Sochi: Peligro latente

jueves, 9 de enero de 2014 · 12:07
Los atentados suicidas en la ciudad de Volgogrado –que provocaron la muerte de 34 personas– no fueron los únicos en territorio ruso durante 2013. El sitio de internet kavkaz-uzel.ru registra 32 ataques terroristas en ese año, y 81 de 2000 a la fecha, con resultado de mil 216 muertos y 3 mil 262 heridos. Las cifras reflejan un fenómeno: la política de mano dura del Kremlin no ha logrado frenar los afanes independentistas de las repúblicas del Cáucaso; por el contrario: las empujó hacia el radicalismo islámico. De cara a los Juegos Olímpicos de Invierno que se celebrarán en la ciudad de Sochi en febrero próximo, los expertos se preguntan: ¿cuándo y dónde ocurrirá el próximo atentado? MÉXICO, D.F. (Proceso).- Alexei Valento, de 12 años, su papá y su primo Alexandr Dolguij, de 11, se disponían a comprar boletos de tren a Moscú para las fiestas de fin de año. Aficionados al futbol, ya no volverán a jugarlo: murieron el pasado 29 de diciembre en el atentado suicida contra la estación de trenes de la ciudad de Volgogrado. Un día después una carga de explosivos hizo estallar un autobús del transporte público en esa ciudad. El resultado de ambos atentados fue de 34 muertos. Volgogrado quedó paralizada por el miedo. La gente desapareció de las calles, que se llenaron de agentes de las fuerzas de seguridad, quienes revisaron los paquetes de las señoras que suben a los autobuses y detuvieron a más de 700 personas. Las botellas de champaña para el brindis de Año Nuevo se quedaron en las góndolas de los supermercados al tiempo que las redes sociales hervían de fotos de posibles sospechosos. Volgogrado volvió a ser noticia mundial, no por la memorable batalla de Stalingrado –como se llamaba antes esta ciudad– que en 1943 selló la suerte de la II Guerra Mundial cuando las fuerzas soviéticas derrotaron al ejército alemán al costo de 2 millones de muertos, sino por haber sido elegida por los rebeldes islámicos para sembrar el terror, a escasas seis semanas de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi, ubicado a 700 kilómetros de Volgogrado, en la costa del Mar Negro. Por primera vez en la historia de estos Juegos Olímpicos, el país anfitrión tiene un récord de 32 atentados terroristas en un año (2013), según el sitio web kavkaz-uzel.ru. Entre ellos se incluye el realizado en octubre último por una mujer suicida que hizo estallar sus explosivos en un autobús en Volgogrado, asesinando a seis personas. De hecho, según este mismo sitio, desde 2000 hasta la fecha en todo el territorio de Rusia se han cometido 81 actos terroristas con la participación de 123 suicidas –por lo menos 52 de éstos fueron mujeres–, como resultado de los cuales murieron mil 216 personas y 3 mil 262 quedaron heridas. Con todo, hasta antes de los atentados de diciembre parecía que la preocupación más importante del Kremlin consistía en neutralizar las protestas de atletas gays contra las leyes aprobadas por el Parlamento ruso que prohíben la propaganda homosexual, pero la realidad irrumpió en su forma más cruel.   La “vertical del poder”   Andrei Soldatov, jefe de redacción del sitio web agentura.ru, especializado en temas de seguridad, dice a Proceso: Si bien por ahora nadie se ha atribuido los atentados, “podemos con seguridad presumir que Doku Umarov, el líder del Emirato del Cáucaso, es responsable de cometerlos, por lo menos en su inspiración. El grupo que actualmente habría realizado los ataques parece estar basado en la República de Daguestán”. El Emirato del Cáucaso se ha adjudicado decenas de atentados, entre éstos los ataques suicidas de 2010 en el metro de Moscú, pero después de las masivas protestas políticas de 2011 y 2012 contra la reelección del presidente Vladimir Putin, Umarov declaró la suspensión de eventuales ataques dirigidos a población civil. En julio de 2013, ante la proximidad de la Olimpiada en Sochi, levantó la tregua al iniciar una campaña contra los juegos “satánicos”. Fundado por los independentistas chechenos, el Emirato del Cáucaso reúne a los rebeldes separatistas que aspiran a agrupar en una sola entidad islámica a las distintas repúblicas musulmanas que hoy pertenecen a la Federación Rusa: Chechenia, Ingushetia, Daguestán, Osetia del Norte, Kabardino –que integra a Balkaria y Karachevo– y Cherkesia. Para los pueblos del Cáucaso, sometidos en el siglo XIX por los zares, Sochi rememora muchas cosas: el mar Negro fue una vez la tierra de los circasianos, sangrientamente expulsados y deportados a Turquía por el ejército zarista en 1864. Muchas de las víctimas reposan en Krasnaya Polyana, el lugar que alojará el centro deportivo de montaña más importante de los Juegos Olímpicos de invierno. Por eso Umarov acusó a Moscú de realizar las competiciones “sobre los huesos de muchos musulmanes muertos”. Tras más de siglo y medio de dominación, el Cáucaso volvió a ser un nudo de aspiraciones nacionalistas, étnicas y religiosas después de la disolución de la Unión Soviética en 1991. Chechenia hizo punta al declarar su independencia. Las fuerzas armadas rusas la invadieron en 1994, pero fueron derrotadas y la república rebelde adquirió de hecho una enorme autonomía. El radicalismo islámico, influido por las sectas wahabitas cercanas a Al Qaeda, empezó a extenderse por todo el Cáucaso. En 2000, con la llegada de Putin al poder en Rusia, una nueva guerra barrió la autonomía chechena y empujó hacia las montañas a lo que quedaba de las formaciones combatientes. “En la actualidad, el conflicto en el Cáucaso norte es el más sangriento de Europa. Sólo en el año 2012 murieron allí 750 personas, y hubo cerca de 600 víctimas en los primeros nueve meses de 2013”, señaló Bárbara Pajomenko en la presentación del informe sobre el Cáucaso realizado por el Grupo Internacional de Crisis, publicado en el sitio web Kavkaz-uzel.ru. Una vez instalado en la presidencia, Putin retiró todas las garantías de autonomía que obtuvieron las repúblicas del Cáucaso tras la disolución de la Unión Soviética, y reinstauró lo que se dio en llamar la “vertical” del poder. En marzo de 2013, la Duma se desdijo de su promesa de restaurar la elección democrática de los jefes regionales al suprimir todo canal de expresión del descontento. “Casi dos décadas de comportamiento abusivo de los funcionarios encargados de hacer cumplir las leyes han erosionado la confianza de los ciudadanos en el reino de la ley y han empujado a muchos a las filas de la insurgencia islámica”, dice un largo informe del Grupo Internacional de Crisis publicado el 6 de septiembre de 2013. Rebelión generalizada   Pese a la enorme presión ejercida por las fuerzas de seguridad desde el 2000, el mal que se pretendió contener se viralizó, extendiéndose a las distintas repúblicas caucásicas. Lo que antes era una protesta secular, centrada en Chechenia, que tenía como consigna política la independencia, ahora es una rebelión generalizada y radicalizada de un carácter cada vez más islámico. “No se trata sólo de Chechenia, sino de Ingushetia, Daguestán, Kabardino-Balkaria, y toda la región del Cáucaso norte, que se está deslizando hacia la inestabilidad”, dice Andrei Soldatov a Proceso. Daguestán, la mayor de las repúblicas de la región, con 3 millones de habitantes y donde conviven 30 nacionalidades distintas, se ha convertido en el nuevo epicentro del islamismo radicalizado. Esta república cobró fama mundial tras los atentados en la maratón de Boston de abril de 2013 en Estados Unidos, que fueron cometidos por dos jóvenes chechenos cuyas familias vivían en Daguestán. Los dos perpetradores de los atentados de Volgogrado parecen provenir del mismo lugar. El gobernador de Daguestán, Ramazan Abdulatipov, nombrado por Putin en enero de 2013, tenía como misión adoptar las medidas represivas necesarias para frenar cualquier tipo de ataque de cara a la Olimpiada de Invierno. Abdulatipov abolió los planes de rehabilitación para los insurgentes, las madrasas (escuelas donde se enseña El Corán), las mezquitas y otros lugares religiosos, con lo que obligó a muchos musulmanes a irse de la república, además de que detuvo a sus familiares y destruyó sus casas. “La presión aplicada a los musulmanes en Daguestán ha llevado a la radicalización a gente que era muy moderada”, sostiene Gregori Shvedov, el editor del sitio Kavkaz-uzel.ru. “Personas que hasta hace seis meses pertenecían a organizaciones opositoras legales, ahora son radicales y algunas han tomado las armas”, dice. Lo que más preocupa a las autoridades es el creciente número de rusos étnicos que se convierten al Islam, como Pavel Pechenkin, el suicida que hizo explotar la bomba en el autobús de Volgogrado el pasado 30 de diciembre. Él era un joven enfermero, de una familia ortodoxa, que se convirtió al Islam, cambió su nombre y en 2012 se vinculó a una banda en Daguestán. “Cada vez más jóvenes rusos se unen a la insurgencia porque no pueden encontrar ninguna otra cosa que le dé un sentido a su vida”, señaló Alexei Malashenko, presidente del programa Religión, Sociedad y Seguridad del Centro Carnegie de Moscú, en entrevista a la radio Vesti el pasado 30 de diciembre. Las “viudas negras”, esposas de militantes islámicos asesinados, o mujeres rusas convertidas al Islam, como la que se detonó en el atentado de octubre en Volgogrado, constituyen el otro gran temor de las autoridades. “Este es un fenómeno masivo muy difícil de contrarrestar”, agregó Malashenko. “El objetivo es asustar, mostrar que quienes realizan acciones terroristas pueden actuar como quieran y donde quieran, mostrar la debilidad de las fuerzas de seguridad”, concluyó. En los últimos meses, las autoridades han adoptado medidas extraordinarias para intentar garantizar la seguridad de los Juegos Olímpicos de Invierno: Sochi está virtualmente cercada por los militares, y el Servicio Federal de Seguridad (FSB, por sus siglas en ruso) está poniendo en práctica todos los recursos de vigilancia electrónica en teléfonos móviles, correos electrónicos y conexiones a internet…Pero estas medidas fueron insuficientes. Andrei Soldatov critica la falta de eficacia de dichos servicios. Asegura que éstos tienen muchos “problemas de coordinación y de compartir la información entre las agencias y entre los departamentos, fundamentalmente por falta de confianza entre ellos. Estas dos cosas, recoger información y diseminarla, son fundamentales para prevenir los ataques terroristas”. El conocido escritor Boris Akunin escribió el 30 de diciembre en su página de Facebook: “En su momento explicaron que el nombramiento del jefe de la FSB, Putin, como presidente, era para luchar contra el terrorismo. Pasaron muchos años, durante los cuales, bajo ese pretexto, construyeron una ‘vertical’, y todo se supeditó al mandato de los miembros de los servicios de seguridad”, pero Volgogrado demostró que Putin no pudo cumplir su misión. “Las medidas represivas y la pena de muerte no resuelven nada. La lógica vertical no sirve. Se necesita una lógica horizontal: diálogo, división de poder, medios de comunicación independientes”, concluyó el escritor. Ahora surgen tres preguntas: ¿Cuándo será el próximo atentado? ¿Dónde se realizará? ¿Quién lo cometerá?

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