Morir a tiempo

viernes, 8 de marzo de 2013 · 22:44
MÉXICO, D.F. (Proceso).- La bella y estremecedora película Amour, que tiene el mismo desenlace de la película mexicana Las buenas hierbas de María Novaro, ha vuelto a poner en circulación el debate sobre la muerte compasiva. Eutanasia significa “muerte sin sufrimiento físico” y hoy en día se prefiere hablar de suicidio asistido más que de eutanasia, por el simple hecho de que en la palabra “suicidio” se reconoce más fácilmente la voluntad de la propia persona de poner fin a su vida. Nadie, en sus cabales, desea morir. Sólo un dolor enloquecedor o el miedo a una incapacidad extrema hacen que se elija la muerte. Ya es legal en ciertas sociedades la posibilidad de que enfermos terminales, a quienes sus médicos pronostican pocos meses de vida, puedan acortar la agonía y tomar los barbitúricos indicados, incluso acompañados de sus seres queridos. Además, en otras sociedades muchos médicos facilitan –a sus pacientes extralegalmente– terminales dosis letales de sedantes, para aliviarlos en su lucha contra un final inevitable y doloroso. A esta forma de eutanasia voluntaria se la llama “muerte con dignidad”. Pero, ¿qué hacer cuando se llega a una situación de extrema incapacidad para tomar la decisión de irse? En el caso de Amour, cuando el deterioro de Anne ya no le permite pedir un suicidio asistido, será el marido quien, en un verdadero acto de amor compasivo, tome la decisión. Y el hecho de que ella no haya consignado con anterioridad su voluntad lo obligará a él a suicidarse, probablemente para no ser acusado de asesinato. Ahora bien, el deseo de que cada persona pueda tomar la decisión de morir dignamente no responde a un impulso de autodestrucción sino a un acto de autodeterminación, mediante el cual se desea preservar la independencia, la dignidad y el sentido de la vida. Yo espero que quienes me rodean tengan la compasión de dejarme ir, no sólo si me encuentro en un coma irreversible o descerebrada, sino también si me ocurriera algo similar a lo que le pasa a Anne en la película. Si tuviera un episodio cerebrovascular que me restara la autonomía básica, y tuviera que ser alimentada, bañada y atendida, desearía que se me preguntara si ya me quiero morir, y que me facilitaran el camino. El pasado jueves 28 de febrero, en el Tribunal Superior de Justicia capitalino, el Colegio de Notarios del Distrito Federal, A.C., anunció que marzo será el mes del Documento de la Voluntad Anticipada. En ese acto varios personajes harán su documento notariado. Yo pienso hacerlo lo más pronto posible, para quedar tranquila de saber que, al haberlo estipulado claramente, no se alargará mi vida en una serie de circunstancias dolorosas, que van desde Alzheimer hasta daños cerebrales severos o una enfermedad degenerativa neuromuscular en fase avanzada, como esclerosis múltiple, o un cáncer maligno con metástasis. Así como me aterra quedar en manos de médicos que traten, a toda costa, de prolongar mi vida biológica cuando ya mi mente desvaríe o no funcione, igual me causa pánico el nivel de dependencia de quedar en manos de cuidadoras que me cambien pañales y me alimenten. Quedar tan inerme como Anne me provoca horror. ¡Qué valiente y compasiva la decisión de Georges! El suyo sí fue, realmente, un acto de amor. Finalmente, elegir morir a tiempo no sólo puede evitarnos padecimientos y degradación, sino que también puede evitarles a nuestros seres queridos situaciones dolorosas y desgastantes, además de que pueden quedar desprotegidos económicamente por las sumas considerables de los gastos médicos. Por eso, además de realizar nuestro documento de “voluntades anticipadas”, es imprescindible luchar para que se legisle sobre el bien morir. Hoy, en México, se requiere una ley que avale el suicidio asistido. Hay una cruel paradoja: las personas sanas logran suicidarse sin problemas, pero cuando una enfermedad limita las posibilidades de un cuerpo, se requiere ayuda para quitarse la vida. Tal es el famoso caso de Ramón Sampedro, que el cineasta Alejandro Amenábar consignó en la película Mar adentro. En ese tipo de circunstancias limitantes, la ayuda de una tercera persona es crucial, pues no es posible suicidarse sin asistencia. Es obvio que los grupos religiosos, que consideran que como Dios da la vida nadie tiene derecho a quitarla, pondrán todo tipo de obstáculos en el camino que se siga en busca del derecho a terminar de buena manera con la vida. Sin embargo, en un Estado laico como México, donde ya es una realidad el testamento en vida sobre las disposiciones que queremos que se tomen cuando nos ocurra un accidente que nos deje incapacitados para expresar nuestra voluntad, el siguiente paso adelante es legislar el suicidio asistido. Todas las personas vamos a morir. La posibilidad de elegir hacerlo a tiempo evitando dolores y problemas debería ser un derecho de todas. Parafraseando a nuestro Benemérito: El respeto al suicidio ajeno es la paz.

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