¿Por qué brinca José Agustín?*

sábado, 23 de agosto de 2014 · 09:38
MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- José Agustín y Gustavo Sainz ya trabajaban en la revista Claudia cuando el director editorial Jorge DeAngeli me aceptó como reportero. Se trataba de un proyecto ambicioso: lanzar en México —la editorial Abril en sociedad con el periódico Novedades— una revista femenina de lujo, decían, como Marie Claire o Vogue. Y así apareció, tras varios meses de preparación, Claudia de México hermanada con Claudia de Brasil y Claudia de Argentina. Fue en las oficinas de aquella redacción donde conocí a ese muchachito de 21 años que usaba su segundo nombre como apellido: José Agustín a secas, sin el Ramírez. Aunque era relajiento, desenfadado, antisolemne, cumplía con puntualidad las órdenes de trabajo que nos impartía DeAngeli. Verbigracia: investigar cuáles eran los mejores colchones, o cerraduras, o licuadoras, que se podían conseguir en México; redactar consejos de belleza y el horóscopo mensual (José Agustín inventaba sin escrúpulos las predicciones); viajar a Acapulco o a Mérida o a Mazatlán para realizar reportajes turísticos. Eso no le impedía al veinteañero aprovechar los huecos que le dejaba libre su chamba, o en las noches, en su casa, para escribir la novela que lo haría famoso de sopetón: De perfil. Me asombraba y me asombró siempre la velocidad con que José Agustín tecleaba utilizando únicamente el índice de su mano derecha picoteando la Olivetti. También su imaginación desbordada y el aprovechamiento del lenguaje coloquial de los jóvenes de entonces que inventaba giros y rompía reglas. Con él y con Gustavo Sainz —que luego de Gazapo empezaba a diseñar Obsesivos días circulares— convertimos la oficina de Claudia, a ratos, en un taller literario: fecundo intercambio de textos, opiniones, sugerencias. Desde los borradores iniciales me entusiasmó De perfil. No se lo dije abiertamente a su autor, para no envanecerlo, pero me sentía privilegiado por estar descubriendo a un muchacho que desde su condición de muchacho narraba testimonialmente su mundo inmediato con ardides de gran escritor. Esa era la gran verdad porque no sólo los personajes de José Agustín eran desmadrosos; él mismo vivía el desmadre para escándalo de sus jefes en la vida cotidiana de la revista. Un día se le ocurrió poner cojines sueltapedos en las sillas de todo mundo. Otro, llenó de sal las azucareras para el café. Y en una ocasión se introdujo en el despacho del gerente Sodupe —un hombre solemne como el que más— y con una navajita, por el reverso de los botones del saco negro colgado en el perchero, cortó uno a uno, finalmente, los hilitos que lo sujetaban. Cuando el señor Sodupe llegó y se puso el saco para salir a una reunión importante, los botones desenhebrados cayeron al suelo como canicas. Desde nuestro escondite miramos divertidos la travesura. José Agustín reía y reía dando brinquitos. Más risa, más brinquitos. Apenas concluyó José Agustín la versión definitiva de De perfil y la llevó a la editorial Joaquín Mortiz, Gustavo Sainz y yo fuimos con Díez-Canedo para recomendársela con entusiasmo. Él nos pidió que aguardáramos a que la leyera, como lo hacía en ocasiones, sin recurrir a informantes. No tardó mucho, una o dos semanas. —¿Le gustó, don Joaquín? Adivinábamos que sí, pero se hizo el remolón. Era una novela larga para la serie El Volador sólo destinada a libros breves, pero muy prematura, dijo, para Novelistas Contemporáneos. No tenía otras colecciones donde podría caber la novela de un chamaco desconocido. —Pero sí le gustó, don Joaquín. —Déjenme pensarlo. José Agustín comía ansias: —Si él no me la publica, se la voy a dar a Giménez Siles para Empresas Editoriales. —Espérate, nada mejor que Joaquín Mortiz. Por fin lo mandó llamar Díez-Canedo. Yo lo acompañé. —En Novelistas Contemporáneos definitivamente no. La vamos a sacar en El Volador aunque sea en un tipo diez en once. —¿De veras? —pregunto José Agustín emocionado. Giró para mirarme, feliz, y se puso a dar de brinquitos en la oficina de la editorial. Semanas después fui a comer al Bellinghausen con Joaquín Díez-Canedo. A pesar del ruido le tenía fidelidad al restorán. Me preguntó: —Oiga, ¿por qué brinca José Agustín? —Así es él cuando se pone muy contento con algo, le da por brincotear de puro gusto. —Está muy loco ese muchachito, ¿no? Tenía razón Díez-Canedo. José Agustín estaba y ha estado siempre loquito. Es, para mí, un loco genial. *Tomado de la Revista de la Universidad de México. José Agustín cumplió 70 años el pasado 19 de agosto.

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