"Abre fronteras" Viglietti con su recital en el Cervantino

domingo, 13 de octubre de 2013 · 23:12
GUANAJUATO, Gto. (proceso.com.mx).- Con la bandera uruguaya al fondo y un par de mariposas revoloteando sobre el viejo casco de la hacienda San Gabriel de Barrera, el trovador Daniel Viglietti recuperó para el público del Festival Internacional Cervantino la prosa, la poesía y la música latinoamericanas, las que le han cantado al Che Guevara, han renegado del imperialismo del norte y aquéllas que siguen revolucionando porque le cantan, por ejemplo, a Chiapas. Llegó el cantor con el abrazo de un pueblo agradecido por el recibimiento que México dio a los exiliados por la dictadura, en esos tiempos difíciles del sur. Para quienes no conocen Uruguay, describe en sus primeros acercamientos con el público expectante y nunca decepcionado de reencontrarse con el músico de su adolescencia y de sus tiempos estudiantiles, en el horizonte de su planicie comienzan a aparecer molinos de viento. “Es el Quijote que sigue vivo”, pero que ha decidido no tocar esos molinos porque son de energía eólica. El diálogo está lleno de las referencias que para las generaciones presentes en la vieja hacienda de Guanajuato –escenario musical del FIC– fueron entraña, acompañamiento juvenil, actos de rebeldía incipientes. “Los vientos del Uruguay ahora soplan del lado del pueblo”, pronunció uno de los últimos íconos de la llamada nueva trova latinoamericana, quien elevó a los aires guanajuatenses un repertorio acompañado por Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui, Alfredo Zitarrosa y Víctor Jara, entre otras voces del género. Viglietti (Montevideo, 1939) apareció así sin más, con su guitarra, un suéter gris y boina del mismo color. Una guitarra que, como todas las guitarras latinoamericanas, “peleando aprendió a cantar”. Y se sucedieron las milongas, las canciones de cuna que al trovador de la resistencia ante la dictadura uruguaya de los setenta le parece que sirven también para despertar, “despertar conciencias”, y aquellas otras que homenajean a personajes que no figuran ni figurarán en los libros que consignan la historia oficial, o las que consignan los momentos históricos que en esos libros se escribirán de otra manera. La guitarra de Viglietti es obligada a cambiar algunas afinaciones, como la historia misma “a veces tenemos que cambiarla”, dice. Y le canta no sólo a Ernesto Guevara, sino también a Amparo Ochoa; a la maestra Elena Quinteros secuestrada por la dictadura y que nunca apareció; al estudiante inconforme, al líder cañero, pero también a los paisajes de su tierra, a Chiapas “donde están creciendo Zapatas, como si Emiliano volviera a luchar”. Y le canta al amor, al “amor par” como lo define, porque todas las canciones son de amor aunque de amores distintos. A fin de cuentas, dice a su público del Cervantino, “hoy abrimos todas las fronteras en este recital”. Por esas fronteras abiertas entró Mario Benedetti, un uruguayo “que era de todos” y con las coplas de Violeta Parra en la canción “El diablo en el paraíso” se intercala una frase sarcástica, esperanzadora: “Un torturador no se redime suicidándose, pero algo es algo”. Antes de concluir este recital –uno de los más esperados de este fin de semana y así lo demostró el recinto repleto– Viglietti cantó una canción nueva de su repertorio, inédita, “Ojaleando”, que mantiene el reclamo elevado, la esperanza al límite: “Ojalá los ojalaes no se borren/ y el imperio no misile nuestros límites”.  

Comentarios