Las grietas de la historia

jueves, 6 de septiembre de 2012 · 13:22
MÉXICO, D.F. (Proceso).- La portada es rojo sangre. El lado izquierdo muestra un kamjar (puñal damasquino) en cuyo mango aparece un animal fantástico con cabeza de águila y cuerpo de león que pisa dos serpientes entrelazadas; en el derecho se observa un tenue perfil de un africano, y en el centro un doble círculo con mensajes y emblemas. Se trata del libro más reciente de la historiadora y novelista Celia del Palacio, Las mujeres de la tormenta (Suma, 2012, 343 p.). Esos elementos conforman un microcosmos en el que se sumerge la autora para narrar las desventuras de las indómitas esclavas africanas que arribaron a Veracruz desde el siglo XVI, tierra en la que ella vive actualmente. Y así como el psicopompo tiene el don de hacer hablar a los muertos, comunicarse con ellos, Celia penetra en las grietas de la historia para revelarnos esos fragmentos de heroísmo y rebeldía de mulatas y la preservación de sus antiguas raíces yorubas en territorio jarocho a lo largo de los siglos. Las mujeres de la tormenta es la tercera novela histórica de Celia publicada por Suma –las anteriores son No me alcanzará la vida, una exploración al papel de las mujeres en el mundo y un retrato vivo de la Perla de Occidente, y Leona, que reconstruye la vida de Leona Vicario–; en ella combina su pasión por la investigación histórica y la lectura de innumerables documentos con la invención de seductoras mujeres y legendaria brujas que nutren el imaginario social. El libro inicia con el desembarco del navío portugués Madredeus en el puerto de Veracruz en 1552, y termina en la época actual con un capítulo titulado Dies Irae: Día de ira, en alusión a un himno en latín del siglo XIII atribuido al monje franciscano Tomás de Celano. Con él, la autora cierra un ciclo de cinco siglos de oprobios. En los diez capítulos desfilan personajes como la esclava Mweza (Luna) y su hija de igual nombre, Nyanga (Yanga, de igual nombre a quien encabezó la primera rebelión de esclavos a finales del siglo XVI), y sus míticas herederas: Beatriz, la condesa de Maribrán –“su magia era tan poderosa que había desencadenado un huracán”–; la mulata María Josefa, de Córdoba; la hechicera Josefa; Jacinta, la amante de Antonio López de Santa Anna; Anastasia y la bruja Lorenza, así como Selena –la activista social asesinada por los villanos que, fabula la autora, encarnan el mal, como la bruja Luz Velia– y su hija Lilia-Lilith. Al final en ese Dies Irae, Lilia recibe la herencia de sus ancestros yorubas: “un saquito de terciopelo rojo que contenía habas, un espejo de obsidiana con marco de plata, cuentas de ámbar enlazadas, una madona de madera con trencitas de pelo natural”, y una cajita de terciopelo con un puñal damasquino de 15 centímetros, ese kamjar con el que la esclava Muweza asesinó al marroquí que la maltrató y que a partir de entonces otorga poderes a quien lo posee. En el libro Celia también habla de los chaneques, de la realidad paralela, de los conjuros, aquelarres e iniciaciones, de las diferentes fases de la luna, muda testigo que oculta/ilumina soledades, desvelos, rebeldías, fantasías. Intercala capítulos cronológicos con la historia del presente, penetra en esas grietas en busca de esa genealogía de las brujas que pueblan el imaginario social y mueven a su favor la naturaleza, rompen los niveles de lo real e histórico y lo fantástico. En esas grietas de la historia novelada Celia entrevé la estirpe de las mujeres de la tormenta, las rebeldes defensoras como Regina Martínez, Lydia Cacho, Marisela Escobedo, Digna Ochoa y muchas otras activistas que, para nuestro oprobio, dice la autora de Las mujeres de la tormenta, “hemos olvidado”. El libro obliga a atender esa realidad y mueve a las preguntas esenciales como “¿Qué? La eternidad”, tomada por Marguerite Yourcenar de un poema de Rimbaud para titular su tercer volumen de memorias. En el siguiente link puedes descargar un avance del libro: http://www.sumadeletras.com/mx/libro/las-mujeres-de-la-tormenta-1/

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