"Medea"

lunes, 24 de agosto de 2015 · 14:24
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Cuántas mujeres han sido traicionadas por sus hombres y han optado por la sumisión, pero cuántas han respondido con el coraje, la rabia y, en el caso de Medea, con la venganza extrema. Los mitos griegos atraviesan el tiempo histórico y se colocan en el presente como verdades ineludibles y se repiten en el teatro bajo ropajes diversos. En Medea, versión de Germán Castillo, nos encontramos con tres personajes en un espacio circular donde la protagonista, con una furia contenida que recorre toda la obra, habla de su circunstancia y de sus planes de asesinato para no dejar intacto el ultraje del que ha sido víctima. Medea, mujer con conocimientos de hechicería y una inteligencia que llevó a Jasón a lograr el robo del vellocino de oro y huir con ella, enamorados, es traicionada cuando éste, por sus intereses de poder, la condena al destierro junto con sus hijos. Va a casarse con la hija del rey de Corinto para encumbrarse en la corte y, por miedo, quiere mantenerla alejada. El mito de “la madre que mató a sus hijos por venganza” es complementado con versiones anteriores a Eurípides, autor de la tragedia original, donde la causa del asesinato se sustenta, además, en su deseo por evitar que el pueblo y los soldados despedacen a sus hijos por haber matado a la prometida de Jasón y a Creonte, su rey padre. En la versión libre de Germán Castillo y Mansell Boyd, que se presenta en el Teatro Santa Catarina, queda claro el rol de sometimiento y las pocas alternativas que tienen las mujeres griegas frente a sus esposos –tradición que permea hasta nuestros días–, frente a lo cual Medea se indigna y rebela. Se omite, además, la función del coro para mantener la trama sin juicio y moral. No hay mujeres que sean cómplices de Medea ni hombres que acusen su barbarie. Los hechos y las entretelas emotivas están a vistas del espectador, y miramos expectantes la tragedia que está a punto de suceder, impregnándonos de las motivaciones y contradicciones de los personajes. Junto a Jasón y Medea, Castillo ha incorporado un tercer personaje que funge como narrador o que, a través de una máscara, se convierte en Creonte o Egeo (aunque la convención se rompa de repente y confunda al público). Lorena Glinz maneja diferentes tipos de voz para cada personaje y su presencia es magnética. Jasón es interpretado por José Alberto Gallardo, que tiene buen porte, aunque su movimiento corporal es demasiado rígido y su interpretación carece de profundidad e intención, dejando frío al espectador, sobre todo en la última escena donde absurdamente entrecorta las frases y el dolor ante las cabezas de sus hijos no existe. Dobrina Cristeva hace una Medea imponente. La contención del sufrimiento, mezclado con su rabia e impotencia, la vuelven un personaje apasionado lleno de vida… y muerte. Con movimientos precisos y actitudes significativas, sostiene al personaje durante toda la obra y el arrobo se ve en sus ojos que miran al espectador o a ella misma. El espacio ritual de esta Medea da al mito textura, atmósfera y sobriedad. El director propone un rito y Gabriel Pascal realiza una escenografía y una iluminación magistral. Un círculo de tepalcate fino, acotado por una rondana de piedra grisácea, el torso de un coloso derruido y un breve muro donde aparecen y desaparecen los personajes, se vuelven un espacio sagrado donde el sacrificio es el ritual. La variedad en la calidad de la iluminación, desde una luz blanca, o una cálida, dispersa o concentrada, nos lleva a una emocionalidad lograda, junto con el trabajo del director, los actores y el gran acierto de la música original de Rodrigo Castillo Filomarino y el vestuario de Edyta Rzewska. Es una Medea en la Grecia antigua, donde la problemática de los personajes planteada en esta propuesta escénica, nos la trae hasta nuestros días de manera contundente.

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