Cine: "En la casa", el laberinto entre un maestro y su discípulo
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Un profesor de lengua en un liceo francés, agobiado por la pereza, banalidad y falta de imaginación de sus alumnos, queda prendado con una tarea donde uno de ellos describe el fin de semana en casa de un compañero; lo más sabroso de la historia es que promete continuar. El maestro decide guiar los pasos del muchacho de 16 años para convertirlo en escritor, pero el chico fabrica un laberinto donde el propio mentor termina atrapado.
En la casa (Dans la maison; Francia, 2012), presente en el Tour de Cine Francés, está basada en la obra de teatro El chico de la fila de enfrente, del español Juan Mayorga; Francois Ozon, realizador y guionista, convierte la historia en una excursión maravillosa por los limbos de la ficción y la realidad, el cine y la literatura, el deseo y la seducción.
Las cartas que Ozon va poniendo sobre la mesa no son ninguna sorpresa: Germain (Fabrice Luchini), el profesor, es un escritor frustrado; su mujer (Kristin Scott Thomas) maneja una galería de arte moderno como escape desesperado a su matrimonio sin hijos; Claude (Ernst Umhauer), el alumno escritor, hijo abandonado, envidia la casa y la familia de su compañero Rapha, el objeto de su deseo es la voluptuosa madre (Emmanuelle Seignier) de este nuevo amigo por conveniencia. La sorpresa es el manejo de estos elementos, el suspenso y el voyerismo, digno de Hitchcock (La ventana indiscreta), que manipulan las expectativas del espectador.
Poco importa que el objeto del deseo de cada personaje se muestre elusivo, el premio es correr tras la presa, buscar atraparla, invertir los papeles. Sólo se trata de mantener vivo el apetito; el buen narrador, como la Sherezade de Las mil y una noches, tiene que hipnotizar al sultán con sus relatos, so pena de ser decapitado. Los bonos son leña para azuzar la hoguera: el olor de la mujer de clase media, como expresa el adolescente, o la fantasía con el mejor amigo, el espejismo del maestro escultor esculpiendo a su hijo escritor, la burguesa madre de familia que sueña con redecorar su casa, el padre de familia que admira a China, su tierra de nunca jamás.
Tampoco importa que Claude sea un narrador poco confiable, o que seduzca y haga trampa con esa mezcla de miedo y ternura que provoca; el chico de la fila de atrás accede a lo que ninguno de los adultos, desde el director de la escuela que exige uniformar a sus alumnos hasta la galerista que exhibe cuadros sin imagen para que el espectador imagine su propio cuadro, son capaces: manejar los hilos del deseo y mantener a los demás en vilo, sorprendiéndolos en cada episodio.
El código es el del maestro con su discípulo, el director con su público; Germain explica métodos y procedimientos narrativos; el mérito indiscutible de Francois Ozon es esta demostración de que el discurso literario, la enunciación misma del relato, puede ser tan excitante como una película de acción, y todo sin pedantería.
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