Del problema social

lunes, 16 de julio de 2012 · 23:00
MÉXICO, D.F. (apro).- Patéticos vivientes: tienen que admitir lo que la experiencia demuestra y confirma, que la problemática social de sus vidas se debate en estos dos extremos; si los hombres y mujeres deben servir a algún sistema económico y de gobierno o si un sistema económico o gobierno existe fundamentalmente para servir a esos mismos hombres y mujeres. Así la cosa, ¡ay!, veo con dolor y alarma que en esos sus días de globalidad en que transcurre su existir sobre la tierra, llevados por la presunción de que la actividad económica simboliza y encarna y es en sí misma elemento de progreso, les induce a suponer que el empresario, los hombres de las finanzas y de los negocios, es la figura capital y real del progreso en sí, ideas ambas que han producido que se piense que cualquier medida de gobierno tendiente a entorpecer las actividades de los empresarios es una traba para el progreso. ¿Y a dónde les ha llevado la práctica de tales ideas? Ante todo al llamado “adelgazamiento” del Estado, hecho que cada vez más está convirtiendo a los gobiernos a poco más que en meros administradores de un sistema en que la riqueza se está concentrando cada vez más en menos manos, o lo que es lo mismo, a que los gobiernos, en vez de ser lo que deben ser, instituciones al servicio de la sociedad, se vayan transformando en simples administradores de medios para preservar y, si es posible, aumentar los intereses y privilegios ya establecidos o bien de individuos o grupos minoritarios de los mismos en perjuicio de los más, díganlo si no es así los recortes al gasto social, la reforma a las leyes laborales que propician la precariedad, esto es, la poca duración o estabilidad, del trabajo y el rescate de carreteras y bancos, por ejemplo, llevados a cabo por tantos y tantos gobiernos con los recursos públicos. Y lo más desconcertante y deplorable de todo lo anterior es que no es nada nuevo, ya que de una manera u otra se va repitiendo una y otra vez en la historia, comenzando por la llamada democracia de la antigua Grecia, donde una minoría de hombres poderosos usaban el Estado para defender y afirmar sus muy particulares intereses y privilegios sobre el de los artesanos libres y la otra mitad igualmente libre de su ciudadanía: las mujeres, y una muchedumbre de esclavos. Créanme, no escribo la presente por afán de provocar ni de desquite, pues siempre fui un fiel creyente de la democracia y tuve que lidiar contra hechos semejantes a los que acabo de describir; mismos que se dieron a plenitud en mi país, por cierto tenido como modelo de democracia, los U.S.A, en un momento de terrible depresión, en que se habían cerrado bancos, el desempleo iba en aumento iba en aumento y la pobreza se entendía. En tan calamitosa situación, me ofrecí para solucionarla. Se me dio la oportunidad de hacerlo, con lo que tuve la ocasión de poner en obra medidas para lograrlo; medidas, por supuesto, siempre de acuerdo a mi pensar democrático. Convencido de que nuestro sistema industrial y económico fue hecho para los individuos de ambos sexos, juzgué indebido que los mismos fueran manipulados, usados en beneficio de ese sistema. Seguro de mi creencia de que los individuos deben tener amplia libertad para hacer lo que quieran de sí mismos, consideré que las sagradas palabras de libertad, nacionalismo o patria no debían servir para permitir que unos cuantos intereses poderosos jugaran con las vidas de la población de los Estados Unidos. Firme creyente de la santidad de la propiedad privada, creí necesario aclarar que la misma no debía estar sujeta a la crueldad de los jugadores de la Bolsa y del sistema de corporaciones. Creyente de que el gobierno, sin llegar a ser una indiscreta burocracia, puede y debe actuar como un freno contrabalanceador de la oligarquía (Conjunto de los negociantes o de poderosos empresarios que se confabulan para que todos los negocios, incluso el de la política, dependan del arbitrio o voluntad de ellos) para asegurar la vida, la oportunidad de trabajo y los ahorros de los hombres; decidí que no debía (el gobierno) servir de salvaguardia a la explotación por parte del exportador; ni de salvaguardia a la manipulación del manipulador financiero; ni de salvaguardia al no autorizado poder de aquellos que quieren especular hasta el fin con el bienestar y la propiedad de otra gente. Si hay algún curioso lector que desee saber más de los hechos y personas que llevaron a mi país a la terrible depresión y de esa manera aclarar las causas, motivos y responsables de la angustiosa crisis financiera que afecta a la globalidad en que respiran, le remito a que lea mi libro “Mirando Adelante”. Sinceramente de ustedes. FRANKLIN D. ROOSEVELT

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