Cine: "La gran apuesta"

viernes, 19 de febrero de 2016 · 12:14
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Del colapso financiero del 2008 se sabe mucho en términos mediáticos, pero se entiende muy poco; lo único claro es que Wall Street se tambaleó, millones de personas quedaron desempleadas y sin casa. Hollywood, siempre al acecho de desastres espectaculares, tenía que encontrar una fórmula para ganarse al público explicando el laberíntico proceso económico sin aburrirlo demasiado, exhibir a los culpables evitando el riesgo de convertirlos en héroes, y ofrecer, por lo menos, un cierto mensaje moral frente a un atropello tan bien hecho. En La gran apuesta (The Big Short; EU, 2015), dirigida por Adam McKay, resuena un coro de voces a cargo de responsables y participantes en la construcción de la crisis que se explican, delatan y justifican; una verborrea que fluye de la tragedia a la farsa. La narración de hechos y etapas principales está cargo del menos fiable de todos, Vennett (Ryan Goslin), un banquero que camina por el filo imposible de la lucidez y el cinismo. La galería de especuladores va desde el más cínico, Burry (Christian Bale), asesor de inversionistas, caradura con ojo de vidrio, IQ de alto rendimiento, antisocial sin capacidad de empatía, hasta el más consciente, Rickert (Brad Pitt), resentido ex banquero que lamenta los efectos funestos de la especulación sobre gente inocente, lo cual no le impide colaborar y ayudar a enriquecerse a un par de jóvenes financieros de cochera; como si la única manera de luchar contra el monstruo fuera llevarlo a sus últimas consecuencias. Más que gurús, en sus respectivos polos, Burry y Rickert fungen como chamanes, y gracias a su inteligencia e intuición fuera de lo común levitan a la altura de los dioses del mercado. Para McKay y su coguionista la labor más complicada habrá sido lograr que esos triunfadores, lugar común de Hollywood, repugnen al espectador sin ser tampoco villanos de caricatura. Recursos estupendos fueron peinados, cortes de pelo, gestos y actitudes maniacas y compulsivas; como el rizadito y mal acomodado cabello de Ryan Goslin, o los no tan pulcros pies siempre descalzos de Bale. Algo hay en la corporalidad de cada uno que lo hace ligeramente repulsivo. El mejor recurso fue orquestar el coro a base de síndromes psicológicos que parecen extraídos de una lista de Wikipedia, de esos que circulan por la red, y que el director desglosa con ayuda de estupendos actores confiando en la habilidad de su público para reconocerlos. El trastorno narcisista es el común denominador; diferentes grados de autismo, los armónicos del coro. Y si nunca se termina de entender bien a bien qué pasó, no hay de qué sentirse mal: la catástrofe financiera del 2008 es justamente un colmo de la irracionalidad. Por eso, La gran apuesta es una comedia del absurdo, género difícil que se vale de lo grotesco para explicar lo que no tiene sentido, la injusticia y la impunidad.

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