Censura por miedo al terrorismo

jueves, 11 de febrero de 2016 · 11:35
Dos cintas sobre la violencia islamista crisparon a las autoridades de Francia. Salafistas y Made in France abordan desde ópticas distintas –la primera, un documental; la segunda, ficción– ese fenómeno de la radicalización más violenta de algunos grupos musulmanes, señaladamente Al-Qaeda y el EI. Ambas obras han sufrido una suerte de “censura” que indigna a sus realizadores y muestra, afirman, el profundo impacto que los atentados terroristas han causado en la sociedad francesa. Y eso, dicen, es otro triunfo del terrorismo. París (Proceso).- Los debates y polémicas desatados en Francia por dos películas sobre yihadismo dan la medida de los profundos estragos causados por el terrorismo islámico en la sociedad gala. La primera, Made in France, es una cinta de suspenso realizada por Nicolas Boukhrief. Cuenta la historia de un periodista infiltrado en una célula yihadista que planea perpetrar atentados en París. La segunda, Salafistas, es un documental realizado por Francois Margolin y Lemine Ould Salem, en el cual se suceden entrevistas de ideólogos salafistas e imágenes violentas sacadas de videos propagandísticos del Estado Islámico (EI). Las dos películas se exhiben desde finales del pasado enero con restricciones inéditas: Made in France sólo se puede ver, en streaming, en internet. Salafistas se presenta en tres salas parisinas y una de provincia y está prohibida a menores de 18 años, lo cual es una sanción excepcional: la última censura de un documental político en Francia se remonta a 1962 y al periodo de la Guerra de Argelia, cuando se prohibió la difusión de Octubre en París, un largo reportaje sobre la represión sangrienta de manifestantes argelinos el 16 de octubre de 1961 en la capital gala. En los 15 últimos años sólo 11 películas pornográficas o consideradas muy violentas tuvieron límite de edad. Salafistas provocó un fuerte debate en la Comisión de Clasificación de las Obras Cinematográficas. Esa instancia administrativa determina a cuál categoría pertenece cada filme distribuido en Francia y puede recomendar –no ordenar– su prohibición o su difusión restringida. El representante del Ministerio del Interior en dicha Comisión se desató contra Salafistas exigiendo su prohibición total, por considerarla “una peligrosa propaganda a favor del yihadismo”. Los restantes miembros de la Comisión abogaron por una difusión reservada a adultos. Fleur Pellerin, ministra de Cultura –única autoridad con poder de decisión en ese caso– eligió la segunda opción. “Teniendo en cuenta la decisión de los realizadores de difundir sin comentarios escenas y discursos de una violencia extrema, decidí seguir la recomendación de la Comisión de Clasificación de las Obras Cinematográficas y prohibir la película a menores de 18 años”, aclaró públicamente Pellerin, quien pareció incriminar, antes que todo, el montaje radical de Salafistas. A lo largo de 70 minutos, Ould Salem y Margolin dejan al espectador totalmente solo frente a los ideólogos de la yihad y las atrocidades perpetradas en nombre de la sharia (ley islámica). No contextualizan las imágenes, ninguna voz en off las comenta. “Las imágenes hablan por sí solas. Confiamos en la inteligencia de los espectadores. Desde el principio nos negamos a dar explicaciones con una voz en off, como se suele hacer en los documentales. Estamos convencidos de que los discursos violentos de nuestros entrevistados son mucho más elocuentes que cualquier análisis”, afirma Margolin a Proceso. Agrega Ould Salem: “No tenemos legitimidad alguna ni autoridad para expresar un juicio moral sobre el tema. Estos ideólogos tienen un discurso construido y siguen un patrón de comportamiento bastante estructurado en las zonas que administran. Nos pareció importante mostrar esa realidad, tal cual, casi cruda, sin filtro”. Ambos admiten que esa ausencia de comentarios fue objeto de un acuerdo con sus entrevistados. Discursos de odio Periodista independiente, colaborador de muchos medios europeos –Libération, La Tribune de Genève, BBC, entre otros– Ould Salem tiene 10 años en África como reportero, con particular interés en los movimientos yihadistas. Margolin es productor, guionista y realizador; autor de exitosas películas de ficción y también de un documental de referencia (El opio de los talibanes, 2000). La intención original de los dos realizadores era describir la vida cotidiana en los feudos yihadistas. En 2012, los líderes de tres grupos salafistas –Ansar Dine, el Movimiento por la Unidad de la Yihad en África Occidental (MUJAO) y Al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI)–, autorizaron a Ould Salem a reportear en el norte de Malí, bajo su control. Estricta y permanentemente vigilado por sus “huéspedes”, el periodista se movió durante tres meses, cámara al hombro, en las ciudades de Gao y Timbuktu, entonces sometidas a la sharia: la primera bajo el yugo de AQMI y la segunda, de Ansar Dine. Ambas plazas fueron liberadas a finales de enero de 2013 por tropas francesas y malienses. “Muy pronto nos dimos cuenta de que sería útil también entrevistar y filmar a predicadores o ideólogos salafistas. Nuestra idea era romper con la imagen de los yihadistas que impusieron los medios masivos. Estos hombres distan de ser limitados a nivel intelectual, tienen un discurso doctrinario sumamente retrógrado, pero bastante elaborado”, enfatiza Margolin. Empezó entonces una aventura de tres años, a lo largo de los cuales los realizadores viajaron a Senegal, Mauritania y Túnez. Fue difícil y a veces arriesgado acercarse a los predicadores. Grabaron horas de entrevistas y se lanzaron al montaje del documental. Tras seis meses entendieron que debían ir más lejos y no podían limitarse sólo a los discursos. “Era imprescindible mostrar en qué desembocan estos discursos, expresados a menudo con voz suave y serena. Optamos entonces por introducir imágenes durísimas sacadas de videos de propaganda del Estado Islámico entre las intervenciones de los ideólogos”, recalca Margolin. El resultado es impactante. Resaltan unos ejemplos: Después de constatar con preocupación que el hombre es esclavo de sus pasiones, Umar Ould Hamaha, líder de Ansar-al Sharia, un grupo yihadista que se desprendió de MUJAO, explica mirando a la cámara con mucha calma: “¿Hace cuánto tiempo que predicamos en Malí, en África y en otras partes del mundo? ¿Hace cuánto tiempo que cada viernes los imanes predican en todas las mezquitas? ¡Y no pasa nada! Las mujeres no llevan el velo islámico. Hay vidas depravadas, clubes nocturnos, discotecas, música por doquier. “Pero desde que empezamos a sacar el sable, desde que empezamos la yihad, las cosas mejoraron y eso se logró en sólo algunos meses, inclusive algunas semanas. Usted tiene que verlo personalmente. Aquí en Gao hasta las niñitas llevan el velo islámico ahora. No se ve una sola botella de cerveza, se acabó la depravación. Desde que empezamos las lapidaciones y las amputaciones –estos castigos son una obligación divina, es imperioso cortar la mano de los ladrones– pues, se acabaron los robos.” Una escena repulsiva ilustra las palabras del líder religioso. Un joven tendido en una cama de hospital mira su brazo derecho vendado, sin mano. Sufrió una mutilación pública y agradece ante la cámara la generosidad de las autoridades, que toman a su cargo todos los gastos médicos de su hospitalización. Un imán está a su lado. Con voz melosa explica, observando con compasión, al “pecador”: “Nuestro pobre Mohamad cometió un error. Lo tratamos conforme a la sharia. Le dijimos que tenía que actuar como musulmán. Él no puede decir que no acepta tal o cual aspecto del Islam. El Islam es un modo de vida. El Islam es un todo. No hay escapatoria.” Entrevistado en Nuakchot, capital de Mauritania, el joven jeque Mohamed Salem al-Madjissi, predicador con gran influencia en su país y en la región de Raqa, en Siria, se expresa largamente sobre la desigualdad “intrínseca e irremediable” entre hombres y mujeres y la necesidad de imponer la pena capital a los homosexuales. Muy seguro de sí, el religioso se felicita de los atentados perpetrados en París en enero de 2015 contra la revista satírica Charlie Hebdo y un supermercado kosher. “Es justicia. Los caricaturistas se lo buscaron”, explica. “Matar a un judío es legítimo”, insiste. Y también asegura: “Si la libertad de expresión es realmente abierta en Occidente, entonces se puede considerar que los tres jóvenes mártires (los hermanos Kouachi, autores del ataque contra Charlie Hebdo, y Amedy Coulibaly quien asaltó el supermercado judío) no hicieron más que ejercer su libertad de expresión”. Aparecen imágenes de ejecuciones de un grupo de homosexuales. Sus verdugos los lanzan al vacío desde el último piso de un alto edificio. La cámara del equipo de propaganda de los yihadistas sigue la trayectoria de uno de los cuerpos, que acaba destrozado en la acera. Retoma la palabra Mohamed Salem al-Madjissi: “Occidente probó el comunismo, el socialismo, el cristianismo, la laicidad y todo eso fracasó en el plano económico y social; también en el campo de la seguridad. Hoy el Islam es la última alternativa. No hay de otra”. Todos los entrevistados hablan con desprecio de la democracia, a la cual califican de herejía, pero reconocen sin problema que la aprovechan ampliamente para extender su influencia en Occidente. La prohibición de Salafistas a los menores de 18 años consterna a sus realizadores: “Nunca pensamos tener problemas en Francia con nuestro documental”, afirma Margolin. “Temíamos reacciones hostiles de nuestros entrevistados, no de las autoridades galas. Esa censura aniquila el documental y tres años de trabajo. La mayoría de las salas interesadas en distribuirlo se echaron para atrás y está estrictamente prohibido a los canales televisivos programar una película limitada a un público adulto.” Ould Salem y Margolin tenían planeadas proyecciones en escuelas medias y superiores para armar debates con los jóvenes y sus profesores y contrarrestar la atracción que puede ejercer la yihad sobre los adolescentes. Entre los intelectuales que defienden Salafistas sobresale Claude Lanzmann, autor de Shoah, un documental de 10 horas sobre la exterminación de los judíos por los nazis, considerada ahora un trabajo capital sobre el tema. Lanzmann dirigió una carta abierta a Pellerin pidiéndole autorizar la distribución normal de una “obra maestra que, mejor que cualquier libro y cualquier especialista, arroja luz sobre la vida cotidiana bajo la sharia”. En vano. Desde la ola de atentados que enlutó París el 13 de noviembre de 2015, Francia vive bajo un estado de emergencia que busca prolongar Francois Hollande al tiempo que intenta reformar la Constitución para tener más margen de acción en materia de seguridad. Clima de tensión Por si fuera poco, un informe de la Oficina Europea de Policía, publicado el pasado 25 de enero, advirtió: “Todo lleva a pensar que el Estado Islámico, terroristas inspirados por el EI o algún otro grupo terrorista de corte religioso, perpetrarán de nuevo un ataque terrorista en alguna parte de Europa, particularmente en Francia, y que buscarán hacer numerosas víctimas entre la población civil. A esa amenaza se debe añadir la de ataques lanzados por elementos aislados, que sigue siendo alta”. Ese clima de tensión extrema llevó a Boukhrief, realizador de Made in France, de común acuerdo con el productor y el distribuidor de la película, a renunciar a su proyección en salas de cine y a ofrecerla en streaming. Esa decisión es el último episodio de una hazaña de cinco años, reveladora del impacto creciente del terrorismo islámico en Francia. De madre francesa y padre argelino, Boukhrief pasó su juventud en el sur de Francia y aún recuerda las vejaciones y agresiones racistas contra su padre. El realizador, autor de exitosas películas de suspenso, empezó a interesarse por el terrorismo islámico a raíz de los atentados que sacudieron París en 1995 y en los cuales estaba implicado un joven de 24 años, Khaled Kelkal, miembro del Grupo Islámico Armado, organización terrorista argelina. La personalidad de Kelkal llamó la atención del cineasta, pero en ese entonces no se sentía suficientemente maduro para realizar una ficción sobre un musulmán radicalizado. En 2012 otro terrorista, Mohamed Merah, lo impresionó. Ese franco-argelino convertido al Islam radical asesinó a siete personas en el sur de Francia, tres niños en una escuela judía, tres militares –entre ellos un franco-argelino que se llamaba como él, Mohamed, y tenía la misma edad– y un padre de familia. “Me pregunté qué había pasado en Francia para que un Mohamed matara a otro Mohamed… No entendía. Me perturbaba. Pero a mi alrededor nadie parecía preocuparse mayormente”, confía Boukhrief a Proceso. El realizador decidió que había llegado la hora de lanzarse a hacer una película sobre el tema. Investigó. Leyó todo lo que encontró sobre terrorismo islámico. Frecuentó con tanta asiduidad las páginas de internet yihadistas que no tardó en llamar la atención de los servicios de inteligencia, que lo tuvieron en la mira hasta asegurarse de que estaba trabajando realmente sobre un proyecto de película. Terminado el guión, Boukhrief salió en busca de productores. De nada le sirvió el éxito comercial de sus películas anteriores. Nadie quería arriesgarse a producir una cinta que contaba cómo jóvenes, influenciados por un imán carismático y un yihadista recién regresado de Pakistán, se radicalizan hasta planear una serie de atentados en París. A lo largo de un año el realizador se topó con puros rechazos. Finalmente logró convencer a un productor. Pero no acabaron sus problemas. Confía el cineasta: “En cada etapa de la realización de la película sentí que mis interlocutores tenían miedo, pero por supuesto no lo confesaban. Varios actores rechazaron los papeles que les propuse sin darme la mínima explicación”. Encontrar escenarios naturales para rodar algunas escenas fue imposible. “Cada vez que enseñaba el guión de Made in France y pronunciaba la palabra ‘yihadistas’ ante las autoridades municipales de los lugares donde quería filmar, me topaba con un ‘no’ categórico”, recuerda. Inventó entonces a toda velocidad un guión ficticio –sobre una red franco-rusa de falsificadores de moneda– para convencer a los alcaldes y en seguida se le abrieron todas las puertas. En enero de 2015 estaba terminando el montaje de Made in France cuando ocurrieron los atentados contra Charlie Hebdo y el supermercado kosher de Vincennes. Conforme pasaron los días y salió información sobre los tres terroristas implicados, el realizador midió el paralelismo entre la historia que había inventado y la realidad. La gente lo felicitaba. “¡Qué increíble tu película, coincide con la realidad!”, le repetían. Pero Boukhrief distaba de alegrarse. Su distribuidora lo abandonó. No estaba dispuesta a defender una película de suspenso que de pronto se volvió una obra demasiado política. Pasaron meses antes de que Boukhrief encontrara Pretty Pictures, una distribuidora decidida a hacerse cargo de Made in France. Cuarenta salas en toda Francia pidieron la película, cuyo estreno estaba previsto para el pasado 18 de noviembre. El 12 de noviembre Pretty Pictures mandó pegar 400 carteles de Made in France en los corredores del Metro parisino. Era muy provocador: una inmensa metralleta Kaláshnikov se yergue hacia el cielo apoyándose en la Torre Eiffel, mientras grandes letras negras proclaman: “La amenaza viene de dentro”. La noche del 13 de noviembre, tres grupos yihadistas lanzaron ataques contra el Estadio de Francia, la sala de conciertos Bataclan y distintas cafeterías, con un saldo de 130 muertos y 350 heridos. Boukhrief vivió una noche de pesadilla: por segunda vez su película coincidía trágicamente con la realidad. El distribuidor llamó de emergencia a la administración del Metro para que se despegaran cuanto antes los carteles. Se canceló temporalmente el estreno de Made in France. A principios de enero Pretty Pictures intentó promover de nuevo la película. En vano. Escasas 10 salas de cine de arte se interesaron. “No critico ni juzgo a nadie”, confía Boukhrief a la corresponsal. “Si yo fuera director de una sala de cine quizá tendría la misma reacción. Buscan protegerse. Pero ese miedo irracional que se apodera de todo el mundo es justamente lo que buscan sembrar los terroristas.” Proponer a partir del pasado 29 de enero su película en streaming fue la única salida. Boukhrief espera que esa solución seduzca a los jóvenes a quienes le importa dirigirse. Como Salafistas –pero de manera distinta–, Made in France obliga al espectador a enfrentar su realidad –por muy angustiante que sea– y a reflexionar sobre ella. Desafortunadamente ambas películas, exigentes y rigurosas, no tendrán el eco que merecen en una Francia traumada. Y ese es otro golpe que lograron asestar los yihadistas.

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