Lecturas

martes, 2 de abril de 2013 · 14:07
MÉXICO, D.F. (apro).- Pues sí, estoy de acuerdo en que, en estos momentos históricos tan conflictivos ente la palabra escrita y la imagen, los poderes considerados columnas de la sociedad, o sea, los poderes públicos y privados determinantes en lo social, estén haciendo tanta y tan intensa publicidad para que todos dediquemos al menos veinte minutos diarios a la lectura y, en especial, se fomente el hábito de la misma en los niños, el futuro humano, según trillada frase… ¡pero cuidado, mucho cuidado!, pues si la lectura puede ser camino de perfección, de progreso y hasta de salvación del individuo, igualmente puede convertirse en camino de trivialización, de degradación y hasta de perdición de las personas y, por consiguiente, de la sociedad de la que forman parte… para comprobarlo, no hay más que recordar que las llamadas religiones del libro, sus seguidores, judíos, cristianos y mahometanos, en el pasado fueron, como ninguna de las otras, los protagonistas de las más brutales, sangrientas y estúpidas guerras religiosas… y en la actualidad, sus respectivos creyentes, los más fanáticos de las mismas, son los que tienen con el ¡Jesús! en la boca al resto de los mortales. Estas palabras, pronunciadas por el que llevaba la voz cantante en la mesa situada a mis espaldas en el restaurante donde estaba comiendo, hicieron que, faltando a la más elemental urbanidad, que recomienda no escuchar la conversación a la que no se ha sido invitado a participar, paré oreja para lo que vino a continuación. Por considerar que puede ser de interés para más de uno, es el motivo de que un resumen de lo que seguí oyendo lo ofrezca a la consideración de los estimados lectores en la presente a este buzón. Bueno es recordar y no olvidar, continuó diciendo la misma voz, que durante siglos, en el medioevo, la Iglesia fue la dictadora de todo lo que había y era legítimo pensar, decir y, en consecuencia, obrar, por lo que puede decirse que esos dictados se convirtieron en dictadura religiosa al sujetar los mismos al pensar, el decir y el obrar de los individuos; dictadura porque consideraba que la única verdad era la que ella, la Iglesia, tenía y había sacado de su interpretación del libro de los libros, la Biblia; dictadura que, como todas, intolerante y enemiga de toda verdad que no fuera la suya, por lo que toda persona que se atrevido a expresar duda, criticara y más si se atrevió a rechazar ese pensamiento único religioso o el culto a la personalidad del papa en turno, fue perseguida, apresada, torturada no pocas veces con el piadoso deseo de salvar su alma al renegar de sus muy particulares pensares y decires, y si, por necio, así no lo hacía, condenado a la brutal e ignominiosa muerte en la hoguera. Afortunadamente, con el Renacimiento, el poderoso movimiento artístico, filosófico y social, debido principalmente al descubrimiento de la cultura greco latina, los viajes a ultramar, la invención de la imprenta y el espíritu crítico que lo animaba, fue socavando poco a poco el principio de autoridad única y el modo de razonar propio de la cosmovisión religiosa y absolutista de la Iglesia medieval de Occidente, a la que no le quedó más remedio que ir perdiendo posiciones, por lo que en unos 100 años, los que van del 1450 al 1570, tiempo del Renacimiento, sobre todo el mundo europeo, sufrió un verdadero terremoto en sus costumbres, formas de vivir, en su política y economía. Igualmente es bueno que recordemos y no echemos al olvido que los humanistas, es decir, los hombres que renovaron los estudios de las lenguas y las literaturas antiguas en el Renacimiento, guiados por su pasión de conocer y hasta por su insatisfacción por las maneras de ver e interpretar el mundo ya establecidas, en sus lecturas y análisis de los escritos fundacionales de la Iglesia: el Viejo Testamento, el Nuevo Testamento y los documentos de los padres de la Iglesia, fueron descubriendo que en muchos de esos textos fundacionales había alteraciones en sus traducciones, equívocos en su redacción e incluso falsificaciones, como lo demostró Lorenzo de Valla con la famosa DONACIÓN DE CONSTANTINO, que no era más que una mañosa superchería de la curia romana, por medio de la cual quisieron hacer realidad y legitimar su insaciable hambre de poder terrenal. Pienso que este ejemplo ilustra suficientemente lo que dije más arriba: que la lectura, la que sea, bien puede servir para extraviar al lector como ara llevarle a un buen puerto y afirma, como también dije al principio de la presente, que no es suficiente con leer lo que sea, si no que hay que saber como leer y para que. NOTA A LOS ESTIMADOS LECTORES: como esta carta es más larga que el espacio que este buzón dedica a las que se le envían, en próxima entrega se dará al estimado lector lo que falta de la misma.

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