'El principito”

viernes, 8 de enero de 2016 · 10:34
MÉXICO, DF (Proceso).- Novela corta, fábula o cuento filosófico, el género literario de El principito es quizá indefinible; lo cierto en esta obra es que el texto no puede separarse de las ilustraciones de su autor. Y si el aspecto gráfico del libro, el niño rubito que interroga al narrador y al lector, invita la pronta respuesta del cine de animación, también fija para siempre la imagen del principito y sus amigos. Nadie tiene permiso de dibujarlo mejor o peor. El principito (Le petit prince; Francia, 2015) respeta el diseño de Saint-Exupéry, los dibujos se animan con stop motion, técnica que genera un efecto más realista en el uso de la tercera dimensión; Mark Osborne y su equipo tuvieron la buena idea de fabricar los muñecos con papel, como si escaparan de las páginas del libro, o como si el lector se internara en ellas. Producción que piensa en francés y habla en inglés, brilla con la mercadotecnia de Hollywood sin escatimar talentos, El principito recibió el apoyo de la sucesión Saint-Exupéry y contó con la experiencia de Mark Osborne, que pasó un par años en París preparando la cinta; formado con la clara noción de que la animación es un arte experimental, el realizador americano se da vuelo para experimentar, al grado, por momentos, de sobresaturar con ideas la obra original; un cuento de adultos que está al alcance de cualquier niño. El relato original queda inscrito dentro de uno más amplio, el de una niña, en un futuro cercano, entrenada por su progenitora para entrar a una escuela competitiva de prestigio. El vecino es un viejo aviador que hace amistad con la pequeña y le cuenta la historia de su aventura en el desierto con el principito. Realizado con animación de computadora, este relato constituye el cuerpo principal, el diseño de madre e hija quedó a cargo del animador japonés Hidetaka Yosumi; El principito funciona así como dispositivo para liberar a la niña y transmitir un mensaje al público, principalmente infantil: lo más importante de la vida no puede verse con los ojos, sino con el corazón. Entre las múltiples lecturas de esta obra de Saint-Exupéry está la de una colección de parábolas sobre temas como la vanidad, el mercantilismo, el egoísmo; obsesiones encarnadas por personajes estereotipados que habitan su propio planeta que corresponde a una actitud o institución social; o con encuentros como el del zorro o la serpiente, que representan la sabiduría; el libro fue escrito durante la lucha contra el fascismo. Osborne y los guionistas intentan conciliar a los adultos admiradores de la obra original, y desglosar para los niños el espíritu que animó al autor. El puente, claro, es el niño en el adulto. A tono con la tendencia de la nueva imagen femenina, la heroína es una niña, el hogar es disfuncional, la madre es una mujer exitosa dedicada por completo al trabajo, sin tiempo para jugar con su hija. La escuela es una máquina trituradora del alma infantil. Como en tantas producciones millonarias, donde el talento se somete a la ganancia, es difícil despejar el mero disfrute estético, las innovaciones técnicas y narrativas, de la incomodidad que provoca el afán de vender. Para mí, el aspecto más valioso y original de esta versión de El principito fue llevar a sus últimas consecuencias temas que Saint-Exupéry deja abiertos, propuesta que de verdad causa sorpresa en el público.

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