"La mujer justa"
MÉXICO, DF (Proceso).- ¿Quién es ese otro, exacto a la medida como lo imaginamos? ¿Es justo lo deseado, o en el momento de hacerse real desaparece ese anhelo y sobreviene la decepción?
En La mujer justa, de Sándor Márai, la decepción y la soledad son los sentimientos fundamentales de sus personajes. La búsqueda de la plenitud y el amor se estrella en una realidad siempre insatisfactoria. La novela, escrita por Márai en 1941, es adaptada al teatro por los argentinos Hugo Urquijo y Graciela Dufau, y llevada al escenario en la Ciudad de México bajo la dirección de Enrique Singer. En la obra de teatro se retoman los tres monólogos con los que está construida la novela y se ubican a los personajes en un espacio detenido, que tiene que ver más con los procesos mentales y emocionales en los que están inmersos, que con espacios físicos desde donde cuentan su historia.
Tres personajes, tres clases sociales: la alta burguesía, a la que pertenece Peter, María su mujer, de la nueva burguesía, y Judith de la clase baja, empleada doméstica de la familia.
El triángulo amoroso que plantea Márai en La mujer justa tiene como telón de fondo la caída del Imperio Austrohúngaro, y con él la de una clase social que ostentaba el poder. En este contexto, la historia transita en el tiempo y nos sumerge en la problemática individual de cada uno de los personajes.
María, interpretada con maestría por Verónica Langer, cuenta a una amiga –que en esta puesta en escena se convierte en el espectador– cómo por un listón morado oculto en la billetera de su marido, descubre el amor de éste con otra mujer y cómo, después de saberlo, intenta reconquistarlo. Peter, interpretado con sobriedad y agudeza por Juan Carlos Colombo, confiesa a su amigo –que en escena es interpretado con exceso por Héctor Holten–, este amor secreto y el desencanto que vivió cuando al hacerla su segunda mujer, la ilusión y la pasión se desvaneció.
En un tiempo futuro, Judith, la empleada doméstica vuelta esposa de Peter, ha roto la relación y confiesa a su nuevo amante el rencor no superado y sus deseos de venganza con los que arremetió contra su marido, sin poder superar la frustración de tener sus raíces en la clase de los desheredados. Marina de Tavira interpreta a una Judith fría y rígida, donde la inexpresividad y la contención se confunden entre la actriz y el personaje. Tina French, la madre de Peter, es definitiva en sus apariciones, aunque breves.
La dirección de Enrique Singer en La mujer justa apuesta por la naturalidad que comparten los actores y da unidad a la propuesta actoral, que permite una profundidad por la cual el espectador puede empatizar y emocionarse de las desventuras de los personajes.
El juego escénico se enfrenta a la dificultad de enlazar los monólogos y los breves diálogos. La dirección consigue una propuesta dinámica e inteligente donde el foco de atención cambia constantemente sin fuertes rupturas y con fluidez sorprendente.
El diseño de iluminación de Víctor Zapatero resulta de los elementos más atractivos de la puesta en escena que se presenta en la Sala Villaurrutia en su segunda temporada. Dentro de un concepto de dirección donde los personajes transitan en la semioscuridad de su existencia, Zapatero nos sumerge en un vaivén lumínico: suave y contrastante a la vez, aislando a uno de los otros, reuniendo a un par para después volverlos a separar y solamente enfocar un rostro, un gesto o un caminar lento hacia el precipicio emotivo.
La mujer justa, con sabiduría, muestra mapas psicológicos de individuos con los que el espectador puede identificarse o testificar su existencia. La complejidad humana inmersa en la lucha de la realidad y el deseo, hacen de esta propuesta una experiencia memorable para el espectador.
Últimas funciones jueves 10 y viernes 11 (20 horas); sábado 12 (19 horas) y domingo 13 (18 horas) en la sala Xavier Villaurrutia.