El explosivo Cáucaso

viernes, 3 de mayo de 2013 · 22:30
MÉXICO, D.F. (apro).- Conflictos territoriales, terrorismo, radicalización musulmana, desempleo, pobreza, desindustrialización y corrupción son los condimentos que hacen del Cáucaso ruso, esa frontera entre Asia y Europa, una región cada vez más inestable y problemática. “En el Cáucaso norte hay una ‘guerra civil latente’: casi todos los días hay asesinatos, actos de terror, mueren policías, soldados y combatientes. Esto ya es normal, nos acostumbramos a eso. Somos indiferentes. El Cáucaso se convirtió en un factor de irritación que se aleja cada vez más de Rusia”, escribió Aleksei Malashenko, politólogo experto en islamismo, en un artículo que Nezavisimaya Gazeta publicó el 18 de septiembre de 2012. Para Malashenko, el Cáucaso en gran medida sigue sus propias leyes. “En el terreno de la mentalidad, de la cultura, se aleja de Rusia. ‘Si las leyes rusas no funcionan, que funcionen otras, basadas en nuestras tradiciones’, piensan muchos. La pertenencia a una enorme comunidad islámica de mil 500 millones de personas se ve más atractiva que pertenecer a una Rusia problemática que está en la periferia de la política mundial y que no puede competir económicamente con los países desarrollados”, agrego. Daguestán, el foco El Cáucaso ruso es habitado por cerca de 10 millones de personas, divididas entre las repúblicas de Adigea, Chechenia, Daguestán, Ingusetia, Karachevo Cherkesia, Kabardino Balkaria y Osetia del Norte, donde conviven cerca de 60 etnias, muchas de ellas de religión musulmana. Daguestán, con una población de 3 millones de personas, es el centro de las preocupaciones de Moscú. En enero de 2013 el presidente Vladimir Putin echó al jefe de gobierno, Magomedsalam Magomedov, y lo reemplazó por el diputado Ramazan Abdulatipov. En abril, el Parlamento eliminó las elecciones directas para gobernador, que será nombrado por la Duma. El nuevo presidente encontró una situación caótica: el gobierno, dijo, “ha sido destruido completamente y deberemos construirlo de nuevo, la educación está destruida, la mayor parte de la tierra cultibable ya no se usa para la agricultura, el desempleo juvenil es muy alto, no logramos llenar las filas de reservistas del ejército, y el extremismo y el terrorismo siguen siendo los principales problemas”. Abdulatipov llamó a la población a ayudarlo para librar a Daguestán de “ladrones corruptos en el poder”, según declaraciones que hizo a la emisora radial Echo Moscú. En 2012 se registraron 225 actos terroristas, un tercio de los cometidos en todo el Cáucaso norte, y el blanco preferido fueron las fuerzas de seguridad. La creación de bandas armadas ilegales refleja la radicalización existente, pues estas agrupaciones se nutren de los jóvenes, muchas veces educados y calificados, pero desempleados y sin perspectivas. Ante esta situación, el año pasado el Kremlin decidió trasladar 17 puestos de control desde Chechenia hacia Daguestán, y está organizando “brigadas populares” para detener a los grupos armados. “Vivimos como en un volcán”, señaló un daguestaní a la Radio Echo Moscú. “La gente no está contenta con su situación económica, la desigualdad creciente, la corrupción, el desempleo, la calidad de la educación y de la salud. Según una encuesta del Centro Levada, en relación con otras repúblicas, en Daguestán se observa el nivel más bajo de expectativas de un mejoramiento de la situación (38.2%) frente a un 45.5% promedio en el resto del Cáucaso norte. Existe una sensación de no haber salida, que es la base del radicalismo religioso”, puntualizó Malashenko. De Cáucaso soviético al caos ruso Por el Cáucaso pasaron los mongoles, los persas y los turcos, hasta que los zares rusos lo conquistaron por la fuerza, tras una larga guerra que duró desde 1817 hasta 1864. Después de la revolución de 1917 se creó la República Soviética de las Montañas, abriendo un periodo de paz, pero en 1944, cuando los ocupantes alemanes fueron derrotados en la Segunda Guerra Mundial, Stalin decidió deportar a muchos de los pueblos del Cáucaso acusándolos de “colaborar masivamente” con los nazis. En total, 6 millones de personas fueron deportadas. En 1957, estos pueblos fueron rehabilitados colectivamente por Nikita Jrushev y autorizados a volver, pero en ese momento ya había nuevos habitantes instalados, en lugar de los antiguos, dando raíz a nuevos conflictos. En 1991, al desaparecer la Unión Soviética, los aires de libertad volvieron a soplar por el Cáucaso. El general checheno Dzojar Dudaev, comandante de una división de bombarderos nucleares del ejército soviético, se convirtió en una figura heroica al negarse a cumplir las órdenes de Moscú de reprimir a la población de los países bálticos que habían declarado su independencia. Al volver a Chechenia declaró la independencia, pero el presidente Boris Yeltsin no estaba dispuesto a permitir que Rusia se disolviera como sucedió con la Unión Soviética. En la navidad de 1994 el Kremlin envió al segundo ejército del mundo a aplastar la pequeña república de un millón de habitantes, pero los chechenos derrotaron al ocupante y conquistaron de facto su independencia. A fines de 1999, tras una serie de atentados terroristas supuestamente cometidos por rebeldes chechenos, el entonces primer ministro Vladimir Putin anuló la independencia e inició una segunda guerra, colocando a la república bajo control del Kremlin. Su actual presidente, Ramzan Kadirov, impuso el orden a sangre y fuego. Adiós a la tranquilidad Mientras Chechenia se pacificaba, los rebeldes musulmanes, dirigidos por Doku Umarov, organizados en el Emirato del Norte del Cáucaso, se refugiaron en las montañas y extendieron la rebelión a lo largo de la región. “Hay dos Cáucasos distintos: el de los tiempos soviéticos y el actual”, dice a Apro Anzhela Maguidov, una coreógrafa nacida en Majachkalá, la capital de Daguestán, que ahora reside en Moscú. “Antes vivíamos en paz. Nunca hubo un problema nacional, aunque nosotros tenemos 33 etnias distintas, con sus respectivos idiomas, pero todos hablábamos en ruso y teníamos relaciones amigables, había musulmanes, ortodoxos, ateos, pero vivíamos en paz”, cuenta. Añade: “Todo cambió al desaparecer la URSS. En los años noventa, la situación fue muy difícil: no había trabajo, se cerraron casi todas las fábricas, la gente empezó a vivir del comercio o de algún subsidio o pensión otorgado por Moscú, y las diferencias sociales se hicieron enormes. Hoy mi mamá recibe 11 mil 500 rublos de jubilación (cerca de 300 dólares), gracias a un médico que nos firmó un certificado de invalidez, pero la mayoría de las pensiones son de 4 mil o 5 mil rublos, una miseria”. Después, con las dos guerras –dice– mucha gente tuvo que irse de Chechenia, trasladándose a Daguestán y a otras repúblicas. “Chechenia se tranquilizó, pero la inestabilidad se trasladó a Daguestán, donde, aprovechándose de la pobreza, de la desilusión y de la falta de trabajo, reclutaron a los jóvenes para sus agrupaciones armadas”. Islamización Ante la impotencia del gobierno federal para resolver los problemas cotidianos, una parte significativa de la sociedad busca una salida en el Islam, que predica la justicia y la armonía social. Anzhela cuenta que ya no quiere dejar a sus hijas viajar a Daguestán para que visiten a su abuela, porque si bien no hay leyes contra las mujeres como en Chechenia, “ahora muchas usan velo, se cubren los brazos y las piernas, y se visten de una manera más discreta, porque es peligroso exponerse”. Como parte de esta islamización existe un crecimiento de las corrientes más radicales: wahabitas, salafistas y fundamentalistas. Existe un conflicto entre los salafistas y los islamistas tradicionales, es decir, entre los más ortodoxos y los moderados que durante décadas se adaptaron a las costumbres soviéticas y relajaron muchas de las normas del Islam, como por ejemplo, la prohibición de tomar alcohol. Como parte de este enfrentamiento, el año pasado fue asesinado el líder espiritual tradicionalista más importante de Daguestán, el sheik Said-afandi Chirkeiski. Ambas corrientes, radicales y tradicionales, persiguen un mismo fin: restaurar la ley islámica o Sharia, reislamizar la sociedad, aunque con métodos distintos. La diferencia es que los tradicionalistas se quieren mantener en el marco de la Federación Rusa, mientras que los radicales proponen separarse de Rusia y formar un nuevo Estado. Esto preocupa a Moscú, puesto que en toda Rusia hay 20 millones de musulmanes que habitan no sólo en el Cáucaso, sino en otras repúblicas como Tartaristán y Baskortostán, y que pueden seguir el ejemplo.

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