Televisión: "Catalina, la grande"

domingo, 6 de marzo de 2016 · 17:00
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Canal 22 difunde una serie rusa: Catalina, la grande. Constituye parte del paquete que adquirió el anterior director de la emisora, Raúl Cremoux, a la empresa televisiva de ese país. Se programa todos los días a las nueve de la noche, al estilo de las telenovelas; sin embargo, esta obra no es un melodrama tradicional aunque tiene rasgos del mismo, por la continuidad de episodios que se quedan en suspenso. Historia y ficción entreveradas en la vida de una de las zarinas más destacadas de la Rusia Imperial. Casada con el heredero al trono, la muy joven Catalina se tendrá que adaptar a las imposiciones de la emperatriz. Su esposo es sobrino de Isabel (quien no tuvo descendencia), un muchacho con cierto retraso en su desarrollo mental. No quiere saber nada de boda, de hijos, ni de gobernar. Su pasatiempo favorito es jugar con soldaditos de plomo. Debido a lo anterior, la reina Isabel le exige a Catalina embarazarse y darle un heredero. Nace una niña, y con toda premeditación comete la crueldad de arrebatársela para educarla ella misma. Supone que será suficientemente longeva para colocar a esa pequeña en el trono, una vez muerto el sobrino. No fue así. Catalina logra ser coronada gracias a un golpe de Estado en contra de su marido, Pedro III. Gobierna con firmeza; no está exenta de arranques déspotas, si bien su gestión es tan destacada que la llamarán La grande para diferenciarla de Catalina I. La sucederá su hijo Pablo I. Debido a su aislamiento en los primeros años de su matrimonio, aprende ruso, lee mucho, se relaciona con los enciclopedistas franceses. Al cabo del tiempo adquiere la cultura de su país adoptivo y se transforma, al grado de olvidar sus raíces prusianas. Catalina II ha sido objeto de numerosas novelas y biografías. La personalidad de esta mujer en tiempos monárquicos, resulta fascinante. Su inteligencia, astucia y su deseo de poder, la singularizan. Dotada de una biología que le permite sortear múltiples enfermedades con éxito, su paso por Rusia dejó una huella importante en la etapa zarista del siglo XVIII. La serie resulta amena, instructiva. Los escenarios interiores son auténticos, el vestuario a semejanza de los trajes del zarismo. En cambio, las vistas del río Neva, del Palacio de Invierno de San Petersburgo, de la fortaleza de San Pedro y San Pablo o del Kremlin, parecen postales a las cuales se les sobreponen personas, berlinas, veleros. Las tomas son panorámicas muy abiertas, por lo cual no es posible saber si están captadas de la realidad o son de fotografías antiguas. Tal como corresponde a una serie protagonizada por figuras femeninas, las actrices destacan. La fisonomía de Isabel es totalmente eslava, sin maquillaje ni afeites. Catalina llega a serlo al pasar de una tez mediterránea a otra de una blancura de cierzo invernal. Ambas se desempeñan con soltura bajo una excelente dirección de escena en Catalina, la grande.

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