Los pequeños anónimos en albergues de migrantes

miércoles, 16 de diciembre de 2015 · 13:52
RUTA IXTEPEC-TAPACHULA, (apro).- Lleva consigo una libreta maltratada, con el espiral de alambre oxidado y a punto de deshojarse por tanto doblarla para hacer que quepa en el bolsillo del pantalón. Le puso como título, con su letra aún infantil, “Cuaderno de Notas e Inventos”. En ésta escribe todas las ideas que lo asaltan en el tiempo muerto que pasa en el albergue para migrantes de Ixtepec, Oaxaca, donde ya lleva semanas. David Esaú es un niño salvadoreño de 14 años y una mente inquieta, siempre en busca de soluciones. Estudió sólo hasta sexto grado por las múltiples mudanzas que ha hecho en su corta vida: primero de casa en casa para no ser reclutado por los maras de su colonia, como ocurre con los de su edad; después de país en país, huyendo de la violencia criminal. Él es uno de los miles de infantes centroamericanos que viajan solos o acompañados y permanecen varados en los albergues para migrantes en la ruta del sureste, en espera de una visa humanitaria que les permita transitar por México sin tener que esconderse. Es uno de los sobrevivientes de las nuevas y peligrosas rutas migratorias creadas a partir de la implementación del Programa Frontera Sur que impide a la gente subir a los trenes. La libreta de David Esaú parece la de un genio de un país en desarrollo, y es un aparador de sus preocupaciones. En estas se encuentran teorías como la que intenta acabar con el desempleo, otra para evitar las guerras, o sobre el presidente que “vendió” la máquina para crear colones (la moneda nacional) para comprar una fabricadora de dólares y hundió la economía. Algunas otras parecen ciencia pura, como ésa que lleva por título: “Teoría de Alber Haistan incorrecta” (donde refuta la teoría de la gravedad con una medición de curvaturas y velocidad); “Anotaciones al proyecto de Nicolás de Tesla” (donde propone transmitir energía sin usar cables); “La elice de Leonardo da Vinci” (sobre cómo flotar con descontracción o descompresión) o “Cómo entrar a una dimensión paralela”. Una de sus teorías más desarrolladas es el “Sistema de seguridad para elementos de la delincuencia” que implementará a través de una tarjeta incorporada a cada ciudadano desde su nacimiento y que grabará cada segundo de su vida, pero si alguien delinque enviará una señal a la policía para que acuda a detenerlo. “En la tarjeta podrán ver lo que has hecho. No vas a necesitar pasaporte para pasar a un país. Sólo van a ver si tienes antecedentes criminales”, explica convencido. Su último invento es el diseño de un filtro de agua. La teoría se le ocurrió al observar un refresco que estudió en un autobús. Es un niño anónimo dentro del albergue “Hermanos en el Camino”, que en estos días tiene un promedio de 270 personas migrantes en el limbo de espera por una visa humanitaria a la que se hacen acreedores quienes han sido asaltados, golpeados o violados en su camino de Guatemala a Oaxaca. O sea, la mayoría. “Nos vinimos caminando por toda la línea (del tren) y aquí nos quedamos arreglando papeles”, dice el adolescente. Su madre no está en el albergue al momento de la entrevista. Salió a buscar trabajo. “No me gusta ya mucho El Salvador, es muy peligroso. No puedes salir en la noche. Asaltan. Tienes que pagar por vivir cada mes. Y si no pagas disparan en la cabeza. Hasta a los viejitos les cobran. Y los sueldos y la luz y el agua están muy bajos y no alcanza”, dice. A sus 14 años ya es doblemente sobreviviente. Se salvó de la muerte en su casa, y en la ruta. “En noviembre los maras reclutan a los niños. Si regresamos nos matan”. Como todos en este lugar, también es un testigo incómodo. “Los policías de migración en Chiapas golpean”. [gallery type="rectangular" ids="423698"] Sola, con miedo y a pie Es temprano en el albergue de Ixtepec, Oaxaca. Llama la atención la presencia de una niña llamada Brenda. Parece una pulguita, chiquita, delgadita, en un mundo dominado casi por puros hombres. Desde temprano se le ve salir del dormitorio de mujeres y niños hasta el patio ocupado por hombres tumbados en las colchonetas tendidas a falta de camas. Ella viajó sola y a pie desde San Marcos, Guatemala. Cada que podía se ponía a “charolear” –sinónimo de pedir dinero– en los pueblos que encontraba. Hasta el día 17 de caminata se le emparejó otro guatemalteco con quien llegó al albergue. “El viaje me dio mucho miedo, el silencio y la oscuridad. Hay mucha vía del tren. Me daba miedo subirme porque es peligroso”, dice inexpresiva. Brenda recuerda su día más triste: “Una vez me puse a llorar porque una señora me gritó güevona, que por qué ando charoleando, que trabaje. Pero sí trabajé, pero tratan mal por ser guatemalteco”, dice. No termina la entrevista porque el guatemalteco que la guió hasta el albergue le echa una mirada, y ella camina detrás de él hacia la calle. No hay estadísticas exactas de las mujeres –mucho menos de adolescentes– que cruzan la frontera, pero la proporción va en aumento. “Les pedí que corrieran para que no vieran” En otro albergue, éste en Chiapas (no se revelará el nombre para evitar la identificación de las víctimas), desde hace más de un mes viven dos hermanas indígenas guatemaltecas, de una aldea de Quiché, y los dos hijos de la mayor de ellas. Los dos niños, de tres y siete años, juegan todo el día por el albergue, a veces a la vista de la madre o la tía. Otras veces juegan con los varones desconocidos, los viajeros que llegan a pasar la noche antes de seguir la ruta. Los cuatro esperan una visa humanitaria porque también se convirtieron en víctimas cuando caminaron por los montes, escondidos de la migra, la Policía Federal y el Ejército, y quedaron a merced de otro tipo de delincuentes. “Estaba oscureciendo y nos salieron dos hombres, querían dinero, yo los mandé a ellos que se corrieran, que se fueran, y corrieron a esconderse. A la hora y media los fui a encontrar metidos en el monte. Asustados. Cuando los encontré no les dije lo que me hicieron, sólo quería ropa porque la mía me la rompieron”, dice la hermana mayor. La encontraron golpeada, con moretones. Una semana después, cuando llegó al albergue, otra migrante que también había sido violada intuyó que aquella había sido atacada y habló con ella y le dio valor para que lo informara.

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