El 2 de octubre que María Rojo no olvida

sábado, 10 de octubre de 2015 · 13:47
MÉXICO, D.F. (Proceso).- En 1968, María Rojo y Juan Allende seguían en Xalapa y preparaban con Manuel Montoro una obra que la Universidad Veracruzana estrenaría en la Olimpiada Cultural: El triciclo, de Fernando Arrabal (uno de los creadores del antiburgués “teatro pánico”), para la cual el precioso príncipe (de Teatro fantástico), ahora ya no como criollo de cabello plateado sino en el papel de desarrapado parisino, se había dejado crecer una larga barba. Por otro lado, Carmela, la hermana de María, alumna ya de Filosofía y Letras en la UNAM, los había iniciado en las demandas estudiantiles, y el movimiento en Xalapa había pegado con la creación de las Brigadas Culturales. Invitados por Carmela, María y Juan se animaron a ir a la marcha del 2 de octubre en Tlatelolco. Lo que ocurrió allí será contado por la propia María Rojo en la revista Q, cuarenta años después de ese vergonzoso suceso: “La impunidad, qué dice del 2 de octubre, abrí el otro día un periódico y veo al señor Echeverría diciendo: ‘yo no le pido disculpas a nadie’.” En el mundo “era el tiempo del movimiento estudiantil en París, de ‘Prohibido prohibir’, ‘Hagamos el amor y no la guerra’, de la píldora anticonceptiva, la falda corta, de decirles ‘compañera’ a las mujeres, de volver a ser amigas y no rivales como nos enseñó el cine y la cultura de nuestras madres. Todo se revolucionó, llegaron la música de los Beatles, los libros de Marcuse, el asesinato del Che Guevara en Bolivia, el triunfo de la Revolución Cubana. “En México –refiere María– el 2 de octubre se hizo para detener a los líderes, entre otras cosas, porque según esto alguien le dijo a Gustavo Díaz Ordaz que los estudiantes lo íbamos a tirar a él y a poner en jaque al país. Nosotros los pobres estudiantes no teníamos ni una resortera, la prueba es que detuvieron a los líderes y ninguno estaba armado.” Ella estuvo ese día en la Plaza de las Tres Culturas: “Iba con mi novio Juan, quien sería padre de mi único hijo. Estábamos en la Universidad Veracruzana en la Compañía Nacional y veníamos en la Brigada Cultural. Hacíamos una obra donde salíamos de clochards, que son los vagabundos de París.” Los primeros disparos –como documentó años después un video de Canal 6 de julio (Proceso 884) – salieron de los francotiradores de guantes blancos apostados en el edificio Chihuahua, segundos antes de que llegara el Ejército. Un soldado cubrió con su cuerpo a María. “Y Carmela, a pesar de que la podían tirar con un soplido porque llevaba muletas, se enfrentaba a los soldados con una impresionante bravura, defendiendo a los estudiantes”, evoca. “Carmela –sigue María– es de una nobleza fuera de serie. En 1957, mientras sucedía el terremoto que tiró el Ángel de la Independencia, mi hermana, que estaba enyesada de la cintura para abajo, me decía: ‘Méteme debajo de la cama. Tú vete…’.” Ese 2 de octubre también vivieron la pesadilla colectiva: “Como Juan traía barba, lo detuvieron. Pasamos una muy mala noche. Siempre hablan de dos balaceras, Rojo Amanecer ejemplifica muy bien una de ellas. El viacrucis empezó cuando salimos y no estaba él. Nos dijeron que a muchos muertos se los habían llevado en un camión de basura. Fuimos a todos los hospitales, ministerios públicos y Juan estaba detenido en el Campo Militar Número Uno, lo confundieron con un líder.” Juan fue torturado junto con los otros detenidos. En el libro Regina, de Antonio Velasco Piña, aparece como el joven barbudo que sólo decía: “yo soy actor de Xalapa”. Narra María: “La mamá de Juan y yo llegamos ahí al Campo Militar Número Uno donde yo sabía que estaba Juan, pero la demás gente no sabía de sus muchachos. Entonces las mamás empezaron a gritar y el Comité de Huelga y todo mundo gritaba: ‘¡Francisco!’, ‘¡Pepe!’, ‘¡Hijo!’, y se hizo tal alboroto de las madres, que vuelven a meter los camiones y entonces nos sale un precioso soldado que nos dice: ‘Ahora sí que se la pelaron, ustedes tuvieron la culpa por su escándalo’. Entonces ya muy tristes nos bajamos, nos sentamos en la banqueta frente al cine Ariel y de repente le digo a mi suegra: ‘¡Ese es Juan!’. Estaba vestido diferente y tenía todo el cuerpo herido. Lo dejaron de golpear porque Roberto Viñals (parte del equipo del general Mariles y hermano de una amiga de mi madre) había dicho: Éste es efectivamente actor y se llama Juan de Dios Núñez y su nombre artístico es Juan Allende y trae las barbas porque va a hacer una obra para las olimpiadas’. “Antes lo único que oía era: ‘Di la verdad, confiesa, te vamos a matar’, y Juan quedó siempre aterrado. En la bajada del cine Ariel había un teléfono, Juan había pedido dinero para hablar a la casa, estaba en el teléfono con unos tenis que apenas le quedaban porque además los desnudaron y les dijeron ‘ahora se visten con lo que puedan’. “Verlo frente al cine, así, fue de película: ‘¡Juan!’. Y la mamá me decía: ‘¡Quítate Mary, déjame darle un beso!’. “Ay, no –suspira María Rojo, tantos años después–, un olor que traía de animalito, todo golpeado, lleno de un líquido pegajoso que parecía Coca-Cola. “Ahí, en la iglesia de Santiago Tlatelolco, fue donde se me ocurrió tener un Santiago. Había preguntado: ‘Oye Juan ¿qué no será la revolución esto?’. No sabía que sólo era la plaza, que a nadie le importábamos. Yo creía que se había levantado México en armas. Entonces le digo: ‘Creo que nos vamos a morir Juan. Qué feo a esta edad y sin haber tenido un niño. Si nos salvamos de ésta tenemos que tener un hijo que se llame Santiago, porque ni modo que le pongamos Tlatelolco’. Santiago nació en el 71, pero ahí nació la idea de tenerlo –evoca y concluye–: con todo y eso estrenamos El triciclo de Fernando Arrabal en la Olimpiada Cultural.” Fue hasta 1989 que se llevó al cine Rojo amanecer, de Jorge Fons, con guión de Xavier Robles, producción de Valentín Trujillo y Héctor Bonilla. A pesar de que habían pasado tantos años “hubo un intento de censura que se pudo librar con la intervención de Gabo”, recuerda María Rojo, que por esta cinta obtuvo el Ariel, la Diosa de Plata y El Heraldo a Mejor Actriz. Juan murió de cáncer a los 43 años, y aunque ya no vivían juntos, la desazón que se apoderó de ella quedó registrada en un monólogo que Jaime Humberto Hermosillo escribió para que María lo dijera frente a la cámara en La tarea prohibida, estrenada en 1992: “…Se fue para siempre, se murió. Y fue como si apagaran todas las luces. Yo creí que me volvía loca. El dolor yo sé que es parte de la vida, y hasta hay dolores alegres como el dolor de un parto. Ay, eso es maravilloso, eso de sentir cómo tu hijo va acomodando su cabecita para nacer… Pero el dolor de perder al ser amado, eso sí es intolerable. Juan amaba el cine, decía que a una cámara no se le puede mentir. Yo le hacía burla porque sus diez películas preferidas pasaban de quince. Ah, pero tenía una especial: El hombre quieto, con John Wayne. Me llevó a verla cuando estaba embarazada y bueno, la disfrutamos tanto que por poco doy a luz ahí en el cine. Bueno, pues el caso es que, muerto Juan, ni la mota (porque entonces fumaba yo), ni las sesiones espiritistas me hacían olvidar ese vacío horroroso que sentía. El consuelo que no encontré en la religión fue ahí en el cine. Pues un día, que pasan en un cineclub El hombre quieto y fui a verla. Y no me lo van a creer, pero volví a ver a Juan. Yo no sé cómo se dio eso, pero el caso es que en la pantalla, en lugar de John Wayne, estaba Juan Allende, mi Juan. Juan era el que abrazaba, el que cortejaba y el que besaba a la muchacha. Entonces, al día siguiente llevé a mi hijo con la promesa de que iba a ver a su papá. Juan, mi marido, dedicó sus últimos años a restaurar películas, y el cine –aseguraba– es la única manera de vencer a la muerte. Aunque los lugares y las personas desaparezcan, una película perdura. Y mediante un haz de luz puede uno resucitarlos’. Lástima que no haya actuado en una película, en un video, para volver a ver sus gestos, su voz, su risa.” Y dirigiéndose al invisible director: “Por eso acepté trabajar en tu película. Para que en el futuro, mi hijo pueda resucitarme, y como decía Juan, vencer a la muerte.” l ___________________________ * Escritora, guionista y periodista, publicó este relato, “2 de octubre no se olvida”, en María Rojo. De Película (Universidad de Guadalajara; México, 2010, 101 p.), libro especial para la entrega a la actriz del Premio Mayahuel de Plata por trayectoria en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara.

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