Tarde o temprano, su cuerpo descansará en El Tezontle

sábado, 13 de octubre de 2012 · 19:44
Quién sabe por dónde ande el cuerpo de Heriberto Lazcano, pero los habitantes de la colonia El Tezontle, en Pachuca, están seguros de que tarde o temprano descansará en el mausoleo que se mandó construir ahí. También lo presienten las autoridades federales que ni muerto pudieron capturarlo, a juzgar por el operativo terrestre y aéreo que montaron alrededor del cementerio. PACHUCA, Hgo. (Proceso).- Don Andrés Torres, el viejo encargado del panteón de la colonia El Tezontle, señala el mausoleo destinado a guardar los restos del narcotraficante Heriberto Lazcano y luego comenta ensimismado: “No me han dado aviso para cuándo van a sepultar aquí al señor Heriberto. Es más, ni siquiera sé si planean traer aquí sus restos. No sé nada”. –¿Ya le hubieran avisado? –Pues sí, y sobre todo porque a don Heriberto todos aquí le están muy agradecidos. Él ayudó muchísimo a su gente. Les daba apoyo a los necesitados y mandaba construir las obras que hicieran falta en la colonia El Tezontle, donde vivió de chamaco. Don Andrés se acomoda el sombrero texano de alas enroscadas y, sin quitar la vista del mausoleo, prosigue su relato: “Siempre se ha dicho que don Heriberto quería que lo sepultaran aquí. Deseaba que sus restos descansaran en el lugar que lo vio crecer, junto a los suyos. Unos dicen que ya lo mataron y que su cadáver anda desaparecido, otros dicen que todavía vive. Solo Dios sabe... Pero a este panteón no han traído su cadáver”. Entre las pequeñas y desteñidas tumbas cubiertas de abrojos, destaca el enorme mausoleo de El Lazca: es una construcción rectangular de unos cuatro metros de frente por 12 de fondo, forrada con azulejos de tonos beige; sus puertas y ventanas –con marcos de madera fina barnizada– tienen vitrales con motivos religiosos. Una gran cruz metálica se erigió afuera del mausoleo, bordeado por jardineras y por un área de pasto bien cuidado. Destella el verdor de los bambúes y de las plantas de ornato. Adentro, se puede observar un altar con un Cristo flanqueado por floreros de plata. Desde el pasado lunes 8, tan pronto se dijo que El Lazca fue acribillado y su cadáver robado de una funeraria de Coahuila, el panteón de El Tezontle se convirtió en el centro de una fuerte vigilancia militar, pues las autoridades suponen que en cualquier momento los restos del capo serán traídos al mausoleo que se mandó construir. Por tierra, varios vehículos repletos de soldados hacen rondines constantes en torno al panteón, recorren las calles y vigilan los rincones de El Tezontle. Y según reportes de la policía estatal, se incorporarán carros todo terreno Hummer para reforzar al operativo. Por aire, helicópteros Black Hawk pertenecientes ala Secretaríade Marina están rondando una y otra vez todo el caserío de El Tezontle, una colonia de 10 mil habitantes enclavada en los paupérrimos suburbios del sur de Pachuca. Este aparatoso despliegue militar tiene un objetivo muy preciso; recuperar el cadáver perdido de El Lazca, que días antes un comando armado se robó de la Funeraria García, de Sabinas, Coahuila. Por su parte, los pobladores de El Tezontle están consternados porque saben que, de ser cierta la muerte de su gran benefactor, su situación cambiará radicalmente. El Lazca aquí creció, aquí comenzó su carrera militar y, ya convertido en poderoso narcotraficante, nunca olvidó su querencia. Un militar que fue compañero de Heriberto Lazcano cuando éste recién ingresó al Campo Militar número 18, situado justamente a la entrada de El Tezontle, recuerda aquellos años: “El Lazca y su familia venían de Apan, Hidalgo. Llegaron aquí como llegan muchas familias a la capital del estado, en busca de una mejor vida. Y como aquí hay un campo militar, para El Lazca lo más fácil fue ingresar al Ejército, sabiendo que tendría comida, techo y trabajo asegurado. Yo lo conocí en ese tiempo, a principios de los noventa, porque coincidimos en el campo militar”. –¿Cómo era él entonces? –Era un jovencito delgado y alto, mediría entre 1.75 y 1.80 de estatura. Muy callado y disciplinado. Tendría entonces unos 17 años. Era muy respetuoso con sus superiores y nunca se prestaba a las bromas ni a los chascarrillos. –¿Y de qué platicaba con él? –Bueno, realmente era sólo un compañero más, no éramos lo que se dice amigos, de modo que platicábamos sobre la disciplina y el adiestramiento militar, sobre lo pesado del encierro en el cuartel, un poco sobre nuestras familias… Fue entonces cuando me dijo que vivía aquí mismo, en El Tezontle. “Y como estábamos en un batallón de infantería, pues nos ponían a correr y a saltar obstáculos en el campo que está dentro del cuartel. También nos ponían a hacer ‘patitos’, que es brincar en cuclillas con las manos agarradas a los tobillos; o a hacer ‘aguilitas’: saltar igual pero con los brazos extendidos como águila y gritando ‘¡Atila! ¡Atila! ¡Atila!’. Nos enseñaban a marchar, a hacer guardias y a manejar armas, sobre todo el fusil G-3. “Era un entrenamiento básico. El Lazca era un soldado raso cualquiera. Yo francamente no le prestaba mucha atención. Quién se imaginaba que con el tiempo se convertiría en un hombre tan importante. En el 94 me mandaron a Chiapas cuando se dio el levantamiento zapatista. A partir de entonces lo dejé de ver”. –¿Pero tuvo noticias de él? –Sí, claro. Por algunos compañeros supe que El Lazca empezó a tomar adiestramientos especiales, cursos de supervivencia y manejo de armamento pesado. Supe que se fue a Guatemala a tomar el curso de kaibil. No me extrañó porque siempre fue muy tenaz. Sí me sorprendí cuando después me dijeron que había desertado del Ejército. “Pero la sorpresa mayor fue darme cuenta, años más tarde, de que aquel chamaco reservado se había convertido en líder de Los Zetas y en un hombre sanguinario. Su adiestramiento militar sin duda le sirvió muchísimo ya como narcotraficante”. (Extracto del reportaje que se publica esta semana en la revista Proceso 1876, ya en circulación)  

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