Del amor y sus ramificaciones

domingo, 8 de noviembre de 2015 · 18:54
Primer Cuadro: En la Sala Revueltas del Conservatorio Nacional tiene lugar un concierto que honra la memoria de una catedrática y directora del plantel que plasma una huella inmensa. La fecha: 29 de octubre de 2015, que es poco después de conmemorarse el primer año de su deceso. El programa incluye un concierto para piano dedicado a ella por uno de sus alumnos. Hay una orquesta sinfónica cuya conducción recae en el único hijo de la homenajeada, y entre el resto de los participantes descuella la presencia del talento infantil que viene a adueñarse del legado sanguíneo del que es depositario. Entre los compositores que se acomunan sobresalen Debussy, Chopin, Haydn, Granados, Cota y Serratos. Este último es aquel que marca la pauta para emprender un emotivo viaje hacia las semillas. Sobra decir que el ambiente del recinto emana las fragancias decantadas del amor. Se palpa en los rostros, cristaliza en las manos que hacen música y se expande, sobre todo, en los corazones de herederos y familiares… Se hace silencio y resuenan, a través del tiempo, las flores inmateriales de la música. El origen del patriarca Compostela, Nayarit, es la cuna y la época se sitúa en el ocaso del Siglo XIX. Reside ahí la familia Serratos de la que provendrá el principal torrente de vocaciones. Los críos, acatando la necesidad de ser educados con probidad y refinamiento, son inducidos hacia el arte sonoro y en poco tiempo dan muestras de capacidades especiales. Son dos hijas y un varón los que conforman el primer bloque generacional. Nila, Lupe y Ramón son sus nombres y son pianistas los tres por una elección que surgió de ellos mismos. Para Ramón se perfilan también las dotes del creador y se disponen los medios para que se acerque, ya en Guadalajara, al eminente José Rolón, quien fue discípulo de Paul Dukas en París y dirige una Academia de Música en la capital jalisciense. Los estudios de Ramón son exitosos en extremo y de su valía deviene la idea de emular los pasos de su mentor. Nace así, en coparticipación con Nila y Lupe, la Academia Serratos de Guadalajara, institución que forja estrellas de inextinguible luminosidad. Consuelo Velásquez, la autora del ubicuo bolero Bésame mucho, es una de las alumnas que se benefician con la solidez educativa que imparte la academia. La voz corre sobre lo bien preparados que salen los educandos y, como es de esperarse, en breve se expanden las clases junto a la necesidad de nuevos colaboradores. Una de las numerosas pupilas que ingresa se llama Aurora Garibay y para ella se reserva un puesto como asistente dada su capacidad para aprender y explicar. No tarda mucho Ramón en quedar subyugado. Con ella, piensa él, es posible imaginar una unión pletórica de alegrías y aprendizajes… Luna de miel en Chicago. En un lapso corto Ramón y Aurora deciden esposarse y como regalo de bodas eligen acrecentar su preparación musical. Nada mejor que buscar los consejos de un gran maestro como lo es el ruso Josef Lhévinne, quien imparte sus enseñanzas en la Unión Americana. Hasta allá se trasladan los recién casados y en los meses que dura su estancia depuran su técnica y consolidan, para siempre, la simbiosis que están destinados a diseminar. Siguiendo los dictados de la sangre, la descendencia empieza a advenir en el hogar Serratos-Garibay. Nacen cinco hijos, de los cuales dos abrazan la profesión de sus padres. Aurora hija y Enrique son los herederos que darán lustre a la dinastía en este segundo bloque generacional. De las experiencias adquiridas en la estadía norteamericana derivarán nuevos derroteros familiares ya que Ramón y su consorte aquilatan en carne propia las ventajas que tiene la formación musical yanqui. No es fortuito que existan ahí escuelas de una asombrosa exclusividad puesto que se destinan fortunas para ello. Tres años de postración y enfermedad Al cumplir nueve años, Enrique Serratos contrae una afección respiratoria que lo tira en cama. Entre los cuidados que su madre le prodiga hacen su aparición las clases de música. Ya que no puede sentarse al piano, como los demás, se opta por una mandolina. Con ella en sus manos, el niño aprende a coordinar el oído con las notas y a prefigurar su cuerpo con las frases musicales. Pocos imaginan que en su endeble humanidad more un virtuoso de proporciones poco comunes en México. Recuperada la salud, Enrique se enamora del violín y en sus horas de estudio fortalece su personalidad y define su futuro. Cuando está listo, él junto con su hermana Aurora emprenden el viaje a Philadelphia en pos de hacer una audición para el famoso Curtis Institute of Music donde, vale decirlo, no se solapan talentos inferiores. Si los candidatos son admitidos se les exime el pago de colegiatura y entran en contacto con el fermento pedagógico y humano más depurado del planeta. El examen de los hermanos Serratos pone en evidencia la brillantez que los respalda y para ellos se designan a los profesores de mayor alcurnia. Mr. Galamian es el tutor de Enrique e Isabella Vengerova la de Aurora. Concluidos los estudios, a Enrique se le ofrece una plaza como maestro dentro del propio Curtis y se le invita a formar parte de su cuarteto oficial. Vienen, en paralelo, giras como solista y el matrimonio con una violinista norteamericana. Sin embargo, con las luces del horizonte en apogeo, Enrique tiene una recaída y la angina de pecho de su infancia se lo lleva a la tumba. Muere en 1960, sin haber festejado aún su trigésimo cumpleaños. La parálisis compositiva La magnitud de la perdida se manifiesta, especialmente, en Ramón. Para su hijo había compuesto diversas obras, y antes de su fallecimiento había iniciado la escritura de un concierto para violín y orquesta. Queda este inconcluso y, también de tajo se interrumpe todo acto de creación musical. Su obra para piano yace inerte y, salvo contadas ocasiones, no vuelve a emerger del olvido.[1] Devastado, Ramón encuentra ulterior alivio en la docencia y en el entorno hogareño. Por una causa que nadie había entendido, la afamada Academia Serratos había cesado de existir para que Ramón y su familia se mudaran a la Ciudad de México. En el desaforado D. F. el maestro Serratos hubo de toparse con una realidad cultural que no era la panacea que había vislumbrado. Un puesto como profesor de música en un colegio precede su admisión como docente en la Escuela Nacional de Música de la UNAM, de la que se volvería su director. Rodeado de su amorosa progenie, el patriarca cierra los ojos en un soleado día de 1973. Desde Sevilla se rehace la ruta de Indias Al finalizar los estudios en el instituto Curtis, Aurora Serratos Garibay no pone reparos en regresar a su natal Guadalajara. Ahí están sus querencias y, quizá, ahí ha de fraguarse el encuentro decisivo de su existencia. Ya está íntegra como pianista y, asimismo, es dueña de una recia vocación por la docencia. Como lo fue para sus padres, Aurora cree que en la enseñanza se magnifican las dotes del individuo y se erigen los puentes que mantienen al mundo unido. Así estaba escrito y un desembarco proveniente de España lo confirma. El apuesto pianista sevillano Guillermo Salvador Fernández es contratado por una agencia mexicana para una serie de conciertos en los que Guadalajara tiene precedencia. No dilata el destino en concertar una participación a dos pianos con el que, lo acreditará la prensa y la crítica, será el espléndido dúo Serratos-Salvador. De este nuevo enlace provendrá el nacimiento de un hijo único que después de revelarse como pianista se enfilará exitosamente hacia la dirección de orquesta. Con una trayectoria cuajada de aplausos a la espalda, Aurora y Guillermo Salvador también emigran al D.F. y ambos destinan parte sustantiva de su tiempo al Conservatorio Nacional. Para ella se suceden treinta años como maestra y al igual que su padre, para ella se abren las puertas de una dirección institucional que, no obstante su reciedumbre anímica, le depara sinsabores. También en analogía con la cosecha del patriarca, Aurora y Guillermo Salvador forman alumnos de incuestionable valía. Guillermo fallece rodeado de admiración y cariño; y, Aurora le sobrevive unos años más, habiendo regresado al terruño que la vio nacer. Cuadro final Se apagan las luces de la platea y la orquesta se afina. El concierto para piano de Santos Cota es el plato principal de la velada conservatoriana y su solista es el maestro Alejandro Barañón, alumno distinguido de doña Aurora Serratos. En el podio se sitúa Guillermo Salvador Fernández Serratos, ex titular de la Orquesta Sinfónica de Jalisco, quien ha viajado desde la capital tapatía para rendirle tributo a su madre. Trae consigo a su cónyuge, otra pianista de altos vuelos y a sus dos talentosos hijos. Dignos representantes de la cuarta generación, los niños Santiago Salvador e Isabel Fernández se sientan al piano para dejarse envolver en las flores inmateriales de la música.[2] Las fragancias decantadas del amor colman los aires del recinto… [1] Se aconseja la audición de algunas de las siguientes obras: Audio 1: Ramón Serratos - Vals en Fa # menor. Audio 2: Ramón Serratos – Capricho. Audio 3: Estudio en octavas. (Arturo Uruchurtu, piano. QUINDECIM, 1997) [2] Se recomienda la visión del video adjunto. Claude Debussy – Petit Négre. (Santiago Salvador Fernández, piano. Live Recording. Sala Revueltas, CNM. México, D. F. 29/X/15) Fryderyck Chopin – Nocturno OP. 9 n° 1 y Christian Phillipe Emmanuel Bach – Solfeggietto. (Isabel Fernández, piano. Live Recording. Sala Revueltas, CNM. México. D. F. 29/X/15)

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