Siria y el factor ruso

jueves, 9 de agosto de 2012 · 20:09
El gobierno de Vladimir Putin y los especialistas rusos no compran la versión de Occidente sobre Siria: No se trata de una sublevación por la democracia contra la brutal dictadura de Bashar al Assad sino de una lucha en la que están en juego los intereses geopolíticos de Estados Unidos, Europa, Israel, Irán, Arabia Saudita y de la propia Rusia. MÉXICO, D.F. (Proceso).- Vista desde las torres del Krem- lin, la imagen del conflicto en Siria difiere mucho de la que se tiene en Occidente. Para el presidente Vladimir Putin en ese país, corazón del Medio Oriente, se juega la presencia rusa en la región, lo cual definirá el peso de su país como actor de la política mundial y marcará un modelo de intervención en los futuros conflictos nacionales. Putin repitió la semana pasada la posición rusa: “Un cese al fuego y al uso de la violencia por ambas partes, negociaciones, búsqueda de soluciones, definir las bases constitucionales del futuro Estado y después de eso los cambios estructurales. Si se hace a la inversa, va a ser el caos”, informó la agencia Ria Novosti. Para el líder ruso la situación podrá degenerar “en una guerra civil que se prolongue años, como en Afganistán”. El ejemplo de lo que sucedió en Libia el año pasado dejó un amargo sabor de boca en Moscú. Rusia no impuso su poder de veto en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y con ello permitió la operación militar occidental en ese país del norte de África. Desde su punto de vista lo que debía ser una operación para proteger civiles terminó en una intervención militar directa y en la eliminación física del dictador Muamar Gadafi. Un año después, según Moscú, en Libia existe la supuesta presencia de Al Qaeda, proliferan las armas y se ha provocado un efecto desestabilizador en el África Subsahariana, como la rebelión independentista en Mali. Para Moscú estos son los efectos negativos de la intervención internacional.   Las razones de Putin   Putin ha afirmado que no está dispuesto a permitir el mismo error en Siria, que a diferencia de Libia no es un país periférico y despoblado, sino la nación donde se cruzan los intereses geopolíticos de Medio Oriente. El pasado 27 de febrero, en el contexto de la campaña electoral que lo llevó de nuevo a la presidencia, Putin publicó un largo artículo en el semanario Moskovski Novosti, en el que delineó su política exterior. Escribió: “A Rusia sólo la respetan y la toman en cuenta cuando es fuerte y se sostiene firmemente sobre sus pies” porque “la seguridad mundial sólo se puede garantizar con Rusia y no intentando dejarla de lado, debilitando su posición geopolítica”. Esto marca un cambio importante en relación con la política del anterior presidente, Dmitri Medvedev, frente a Libia: “Mucho se habla de que los derechos humanos están por encima de la soberanía estatal –escribió Putin–, pero cuando se utiliza este argumento para violar fácilmente la soberanía de un Estado, cuando los derechos humanos se defienden desde afuera de manera selectiva y en el proceso de ‘defensa’ se violan derechos populares, incluyendo el más sagrado, el derecho a la vida, ya no se trata de una causa noble sino de demagogia elemental”. Por eso, añadió, la piedra angular de la política exterior de Rusia es no permitir “que el escenario libio se repita en Siria”. En Libia, como antes en Irak, “las compañías rusas pierden posiciones trabajadas durante décadas, se rompen contratos comerciales muy importantes y el nicho que se libera es llenado por los operadores económicos de los mismos Estados que intervinieron para cambiar los regímenes gobernantes. Nosotros no podemos mirar esto con olímpica calma”, expuso el líder ruso. Para él la experiencia en el país norafricano demuestra que “imponer la democracia con métodos de fuerza puede llevar, en general, a un resultado absolutamente contrario. Del infierno se levantan fuerzas, incluyendo al extremismo religioso, que intentan cambiar toda la orientación del país y su carácter laico”. Así, para Putin la soberanía estatal y la integridad territorial son artículos de fe en la política exterior rusa. Ello explica que una y otra vez Rusia vete los proyectos de resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que intentan endurecer las sanciones contra el régimen de Bashar al Assad y abrir la puerta a una intervención militar en Siria.   Geopolítica   Aleksei Malashenko, director del Programa Religión, Sociedad y Seguridad del Centro Carnegie de Moscú, dice a Proceso que Rusia “quiere mantener por todos los medios posibles su lugar en Siria o desaparecerá de Medio Oriente. No se trata de Siria, se trata de que Rusia perderá su último lugar de influencia”. Fedor Lukyanov, director de la revista Global Affairs, coincide: “La cuestión no es sobre el régimen de Assad ni sobre Siria ni sobre Medio Oriente. La cuestión es cómo Rusia entiende la política internacional y los cambios que propone para asegurar su propia posición y su seguridad”. En entrevista telefónica desde Moscú, Lukyanov recuerda que “el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Serguei Lavrov, dijo que la forma en que se resuelva la crisis siria servirá como modelo para resolver conflictos internos de otros países”. Continúa: “Rusia quiere probar que lo de Libia fue un accidente: Rusia apoyó de hecho una intervención militar en un Estado soberano debido a una decisión personal del presidente Medvedev. La forma como fue usada por Occidente llevó a Rusia a la conclusión de que esto no puede suceder nunca más”. Según Lukyanov la posición rusa “no es mantener a Assad para vender armas, porque hasta los más codiciosos de la industria militar entienden que se terminaron los negocios con Assad. La cuestión es acerca de los principios”, sobre cómo resolver los conflictos en un país respetando su soberanía. Ni siquiera la presencia rusa en la base militar de Tartus en el Mediterráneo es estratégica para Rusia. Ruslan Pukhov, director de la revista Moscow Defense Brief, explicó en un artículo publicado en el diario The Moscow Times el pasado 12 de julio que la base de Tartus “tiene una importancia más simbólica que práctica porque no sirve como base de operaciones y su pérdida no tendrá consecuencias significativas”. La postura internacional rusa está muy relacionada con sus intereses nacionales. A Moscú le preocupa que permitir el uso de la fuerza en Siria pueda llevar a intervenciones cerca de su frontera o incluso dentro de la misma. Para los analistas rusos una expulsión violenta de Assad podría sumir a la región en una gran inestabilidad y llevar al poder a grupos sunitas radicales apoyados por Arabia Saudita y Qatar. Ello crearía un caldo de cultivo para organizaciones extremistas del tipo Al Qaeda a sólo cientos de kilómetros del atribulado norte del Cáucaso, que Moscú considera su área de influencia y donde la presencia islámica es cada vez mayor. Además Putin se juega su prestigio en esta zona debido a que en Soshi, balneario turístico en la costa del Mar Negro y las estribaciones del Cáucaso, se llevarán a cabo los Juegos Olímpicos de Invierno en 2014. Lukyanov explica que “la imagen que se tiene en Occidente sobre la crisis siria es totalmente distinta a la que existe en Rusia. La opinión pública de este país, sus autoridades y los especialistas no compran la versión de que se trata de un levantamiento democrático contra una dictadura brutal. El conflicto –señala– es visto más como una guerra de influencias entre Irán y Arabia Saudita, un diferendo entre sunitas y chiitas, y un intento de Arabia Saudita de hacer retroceder la influencia iraní”. De acuerdo con los especialistas rusos lo que está en juego va más allá del futuro del régimen de Assad. Si la actual crisis pone en riesgo la integridad siria, se cuestionarán las fronteras arbitrariamente trazadas por ingleses y franceses desde 1916, creando un agujero de inestabilidad en esa zona estratégica. Pero lo fundamental, según los analistas rusos, será el cambio de la relación de fuerzas establecida en 1979 con el triunfo de la revolución de los ayatolas en Irán. Desde entonces la influencia iraní se extendió hasta el Mediterráneo: en Irak, tras casi una década de guerra con Estados Unidos, el actual gobierno de Nouri al Maliki es de la mayoría chiita y a medida que salen las tropas de Estados Unidos, la influencia iraní crece en Bagdad. En Líbano, Hezbolá, la milicia armada que terminó la larga ocupación israelí del sur de Líbano en 2006, hoy controla el gobierno en Beirut, y en la Franja de Gaza, Hamas es solidario con los chiitas libaneses. Por eso en Damasco, donde antes se cruzaban las caravanas de camellos, hoy se cruzan todos los caminos de la política árabe: los chiitas iraníes se reúnen con Hezbolá y Hamas gracias a la protección del gobierno de la dinastía Assad; mientras que Arabia Saudita y Qatar apoyan a la oposición sunita para hacer retroceder a Irán y cortar sus lazos con Hezbolá. Además Siria está a un lado de Turquía, miembro de la OTAN, y de Israel, eterno enemigo de los países árabes. Por si fuera poco, en Siria conviven sunitas, chiitas, drusos, kurdos y palestinos, lo que convierte a esa nación en un caleidoscopio de todos los conflictos del Medio Oriente. “Si cae Assad, Irán no sólo perderá Siria, también perderá acceso estratégico a Hezbolá, a Hamas y a la frontera israelí. Esto puede marcar el fin del arco de ascendencia iraní en Medio Oriente”, escribió Paul Salem, director del Centro Carnegie en Líbano, en el diario The National de Abu Dabi, el pasado 9 de diciembre. Para Lukyanov la posición rusa de buscar una negociación tiene pocas posibilidades: “Creo que el diálogo es imposible porque todas las partes están buscando una solución militar: la oposición huele una posibilidad de victoria y no tiene ningún interés en negociar; y el régimen sabe que lucha por la sobrevivencia”. Según Lukyanov, Rusia tiene la opción de dar asilo a Assad y a su familia y puede ser parte de un esfuerzo internacional para aplicar un nuevo modelo en Siria que proteja a todos los grupos, clanes y minorías religiosas. Pero como van las cosas, el tiempo de las negociaciones parece extinguirse.

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