Porra inmerecida

martes, 8 de septiembre de 2015 · 12:53
MÉXICO, D.F. (Proceso).- El informe presidencial. Cada año lo mismo: los discursos largos y las ideas cortas, los secretarios aburridos y los diputados dormidos, la exposición de cifras y la incredulidad frente a ellas. Tanto en la forma como en el fondo, el tercer informe es totalmente priista. Tan sólo recorre nuevamente el sendero desgastado del viejo régimen. En él, Peña Nieto defiende las reformas que emprendió pero no puede hablar aún de resultados concretos, positivos, tangibles para la mayor parte de la población. Y quizá por ello el presidente tiene cara de que preferiría estar en cualquier otra parte menos allí. Tanto para quienes participan en el acto como para quienes lo escuchan, el informe anual es como una visita al dentista: no hay más remedio. No hay más opción que escuchar la retahíla de cifras, datos, logros, y pensar que Enrique Peña Nieto no tiene idea del país que gobierna. El país herido. El país adolorido. El país incrédulo. El país de Ayotzinapa, Tlatlaya, Tanhuato, Ostula y –como cereza en el pastel– el informe de Virgilio Andrade sobre las casas y los contratistas que no provocaron conflictos de interés. Ante el periodo más difícil de su paso por Los Pinos, Peña Nieto apenas alcanza a reconocer hechos que “lastimaron” a la sociedad. Ante 12 meses de desaparecidos y asesinados y ejecutados y corrompidos, México se merecía más. Un discurso menos triunfalista y más sobrio. Un informe que se centrara menos en la aprobación de las reformas y más en los obstáculos que enfrentan. Los frenos reales que en algún momento reconoció. La pobreza. La desigualdad. La corrupción. Pero, como lo señaló el periodista Esteban Illades: “En el año más duro de su presidencia, Enrique Peña Nieto dedicó menos de dos minutos, en un informe de casi dos horas, a hablar de los problemas nacionales”. Porque su propio gobierno frena el reformismo exaltado precisamente en el ámbito que ha acabado por empantanar al gobierno. La corrupción no reconocida, no atendida, no sancionada. Todos exonerados de acciones que hubieran provocado la caída de gobiernos verdaderamente democráticos con comisiones anticorrupción independientes. Con fiscales autónomos. Con medios que actúan como contrapeso y son celebrados como tales. En lugar de ello, el sexenio prosigue con un secretario de Hacienda que pagó la casa de Malinalco que le “compró” a Grupo Higa con obras de arte sobre las cuales no quiere responder preguntas, y con un cheque por 500 mil dólares que el contratista se tardó 10 meses en cobrar. Meses en los cuales consiguió más contratos gubernamentales. Meses de gracia con los cuales no hubiera contado cualquier otro ciudadano. Entonces, cuando Peña Nieto reconoce la falta de confianza de la población en el gobierno, en su liderazgo y en las instituciones, debería entender que el problema comienza en casa. En la Casa Blanca. En la casa de Ixtapan de la Sal. En la casa de Malinalco. En procesos irregulares que fueron tapados con el manto protector de una ley hecha a modo para hacer posible el conflicto de interés y volverlo legal. Y eso aunado a tantos casos de policías homicidas, militares desatados, ejecuciones extrajudiciales escondidas que pavimentaron el camino para el tercer informe. Una toma de posición que tendría que haber encarado los problemas con soluciones; que tendría que haber atendido los agravios con acciones; que tendría que haber admitido los errores como el primer paso para corregirlos. En lugar de ello prevalecieron el autoelogio, la porra, el México maravilloso por las reformas que darán fruto si se sigue adelante por “la ruta que nos hemos trazado”. De allí las preguntas para el presidente: “¿La ruta de la corrupción y la impunidad? ¿La ruta de reformas celebradas en el momento de cambiar la Constitución pero trastocadas a la hora de la legislación secundaria? ¿La ruta en la cual el presidente no puede ser investigado ni removido por casos de corrupción? ¿La ruta en la cual quien administra nuestros impuestos compra casas con cuadros y préstamos con tasas de interés muy por debajo de las ofrecidas en el mercado? ¿La ruta de la cuatitud que se extenderá a las licitaciones de bienes públicos en lo que resta del sexenio? ¿La ruta de ejecuciones impunes, investigaciones amañadas y procuradores que sirven al presidente pero no a la población? Si esa es la ruta por la cual Enrique Peña Nieto desea seguir andando y moviendo a México, los resultados están en los datos que no formaron parte del tercer informe de gobierno. La lista presentada en horizontal.mx. Lo que no se dijo. Lo que se omitió. Que el 0.12 % más rico del país concentra cerca de 50 % de la riqueza patrimonial disponible de los hogares mexicanos. Que el 1% más rico acapara 21% del ingreso total anual de los mexicanos. Que el poder adquisitivo del salario mínimo no alcanza hoy más que para una cuarta parte de lo que significaba en 1976. Que 697 mil personas se sumaron al sector informal de la economía en apenas un año. Que el pronóstico de crecimiento económico para 2015 ha sido recurrentemente ajustado a la baja. Que en los últimos 12 meses el peso se ha depreciado 25%. Que la deuda pública ha crecido en esta administración a un ritmo muy superior al de los sexenios anteriores. Que México ocupa el lugar 105 de 173 en percepción de corrupción. Que 33.9% de los hogares del país tuvo al menos una víctima del delito en 2013. Que mil 360 personas desaparecieron en el país en los primeros cuatro meses de 2015, en promedio de 11 casos al día. Que siete periodistas han sido asesinados en el país en lo que va de 2015. Ese es el país real. El que no apareció en el informe. El que vive y padece el ciudadano de a pie que no se trasladó a Palacio Nacional en una camioneta Suburban blindada. Aun con esos datos duros, Enrique Peña Nieto no replantea la estrategia de su gobierno; simplemente la refuerza. Escucha el mensaje de la elección intermedia y decide andar el mismo camino de los primeros tres años, con más ahínco y con el Partido Verde de la mano. De poco vale la autocrítica en los primeros minutos si el resto del discurso se desvincula de ella. De poco sirven los relevos en el equipo si se va a seguir jugando de la misma manera. Los nuevos miembros del gabinete van a correr en las viejas direcciones: hacia la negación, hacia la negociación ad náuseam de las reformas que las vuelve irreconocibles o inviables, hacia la portería de la corrupción vigilada por el PRI. Por ello, fuera de la frontera, México se ha convertido en el país que ha pasado del “momento mexicano” a la desilusión. No hay caos pero tampoco motivos para celebrar. Como lo ilustra la cobertura de la prensa internacional sobre el informe, Enrique Peña Nieto ni siquiera reconoce lo que le ha faltado hacer. Presenta una narrativa de logros, de reformas, de pasos significativos que se han dado. Pero no esclarece cuál será la estrategia específica para el porvenir, más allá de un decálogo deslucido, repleto de lugares comunes y buenos deseos. El tercer informe demuestra la debilidad de un presidente desubicado que ya no sabe qué hacer con el resto del sexenio; demuestra que a Enrique Peña Nieto la situación en la que se colocó a sí mismo –al permitir la corrupción– lo ha rebasado. Si antes era posible prever más de lo mismo, ahora el país se enfila a peor de lo mismo. El sexenio no ha acabado, pero la posibilidad de cambio real en los próximos tres años sí. Enrique Peña Nieto y quienes lo acompañaron el 1 de septiembre acaban de anunciar que no dan para más. El presidente encabezó una porra para sí mismo, pero es un porra inmerecida. Y allí están las casas para recordárnoslo todos los días. Twitter: @DeniseDresserG

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