Los universitarios de La Montaña y su lucha contra la discriminación y el olvido

jueves, 25 de junio de 2015 · 12:26
REGIÓN DE LA MONTAÑA, Gro.- Cuando la asistencia humanitaria por las inundaciones de septiembre de 2013 en Guerrero parecía que iba a limitarse a Acapulco y a algunas ciudades, y en el mapa de la tragedia esbozado por el gobierno no figuraba el sufrimiento de los habitantes de la incomunicada y siempre discriminada región de La Montaña, unos universitarios montañeses caminaron varios días-lodo, cruzaron ríos ingobernables y superaron filos de varios abismos para romper el cerco del aislamiento y lanzar un SOS que tronó duro en los sordos oídos de los políticos. “La Montaña también es Guerrero”, era el desesperado mensaje cargado con los lamentos que se escuchaban en los pueblos por los puentes y caminos trozados, el ganado y las milpas ahogadas, las casas y pueblos arrasados, los hombres y mujeres arrastrados por el agua. Era un lamento, un grito, un reclamo musitado en lenguas indígenas que obligó que La Montaña se hiciera presente, al menos en el discurso de los políticos que aceptaron que hasta esa zona donde se incuba la pobreza extrema, la ayuda no había llegado. Poco tiempo después en el cielo comenzaron a aparecer algunos helicópteros con escuetas despensas. La llamada de atención en plena emergencia la hicieron posible estudiantes de la Licenciatura en Desarrollo Comunitario Integral en la Universidad Pedagógica Nacional del campus Tlapa, la carrera que estaba por concluir Antonio Vivar Díaz, Toño, el joven líder del Movimiento Popular Guerrerense que promulgaba el boicot electoral y quien fue asesinado por la Policía Federal en Tlapa el domingo de las votaciones. Este reportaje da cuenta de la savia que alimenta los ideales de esta nueva generación de universitarios provenientes de la zona más pobre de México, donde los alumnos como Vivar refuerzan la conciencia, recuperan sus raíces y se involucran en las luchas de sus pueblos. *** Fue una mañana a principios de octubre de 2013 cuando algunos de esos universitarios que durante las inundaciones repintaron en el mapa de México a la borrada Montaña y a sus 19 municipios se reunieron en el auditorio de la UPN de Tlapa para enseñar los hilos invisibles que sostuvieron su hazaña durante los días de tormenta e incomunicación. Explicaron entonces que cuando se dieron cuenta de la tragedia entre los alumnos y maestros se dividieron en equipos para recorrer municipios que permanecían aislados. Al menos uno de cada grupo debía hablar me’phaa o na savi para traducir las respuestas que daba la gente sobre las afectaciones de las lluvias y las principales necesidades. La primera del grupo en exponer su participación fue la joven Lucrecia Rodríguez Santiago, oriunda de Chilacayotitlán, quien se anotó para ir a los municipios de Metlatónoc y El Monte. Narró: “Salimos el viernes (21 de septiembre) a las seis de la tarde, para llegar las comunidades nos tuvimos que trepar de carro en carro pidiendo que no nos cobraran, nos fuimos encima de un camión de refrescos trepados, cruzamos un río a riatazo porque el río está grande, nos agarró la noche, hicimos caminatas de seis horas, estuvimos en camino dos días y medio para ir a los pueblos a avisar a los comisarios de que habría una reunión en La Ciénega donde podrían contar sus inquietudes por las consecuencias del huracán”. El auditorio estaba lleno de estudiantes de la Licenciatura en Desarrollo Comunitario Integral, una carrera fundada en 2003 pero reconocida hasta 2007, que con sus planes de estudio enraizados en esta tierra, y trabajos de campo en las comunidades, pretende formar a líderes comunitarios comprometidos con sus pueblos. La emergencia ocasionada por “Manuel” fue su prueba de fuego. “Me conmovió que en Metlatónoc me dijeron: ‘Nadie ha venido, nadie se ha preocupado, que bueno que vinieron ustedes que tienen conocimiento y estudios para que presenten con los gobiernos lo que pasó con las casas y cultivos’. Da cosa que hay más preferencia por Malina que por Cochoapa o Metlatónoc”, dijo la joven. Los compañeros escuchaba en silencio su relato sobre los héroes anónimos que encontró intentando remendar sus caminos rotos. Su compañero de equipo, un joven llamado Eloy (pelo engominado, camisa moderna), explicó lo que motivó su locura: “Nuestra preocupación no sólo viene de que somos estudiantes, sobre todo es porque venimos de las comunidades y en las comunidades hacemos nuestras prácticas. ¿Cómo nos íbamos a quedar sentados en el escritorio escribiendo de los pueblos? Hay que estar de lado de la gente porque si no estábamos cuando más sufrían ¿con qué cara vamos a ir después?”. Al ver a aquellos jóvenes valientes los comisarios se sintieron motivados a ir a la reunión convocada en La Ciénega para que el gobierno pudiera escuchar la palabra de los pueblos, sin intermediarios, sin partidos políticos de por medio, pues los presidentes municipales hasta ese momento no se habían aparecido en las comunidades. Eloy dijo conmovido que en una comunidad los damnificados se cooperaron para pagarle un pasaje de regreso a Tlapa para que llevara su palabra. Ese día que dio su testimonio estaba preocupado porque no sabía cómo la estaba pasando su propia comunidad. La joven Griselda Olivares Candia, participante de equipo integrado sólo por mujeres que recorrieron siete comunidades de Copanatoyac, relató que la gente que encontraba le decía que en el municipio no habían hecho caso a sus pérdidas “porque son indios no los toman en cuenta” y que el gobierno sólo había ayudado a las zonas turísticas. Uno a uno se pasaban la palabra estos jóvenes que iban desgranando los sacrificios hechos para cumplir con su misión: “comimos atún”, “atravesamos por el río porque no había puente”, “los del gobierno del estado nomás tomaban fotos y se iban, no llevaban ni dónde anotar”, “dormimos en la comisaría, con frío, sobre agua”, “nos acostamos al borde de la carretera”, “nos subió un maestro en su carro”, “nos fuimos encima de un carro de Pepsi, agarrados a las botellas”, “no importó que sea tarde y esté lejos”, “ayudamos a los choferes a cargar cosas para que no nos cobraran”, “si la ida fue peligrosa el regreso fue peor”, “nos encontramos con derrumbes, lodos, pasos mortales, se fue poniendo difícil pero seguimos caminando”, “nos encontramos con la necesidad de la gente”, “veíamos niños descalzos”, “medicamentos no están llegando”, “la ayuda no llega fuera de las cabeceras”, “el náilon no nos protegió”, “caminamos mojados cargando la despensa”, “abajo estaba el voladero, esa parte es un precipicio peligroso, le llamaban el Paso de la Muerte”, “con una cuerda jalamos la camioneta”, “eran las 10 de la noche y no íbamos ni a la mitad del camino”, “la gente ya no nos dejó seguir porque somos mujeres solas y corríamos riesgos”, “el cerro se desgajó y no nos dejó pasar”, “no tenían alimentos los que no pudieron rescatar nada”, “la neblina estaba baja”, “lamentablemente no pudimos llegar”, “se siente feo no llevar más ayuda”, “las comunidades se organizaron, abrieron caminos solas”. Otra universitaria jovencísima, Verónica López García, dijo: “La verdad me entró temor porque casi caigo en un río y si caigo muero. Me entró el arrepentimiento por hacer venido, por no estar en mi casa. Al final me entró una satisfacción muy grande porque aunque soy de Tlapa y no vengo de ninguna comunidad pude ayudar a mi gente de la región de la Montaña. Después me pregunté si valió la pena que camináramos ocho horas y vi que sí porque los comisarios vinieron a la reunión”. Jesús, un joven de Tlacoapa estudiante del quinto semestre de la licenciatura, comenzó hablar de la deforestación como causa del desastre, del olvido de las enseñanzas de los ancestros, de la necesidad que existe de reamistarse con naturaleza. Con cada testimonio las gargantas se fueron haciendo nudo. A veces, a alguno de los jóvenes expositores les ganó el llanto. Una muchacha lagrimeaba cuando decía que los vecinos que arrastró el río podían haber sido sus familiares. Otros aún no sabían cómo estaba su familia. Una chica dijo decepcionada que no pudo entrar a Cochoapa, que aunque rodeó, subió cerros, bajó pendientes, no pudo avanzar y tuvo que regresarse. “Uno se pregunta por qué las autoridades se justifican de que no pueden llegar a ayudar a las comunidades si nosotros sí llegamos y no tenemos medios”, preguntó Antonio Santiago, un estudiante que llegó hasta los campamentos que los damnificados de San Miguel Amoltepec plantaron encima del panteón del pueblo al que le quedaron profundas estrías marcadas sobre la tierra. Hilos invisibles El convocante a la reunión de retroalimentación de esa experiencia fue el maestro Abel Barrera, “el antropólogo”, como todos llaman, quien hace 20 años fundó el centro de Derechos Humanos Tlachinollan, (Tlachi, como la gente le dice de manera cariñosa) que se ha convertido en la voz de los indígenas que habitan esta región donde se concentran los índices de la pobreza extrema de todo el país. Es también uno de los incubadores de la idea de crear la carrera de la UPN para que esos jóvenes que generalmente tienen vedado el acceso a las universidades, que escaparon de ser mano de obra en las pizcas de temporal como muchos de sus paisanos, puedan nutrir sus raíces y devolver sus conocimientos a las comunidades. El tuvo un papel fundamental para que el SOS fuera escuchado. Una vez que pasó el fin de semana de las fiestas patrias en el que la tormenta tropical “Manuel” se ensañó con Guerrero hizo lo imposible por abandonar el estado (ni siquiera la capital del estado tenía comunicación) y al llegar a Puebla redactó un comunicado denunciando que la Montaña –como ha ocurrido a lo largo de la historia-- había sido invisibilizada y necesitaba ayuda. Conforme se fue restableciendo la comunicación, en la página electrónica del centro se publicaron las primeras fotografías de los daños acompañadas de grabaciones con las voces de campesinos en desgracia, tomadas por colaboradores del centro y los universitarios de la UPN ahí presentes. “Ustedes tienen ese corazón grande para mirar cómo ayudar. Les tocó formarse ante tanta tragedia, ante tanto olvido, en medio del lodo, de la oscuridad, pero ustedes son la nueva generación que tienen que ayudar a la comunidad a levantarse, y lo están haciendo buen, apoyando, orientando, invitando, levantando la voz desde los pueblos para que la gente, con su sabiduría, pueda hacer valer sus derechos”, dijo Barrera a los alumnos. De él y de otros maestros fue la ocurrencia de invitar a los alumnos, al equipo de Tlachi y a voluntarios a mapear las afectaciones y citar a los comisarios para la reunión del 22 y 23 de septiembre en La Ciénega, municipio de Malinaltepec, con la idea de que pudieran juntarse para exponer los daños que demostraran la necesidad de ayuda. Algunos de su equipo opinaban que era una locura la convocatoria a una reunión y creían que nadie acudiría porque seguramente todos estaban en emergencia, pero “el antropólogo”, en sintonía con el corazón de la región, insistió. “Es importante que hayan subido a La Montaña a hablar con autoridades, caminando horas o varios días pues la reunión tuvo su fruto: llegaron 55 autoridades”, anunció a sus alumnos en aquel encuentro en el auditorio. No únicamente acudieron los líderes de las comunidades indígenas Me’phaa y Na Savi o de la Montaña y Costa Chica a hablar de la tragedia, de esa asamblea surgió la creación del Consejo de Comunidades Damnificadas, órgano desde donde las comunidades harían escuchar sus necesidades y dirigirían el reparto de ayuda. El consejo dio el primer registro de muertes y daños antes de que lo hiciera el gobierno. A la reunión fue invitada la secretaria de Desarrollo Social, Rosario Robles, quien se retiró furiosa por los cuestionamientos y reclamos de los indígenas. “Parte de la opción de esta licenciatura es aprender cómo nos insertamos en momentos críticos a la comunidad, ser una luz dentro de este caos que ha generado el gobierno, documentar en su práctica de campo mirando el drama que enfrentan los pueblos –explicó el emocionado maestro--. Esta licenciatura es como un árbol que florece en medio de la devastación, son los hijos del maíz que está por nacer, ustedes son una buena noticia dentro de esta historia”. Varios alumnos lloraron. La maestra Silvia Vázquez, quien cargó víveres como sus alumnos y pasó horas en el centro de acopio, agregó: “Si no hubiera sido porque cumplimos nuestra misión de ir a las comunidades, no sólo como práctica sino acompañando a la gente, nos hubiéramos quedado en el olvido. La gente se sentía agradecida de que tomábamos fotos de su casa para que viniéramos a decir de esa pérdida que tuvieron. Si no hubiera sido por los alumnos que caminaron días, se mojaron, hicieron lo imposible la situación no se hubiera dado a conocer (…) Esta es una licenciatura con el pueblo y para el pueblo”. Afuera, en unas cartulinas se montó una exposición de fotografías ampliadas de las comunidades devastadas. Muchas de ellas en lugares donde los periodistas no habían podido entrar y no se sabía que hubiera llegado ayuda gubernamental. La licenciatura, explicó en entrevista Barrera, se diseñó para responder a la problemática de la Montaña, para “renovar y fortalecer los procesos organizativos de los pueblos, y reivindicar y revalorar” lo que son. En las clases se enseña historia para que se enorgullezcan de sus raíces, organización comunitaria, la defensa de la tierra y el territorio, lengua y cultura, desarrollo sustentable, sistemas normativos, elaboración de diagnósticos comunitarios, desarrollo e instrumentación de propuestas hechas desde y para las comunidades. Cursar la carrera es difícil para muchos de los alumnos, hijos de padres campesinos y sin patrimonio. Sin embargo, en el año 2012 se graduó la primera generación. Algunos exalumnos han aplicado lo aprendido. Una joven comenzó la defensa de mujeres maltratadas por el médico de su comunidad, que les condicionaba la entrega del programa Oportunidades. Otros están intentando armar proyectos productivos para sus comunidades. Algunos se ofrecieron durante la emergencia para servir de guías y traductores a los médicos y periodistas que necesitaban visitar las comunidades indígenas incomunicadas. Según la maestra Vázquez, el profesor Bonifacio Rojas y el antropólogo Barrera, los profesionistas egresados podrán ser traductores en los juicios a los indígenas, defensores de bosques y semillas criollas, gestores de proyectos productivos, defensores de derechos humanos, autoridades comprometidas con su gente, o lo que deseen. Como Barrera explicó a los alumnos: “Su trabajo condensa lo que en esta licenciatura queremos hacer: universitarios que caminen con el dolor, el sufrimiento, la esperanza, los sueños de la gente. Algunos dijeron que no encontraron caminos, eses es el drama de la Montaña, que los caminos se cierran, pero la solidaridad de las comunidades no se ha caído, son puentes vivos, ustedes son parte del soporte de estos puentes”. El ejemplo de Toño Antonio Vivar, Toño, era uno de los estudiantes de la licenciatura, uno de los soportes de esos puentes de los que hablaba el profesor Abel Barrera en 2013. Esta semana, dos años después, una vez que Toño fue enterrado, el antropólogo recordó los hechos que marcaron el compromiso de su alumno: la entrada a la licenciatura y su convivencia con los pueblos, el ataque a los normalistas de Ayotzinapa de 2011 donde dos fueron asesinados por policías y la desaparición de otros 43 normalistas y el asesinato de cinco más el año pasado. Así lo recordó su maestro: “Toño es de una familia muy pobre, desde los 10 años empezó a trabajar a hacer pan con su hermana y aprendió a mantenerse. Cuando terminó el CBTIS pensaba buscar una chamba y no había como sobrevivir, entonces supo de esta convocatoria de la licenciatura sobre desarrollo comunitario (de la UPN) que no requería un pago excesivo, era como de 60 pesos y la compra de unas antologías, y se animó a entrar. Le llamó la atención la idea de trabajar con las comunidades. Muchos chavos quedan marcados al salir a la comunidad, interactuar con la gente, el primer módulo que llevan es sobre territorio comunidad y hacen recorridos sobre espacios de la comunidad para conocer puntos, mojoneras, linderos, la relación de la gente con la tierra, la noción del territorio, su dimensión sagrada. Eso los marca. A Antonio lo marcó mucho. Las prácticas también fueron importantes porque aprendió a interactuar con la gente que siempre los recibe y apoya, y a revalorar su origen porque su papá era un maestro na savi, por seguirlo la familia vivió en cuatro lugares y cuando murió el papá se establecieron en Tlapa. En las prácticas de campo (que hizo en la universidad) le interesó el tema de sistemas normativos, el sistema de gobierno indígena, el sistema de cargos, normas y cómo la comunidad usa y organiza el territorio para preservarlo y no destruirlo. Como en la carrera salen 3 semanas al semestre presentan proyectos de lo que lograron en la comunidad y van definiendo lo que les interesa. A él le interesaban los reglamentos internos de las comunidades. “Siento que a Toño lo impactó mucho cuando tomamos la decisión en la escuela de que cada alumno tenia que ir a las comunidades después de las tormentas. El fue de los que se fletó para ir a Tlacoapa y Metlatónoc voluntariamente, y eso fue lo que le dio mas fuerza a su opción en la licenciatura. A partir de ahí se avocó a apoyar a las comunidades, a juntar víveres para llevarlas a la gente, formó con otros brigadas para apoyar. Ahí ya se veía a un Toño muy volcado a la comunidad y la solidaridad que empezó a sentir por los pueblos y empezó a marcar su nuevo derrotero. Con esta experiencia que tuvo fue asumiendo más el compromiso de solidarizarse con las comunidades. También lo marcó (la represión a los normalistas) lo del 2011 porque ya establecía contacto con los compañeros normalistas. Tuvo la idea de hacer un periódico mural para informar lo que estaba sucediendo. Lo de los 43 normalistas (desaparecidos) vino a definir la postura del Toño comprometido con la causa de los padres y madres de los 43 estudiantes. El estaba ya concluyendo su último módulo, estábamos viendo que hicieran su portafolio de evidencias para la titulación –que consiste en una reflexión de los aprendizajes que obtuvo en su módulos y sus salidas al campo y como fue su relación con la comunidad, cómo se posicionó ante los problemas--. Fue entonces cuando se volcó a la causa de los 43. Como ya había terminado clases se metió con el Movimiento Popular Guerrerense y tomaron el ayuntamiento (de Tlapa) los primeros de octubre (para protestar por las desapariciones). Formó parte del consejo de estas organizaciones fue de los líderes, era coordinador de seguridad. “El era muy visible y obviamente ya lo tenían ubicado como de los mas beligerantes, sin embargo, se mantuvo en su postura. El llamaba a los chavos a participar. Se sintió orgulloso de encontrar un lugar, un espacio para desarrollar sus capacidades. No era un estudiante brillante en términos académicos sino era un chavo mas solidario, comprometido con el movimiento, coherente con su forma de vivir de pensar, leal a los principios, no era de los que se sentaba a negociar los ideales. “La UPN estuvo los primeros meses apoyando (la lucha por la búsqueda de los 43 estudiantes) cuando se tomó la decisión de presionar, hacer movilizaciones para exigir la presentación con vida. Toño ya no era estudiante, era de recién egreso, pero era como el líder moral. Hoy en la universidad tuvimos una reflexión de los hechos y ante la muerte de Toño y los jóvenes lo veían como un apasionado por la causa de la justicia, entregado, una persona positiva, con optimismo, ganas de vivir a pesar de los problemas. Lo veían como un compañero que se tomó muy enserio los contenidos académicos que se dieron, se integró a la dinámica de las comunidades e hizo de esa licenciatura un proyecto de vida, de justicia para los pueblos. Ahí se vio que murió luchando y siendo fiel a su ideal”.

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