Los yihadistas de Occidente

viernes, 6 de junio de 2014 · 21:54
MÉXICO, D.F. (apro).- El pasado 1 de junio se dio a conocer que en Marsella había sido detenido un yihadista francés de 29 años, de nombre Mehdi Nemmouche, a quien se señala como el presunto autor del atentado perpetrado el 24 de mayo contra el Museo Judío de Bruselas, en el que murieron cuatro personas. El sospechoso fue detectado durante un control fronterizo, al llegar en un autobús que hacía la ruta Amsterdam-Bruselas-Marsella, llevando en su equipaje un fusil Kaláshnikov, un revolver, abundantes municiones y propaganda yihadista. Nadie explicó cómo pudo abordar el vehículo y hacer todo ese trayecto con tal arsenal a cuestas, sobre todo cuando ya había sido boletinado por los servicios de seguridad franceses. Nacido en Roubaix, una localidad francesa cercana a la frontera con Bélgica, Nemmouche ya había sido condenado y encarcelado en varias ocasiones por delitos comunes. En la cárcel, precisamente, fue donde se radicalizó, por lo que la policía le seguía los pasos. Pero después de su última excarcelación, a fines de 2012, partió al extranjero y desapareció. Se habría ido a Siria, a luchar con el Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL), un grupo yihadista vinculado con Al Qaeda al que se relacionó con el secuestro de cuatro periodistas franceses. Tras permanecer ahí más de un año se desplazó a Malasia, Singapur y Tailandia, en un supuesto intento de borrar su paso por Medio Oriente antes de volver a Europa. Evidentemente lo logró. En enero pasado, dos adolescentes de Toulouse desaparecieron y reaparecieron tres semanas después en la frontera de Turquía con Siria. Retenidos ahí por las autoridades turcas y repatriados a Francia, según sus abogados fueron engañados por una red islamista que los convocó a llevar “ayuda humanitaria a los hermanos sirios”, cuando en realidad se trataba de entrar en combate. Asustados, los chicos habrían contactado a sus padres. Miembros ambos de familias musulmanas asentadas en Francia, uno de ellos sin embargo había manifestado su admiración por Mohamed Mera, el yihadista solitario que en febrero de 2012 asesinó a cuatro personas en un colegio judío y luego se atrincheró en su vivienda hasta ser abatido dos días después, no sin antes matar a tres guardias franceses. En diciembre pasado, otro joven vecino de Toulouse seducido por el islamismo radical murió en un atentado suicida cerca de la ciudad siria de Homs. No son casos aislados. El miércoles 4, durante la rueda de prensa posterior a la Cumbre del G-7 en Bruselas, el presidente de Francia, François Hollande, informó que unos 30 ciudadanos franceses han muerto en Siria y otros 300 siguen ahí combatiendo. En total, los que se han sumado a la yihad se calculan entre 600 y 700. Así, Hollande hizo un llamado a sus homólogos europeos a “colaborar más en materia de inteligencia”; y al día siguiente se reunieron en Luxemburgo los ministros del Interior de la Eurozona, para analizar cómo enfrentar la amenaza terrorista que significa para los Estados miembros el retorno de yihadistas europeos que vuelven radicalizados y entrenados después de combatir en Siria. Datos recientes de la Unión Europea indican que más de 2 mil de sus ciudadanos han dejado su relativamente cómoda vida en Occidente para combatir en Siria, y serían por lo menos mil 500 más si Turquía no los hubiera expulsado antes de cruzar hacia allá, según el diario turco Haberturk. Y eso sin contar con los que pudieran haber ingresado por otras fronteras. “Europa está salpicada de familias en las que uno o más miembros desaparecieron un buen día y no volvieron a dar señales de vida sino hasta que estaban en Turquía, o incluso en Siria”, reporta el periodista Ignacio Cembrero de El País. La mayoría (80%) son musulmanes, pero hay quienes apenas hace poco se convirtieron al Islam y aun de otras confesiones. Provienen principalmente de Alemania, Bélgica, Dinamarca, España, Francia, Holanda, Reino Unido y Suecia. El sangriento conflicto sirio se ha evidenciado como un catalizador de este fenómeno. De acuerdo con investigaciones del Centro Internacional de Estudios de la Radicalización, con sede en Londres, de 2012 a la fecha el flujo de combatientes extranjeros hacia Siria se ha triplicado y alcanza por lo menos unos 10 mil; 20% son europeos y el resto de países musulmanes del norte de África y Medio Oriente. Lo preocupante es que estos voluntarios no se han incorporado al moderado Ejército Sirio Libre (ESL), cada vez más a la baja, sino a grupos como el Frente al Nusra (FN) o al EIIL, vinculados con el salafismo y Al Qaeda. Y lo que preocupa más todavía a las autoridades europeas, es que quienes logren sobrevivir regresen a “hacer la yihad en casa”; como de hecho ya ocurrió con los atentados de Madrid y Londres, el decenio pasado, y el sinnúmero de ataques pequeños que se suscita continuamente. Más allá de los acuerdos alcanzados en el marco del G-7 esta semana, desde el año pasado los gobiernos comunitarios ya han realizado cuatro cumbres de alto nivel con sus pares de Jordania, Marruecos, Túnez y Turquía para buscar la mejor forma de neutralizar esta amenaza. A las últimas dos se ha sumado Estados Unidos, temeroso de que los radicales europeos aprovechen las facilidades de visado para trasladarse a su territorio. La más reciente de estas reuniones se celebró en Bruselas el 7 de mayo, apenas dos semanas antes del atentado contra el Museo Judío de esa ciudad, perpetrado presuntamente por Nemmouche. Uno de los problemas es que la lucha antiterrorista sólo tiene competencia nacional, mientras que el pasaporte comunitario permite a los radicales europeos pasar incontroladamente de un país a otro. De ahí el llamado de Hollande a la colaboración. El objetivo es coordinar medidas de prevención como los controles policiales, la vigilancia en Internet y las labores de integración social, con el fin de disuadir a los ciudadanos europeos de filiación musulmana de partir a Siria o a otros lugares donde se libre la “guerra santa”. Pero también se requiere de una mayor capacidad de inteligencia e identificación en los cruces fronterizos, tanto intra como extraeuropeos, para quienes ya han decidido dar este paso. Y es que hasta ahora los resultados para contener el extremismo islámico dentro del espacio comunitario son más bien modestos. En la reunión, el coordinador de la Unión Europea para este tema, Gilles de Kerchove, hizo varias sugrencias; la principal y que planea extenderse a toda Europa, es un cambio en la definición de terrorismo, de modo que también incluya el entrenamiento pasivo como delito. Bélgica y Francia ya penalizan esta conducta. Bélgica, que en proporción con el total de su población es el país europeo con más combatientes en Siria (200), ya ha optado también por retirar las prestaciones sociales a quienes incurran en estas prácticas. Dinamarca y Holanda, igualmente con cientos de casos, decidieron retirar el pasaporte a cualquiera de sus ciudadanos que quiera ir o haya ido a combatir allá. En abril pasado La Haya le negó el reingreso a Khalid K., un ciudadano de origen iraquí, después de que apareciera junto a cinco cabezas cortadas en un video filmado en Siria. Por su parte, la Coordinación Nacional para la Lucha contra el Terrorismo y la Seguridad ha puesto en marcha un plan para detectar extremistas que rebasa las fuerzas policiales. Según el periódico Algemeen Dagblad, se trata de un conglomerado de 5 mil personas que incluye a maestros, directores de escuela, asistentes sociales, funcionarios municipales, médicos, enfermeros y más, que tengan trato con jóvenes desfavorecidos. Hasta ahora, a 11 se les ha retirado el pasaporte, dos han sido juzgados por intento de asesinato y apología de la yihad, cuatro puestos bajo vigilancia, otro tanto vio bloquedas sus cuentas bancarias y a varias decenas se les retiraron los subsidios sociales. Según el ministro de Exteriores, Frans Timmermans, diez combatientes holandeses han muerto en Siria, 120 siguen ahí y unos 20 han regresado a casa. El Reino Unido no da cifras precisas, pero también calcula que cientos de sus ciudadanos se han enrolado para ir a Siria. El gobierno tiene constancia de la muerte en ese país de cuando menos una veintena y este año 40 británicos musulmanes han sido detenidos a su regreso, el doble de 2013. En un intento de contrarrestar este flujo, las fuerzas antiterroristas británicas han hecho un llamado a las mujeres de la comunidad musulmana para que disuadan a sus maridos, hijos y hermanos de viajar a Siria como combatientes yihadistas. La campaña, centrada en Londres, Birmingham y Manchester, no ha tenido el éxito esperado, ya que muchas de ellas temen denunciar a sus familiares por temor a represalias o a ser catalogadas ellas mismas como terroristas. Pese a su vecindad fronteriza con el Magreb africano, a los atentados de 2004 en Madrid y a varios otros episodios que han involucrado a extremistas islámicos, los servicios de inteligencia de España reconocen que no saben cuántos ciudadanos españoles se han ido a combatir a Siria, quiénes son, dónde están y si han regresado. Se habla de un centenar de combatientes, seis muertos en ataques suicidas y un retornado. Según una investigación del Real Instituto Elcano, hasta diciembre de 2013 eran “exactamente 17” (11 ciudadanos españoles y 6 marroquíes avecindados en España) los que se habían ido a librar la yihad en Siria. La mayoría no tenía una trayectoria radical hasta el estallido del conflicto, con una excepción notable: Mouhannad Almallah Dabas, quien fue procesado, condenado y luego absuelto por los atentados del 11-M. Luego se fue con su hijo a Siria, donde se incorporó al FN. Según los investigadores Fernando Reinares y Carola García-Calvo, se trataría de una bien articulada red hispano-marroquí, cuya base principal estaría en los enclaves de Ceuta y Melilla, pero con células en Cádiz, Girona y Málaga. Además del indoctrinamiento salafista y el entrenamiento militar, la red proporcionaría incentivos económicos a las familias de quienes decidieran ir a combatir. El 14 de marzo pasado, el ministro del Interior español, Jorge Fernández Díaz, anunció que había sido desarticulada “la más activa e importante célula yihadista de España”, que había enviado a “decenas” de combatientes a los conflictos de Siria, Malí y Libia, y que tenía ramificaciones en Marruecos, Bélgica, Francia, Túnez, Tuquía y hasta Indonesia. Se trató de una operación policial conjunta entre España y Marruecos, iniciada hace diez años, que culminó con siete detenidos, conspícuamente Mustafá Maya Amaya, nacido en Bruselas, convertido al Islam, naturalizado español y casado con una marroquí, quien desde su casa en Melilla se dedicaba a reclutar a través de Internet a los potenciales yihadistas. Se trata tan sólo de una muestra de lo que ocurre en Europa, ya que prácticamente no hay un solo país de esa zona que no tenga algún ciudadano combatiendo en la yihad, ya sea en Siria o en cualquier otra parte del mundo. Lo que evidentemente falta son datos. Una mención final, sin embargo, merece Estados Unidos. Apenas el 30 de mayo pasado, Washington identificó al primer ciudadano estadunidense involucrado en un atentado suicida en Siria. Se trata de Moner Mohamad Abu-Salha, un joven de 20 años, al que The New York Times identificó como procedente de Florida, pero con origen familiar en el Medio Oriente. Integrado al FN, detonó un coche-bomba en la localidad norteña de Idlib. Según la Agencia Central de Inteligencia (CIA), unos 70 ciudadanos estadunidenses podrían estar combatiendo con alguno de los grupos yihadistas en Siria. Sin embargo lo que más le preocupa a la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) es que puedan estar siendo entrenados para realizar actos terroristas en otras partes del mundo. Por eso se han sumado a las preocupaciones de Europa sobre el retorno de los yihadistas occidentales.

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