberación inmediata de las personas detenidas arbitrariamente, la libertad de circulación para todos los periodistas y el respeto al derecho de manifestación pacífica. Como si el ejército sirio no hubiera intensificado los ataques contra los rebeldes y la población civil, Walid Muallem, ministro de Relaciones Exteriores de Siria, envió una carta a Annan en la que ratificó el compromiso del gobierno de al-Assad con el armisticio pactado con la ONU. Escribió que se realizaría “el cese de todos los combates militares en todo el territorio sirio a partir de las seis de la mañana del jueves 12 de abril de 2012”, lo que corresponde a la fecha fijada por Annan.   La huida   Proceso entrevistó a Abdul Moula el pasado 31 de marzo en la librería Rosario Castellanos, en la colonia Condesa. Ataviado con una playera tipo polo y pantalones de mezclilla, no parece un poeta sirio que a duras penas sobrevive en la Ciudad de México. No habla español ni inglés (la entrevista se hizo con la ayuda de Ana Landgrave, traductora del árabe al castellano) y vive desde hace un año en la casa refugio Citlaltépetl, que acoge a escritores de todo el mundo que sufren persecución. De entrada, Abdul Moula despotrica contra el régimen de al-Assad. Dice que los servicios de inteligencia lo abarcan todo, hasta la vida privada: “Éstos se entrometen hasta en los asuntos más insignificantes de la vida de un sirio, al grado de que si quieres hacer la fiesta de tu boda es necesario contar con una autorización del servicio de inteligencia. Si tienen el poder de controlar estos asuntos personales, ¿cómo será cuando se trata de política?”, se pregunta. Hace un año que el poeta abandonó Siria para escribir libremente. En su antigua oficina en el Museo Nacional de Siria, en Homs, lo rodeaban retratos del presidente Bashar al-Assad. Relata: “Los servicios de inteligencia me habían visitado decenas de veces a mi trabajo y casa para amedrentarme. Hace más o menos dos años supe que existía una organización llamada Icorn (International Cities of Refuge Network o Red Internacional de Ciudades de Refugio) que se ocupa de ayudar a escritores en peligro debido a sus convicciones políticas. “Esta asociación tiene acuerdos con distintas ciudades del mundo, entre ellas México, que a través de la casa refugio acogen durante dos años a escritores amenazados. Envié mi candidatura, fue aceptada y hace un año que llegué aquí, después de haber batallado durante meses con los servicios de inteligencia para obtener un permiso de salida del país.” Llegó a México con dos abultadas maletas y con libretas de poemas en árabe. “En Siria es imposible hablar con libertad de ciertos temas. Son tabúes. En especial tres de ellos: política, religión y sexo. Todo lo que se publica pasa por varios filtros de censura. De ellos depende si se publica o prohíbe una obra en Siria. Una vez prohibida la publicación, su simple posesión es considerada un delito que puede ser castigado hasta con un año de cárcel”, afirma. La censura se ensañó con él. En Siria no hay ningún medio que publique sus poemas y ningún crítico oficialista se atreve a comentarlos. “Hace ya varios años publiqué un poema titulado Poesía pornográfica en una revista que se edita y publica en Chipre. En él hacía una crítica abierta y clara a la religión y a la política, especialmente a la no separación de éstas en el país. Un jeque amigo de Hafez al-Assad –el fallecido padre de Bashar y expresidente del país– alertó a los servicios de inteligencia sobre el contenido de mi poesía. Dijo que en ella había críticas a la religión y que atacaba los fundamentos sagrados del Islam. El servicio de inteligencia recogió todos los ejemplares de ese número de la revista que se conseguían en Siria y lo declaró prohibido”, asegura Abdul Moula.   Fuera de juego   Abdul Moula afirma que al-Assad hace y deshace a su antojo en ese país de edificios bajos de piedra y cemento. Vecinos y familiares se vigilan mutuamente, delatándose entre sí. Si alguien no está de acuerdo con esas reglas del juego, tiene tres caminos: la cárcel, el cementerio o el exilio. –¿Cómo funcionan los servicios de inteligencia en Siria? –se le pregunta. –Hay aproximadamente 15 subdivisiones de los servicios de inteligencia, mejor conocidos como mukhabarat. Todos los responsables de esos servicios pertenecen a la rama alauita del Islam, a la que también pertenece el presidente al-Assad. El objetivo de colocar a alauitas en esos puestos es garantizar la lealtad de los servicios secretos al presidente. Cada una de esas secciones funciona de manera independiente, de forma que no existe comunicación entre uno y otro grupo. Por ejemplo, existe la división del ejército, otra de la inteligencia política que se encarga de la oposición y la resistencia, etcétera. “Sin embargo en la actualidad la mayor parte de los servicios de inteligencia se han convertido en milicias, las cuales han detenido a decenas de miles de personas, convirtiendo escuelas y gimnasios en centros de detención y tortura. La crueldad de esos servicios de inteligencia ha llegado a extremos inauditos, tales como cortar los genitales, arrancar las uñas, aplicar descargas eléctricas a los cuerpos en zonas altamente sensibles, mutilaciones y asesinatos, como sucedió con dos miembros de la resistencia a quienes por haber participado gritando consignas contra el presidente les destrozaron la garganta.” Según Abdul Moula, el régimen de al-Assad “ha utilizado todo tipo de armas para aplastar la rebelión. Como si se tratara de poner fin a una guerra de verdad, pero desgraciadamente se trata de una guerra del gobierno contra sus ciudadanos”. –¿Cómo es la guerra contra la ciudadanía de su país? –Para detener una manifestación se usan balas de caucho, cañones de agua; es decir, métodos de dispersión no letales y legales. El gobierno sirio, sin embargo, ha decidido combatir a los manifestantes a través del cerco de las ciudades y ataques indiscriminados sobre la población civil, lo cual ha tenido como consecuencia la destrucción de casas y edificios enteros, el desplazamiento masivo de la población, 50 mil refugiados en Líbano y Turquía, miles de heridos y hasta ahora 10 mil muertos, la mayoría de ellos civiles. Abdul Moula comparte la convicción de que la poesía es revolucionaria por naturaleza; es iconoclasta, está aislada a fuerza de pronunciar verdades deslumbrantes que nadie quiere escuchar. –A partir de ello, ¿cómo se relacionan la poesía y la revolución en Siria? –se le pregunta. Como respuesta cita uno de los letreros escritos en los carteles que los sirios portan en sus manifestaciones: “(Assad) te tiraremos en el mismo basurero en el que tiramos nuestro miedo”. “Durante las protestas las palabras rebasan el significado que les da el diccionario. Eso es poesía”, remata.

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