El teatro de Cervantes, injustamente valorado

viernes, 22 de abril de 2016 · 10:39
Este viernes 22 y sábado 23 se cumplen 400 años de los fallecimientos de William Shakespeare y Miguel de Cervantes, respectivamente. Del autor de El Quijote, la Compañía Nacional de Teatro prepara ya el montaje de El cerco de Numancia para el próximo Festival Internacional Cervantino, en octubre. Su director, Luis de Tavira, dice que mientras los ingleses echan a volar las campanas por su escritor, el mundo hispano menosprecia la grandeza del Cervantes dramaturgo. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Si los hispanohablantes no elogiáramos El Quijote, el mundo entero lo haría, explica Luis de Tavira en las instalaciones de la Compañía Nacional de Teatro (CNT) que encabeza en Coyoacán. Está radiante por la enorme acogida que el público y la crítica dieron en Bogotá, Colombia a la obra El círculo de cal, donde a la creación de Bertolt Brecht imprimió el sello de la comunidad michoacana indígena de Cherán, que se agrupó entera para defenderse de la violencia. Y cuando aborda el 400 aniversario luctuoso de Miguel de Cervantes, acota: “Yo no he visto a ningún jefe de Estado de España ni de Latinoamérica que proclame con igual orgullo y vigencia la importancia de la celebración de nada menos que de Cervantes, que es mucho más que el autor de El Quijote. Es lo mismo que pasa con estas grandísimas obras, como es el caso de El Quijote, que no dejan ver bien los otros grandes logros, las otras grandes novelas.” Y también: “Hay un Cervantes dramaturgo de primera línea en la historia del teatro.” En la conversación desplegará los argumentos para la revaloración de esa carencia, que explicará de entrada así: “Lo que pasa es que el prestigio de nuestra cultura pasa por nuestros complejos de inferioridad y la ignorancia que nos ha impedido la autoestima del legado que tenemos…” Y de El cerco de Numancia, que la CNT escenificará en octubre en el Festival Internacional Cervantino dirigida por Juan Carrillo –de la cual rememora el montaje de Manuel Montoro con escenografía de Guillermo Barclay en 1973–, dice: “Yo pienso que en la Numancia Cervantes alcanza la culminación, ahí sí tenemos ya la tragedia española del Renacimiento como conseguida a una manera muy distinta de como lo hará en Inglaterra Shakespeare.” La CNT escenificará también tres obras de Shakespeare: Enrique IV (primera parte), con dirección de Hugo Arrevillaga; Coriolano, puesta de David Olguín, y la versión de Bertha Hiriart a Romeo y Julieta con dirección de Sandra Félix. En seguida, suprimidas las preguntas y las respuestas para seguir el hilo de los razonamientos del director escénico, el testimonio sobre la dramaturgia cervantina se ofrece al lector como un monólogo. * * * Yo pienso que injustamente no se ha valorado como debe de ser el teatro de Cervantes, el problema es, como el propio Cervantes lo declaró en el prólogo cuando decidió editar sus obras, resignado a que no se iban a montar en escena que las dedicaba al libro porque ya no irían a los escenarios porque había irrumpido la tiranía cómica del monstruo de la naturaleza, el Fénix de los ingenios (Lope de Vega). Algo hay de cierto en esto, pero yo creo que es como la coyuntura histórica que ha impedido ver los enormes valores del teatro cervantino que, teatralmente hablando, pertenecen ciertamente a una transición, pero yo creo que también a una culminación: Sin duda El cerco de Numancia –y la Numancia replanteada por el propio Cervantes– es la mejor obra o la mejor tragedia o la consecución del proyecto de la tragedia española del Renacimiento. Entonces todavía hay ahí un hombre del Renacimiento, pero Cervantes estaba en la transición del Renacimiento hacia el barroco, esta obra pertenece a este impulso del Renacimiento que fue la reconstrucción de la tragedia, es decir, el Renacimiento no se explica si no se descubre en el norte de Italia el texto de la Poética atribuida a Aristóteles, y ahí se replantea este movimiento de recuperar los valores de la tradición grecolatina y concretamente de la tragedia. Y entonces empiezan las enormes aventuras artísticas del teatro italiano para construir la tragedia italiana, y lo mismo un siglo de intentos ponderables, interesantes, con enormes valores, pero finalmente tentativos de crear la tragedia española. Yo pienso que en Numancia Cervantes alcanza la culminación, ahí sí tenemos ya la tragedia española del Renacimiento como conseguida a una manera muy distinta de como lo hará en Inglaterra Shakespeare, que es al mismo tiempo un autor medieval, un autor renacentista y un barroco, en una síntesis única, exclusiva, que se nutre de todo entre otras cosas del propio Cervantes y desde luego después del propio Lope –porque le toca ser contemporáneo de ellos. Y sin duda en el mundo el paradigma que triunfa es el de la tragicomedia lopista que va a nutrir el teatro de todos. Juan Ruiz de Alarcón se convertirá en la fuente de inspiración, el maestro a seguir por Corneille. Corneille se dedica a reescribir las comedias de Juan Ruiz de Alarcón, cosas que se olvidan, pero que están allí porque ese es el signo de nuestra cultura: de pronto empieza el año y el primer ministro de la Gran Bretaña se lanza un discurso para inaugurar la festividad shakesperiana porque se está en el año de los 400 años y se cumple esta efeméride como un orgullo nacional. Yo no he visto a ningún jefe de Estado de España ni de Latinoamérica que proclame con igual orgullo y vigencia la importancia de la celebración de nada menos que de Cervantes, que es mucho más que el autor de El Quijote. Es lo mismo que pasa con estas grandísimas obras, como es el caso de El Quijote, que no dejan ver bien los otros grandes logros, las otras grandes novelas. Hay un Cervantes dramaturgo de primera línea en la historia del teatro. Con Numancia se anticipa a Lope en la creación del contundente personaje colectivo; una de las cosas que la historia del teatro le tiene que reconocer más a Lope es la creación de ese personaje colectivo por excelencia que se llama Fuenteovejuna, pues antes de Fuenteovejuna está el personaje que se llama Numancia, una Numancia que dice no, una Numancia que no se rinde, una Numancia que triunfa en su derrota. Es un ejemplo únicamente comparable con Esquilo, y es de ese tamaño la Numancia de Cervantes, lo que pasa es que el prestigio de nuestra cultura pasa por nuestros complejos de inferioridad y la ignorancia que nos ha impedido la autoestima del legado que tenemos, no de El Quijote –porque entre otras cosas si nosotros no lo estimáramos como se debe el mundo lo haría y de sobra–, pero en el teatro es más difícil de ser reconocido. No hay que olvidar a Calderón de la Barca, a quien descubren los románticos alemanes, y si no quién sabe dónde habría quedado la grandeza de esta cúspide del teatro. La filología de los ingleses o de la literatura inglesa es hiperbólica y triunfalista de más, no que no se lo merezca Shakespeare, pero se dicen impropiedades desmesuradas justamente por hijas de la autoestima en la que se tiene a su propio poeta…, pero de repente dice Bloom, y así titula un libro sobre Shakespeare, La invención de lo humano, perdón, pero es una hipérbole inadecuada: si de alguien se puede decir eso es de Sófocles, dos mil años antes de Shakespeare, ahí está la invención de lo humano, es Sófocles el inventor de lo humano, y por virtud de eso también Shakespeare, pero esto se lo adjudican y a mí me parece lamentable la fruición con que ejercitamos la hermenéutica de Shakespeare. No porque esté mal que lo hagamos, sino porque a cambio no hacemos la de nuestros clásicos, tenemos en el abandono y en la ignorancia a nuestros grandes dramaturgos del barroco. Calderón no tiene nada que pedirle a nadie, Lope mismo, Tirso, Juan Ruiz, y sin embargo no lo hacemos. O habrá que olvidar que las grandes renovaciones del teatro mexicano surgieron en la vuelta a esa tradición… bastaría mencionar aquella puesta de Don Gil de las calzas verdes de Héctor Mendoza (1966 en Ciudad Universitaria). Ahí se detonó la vanguardia, justamente volviendo a Tirso, ahí está la clave, esas son lecciones, enseñanzas que no habría que olvidar, por eso hay que volver al teatro cervantino. Hay un montaje célebre de El cerco de Numancia antes que es el de Manuel Montoro con la versión de José Emilio Pacheco, que es una versión maravillosa. El cerco de Numancia que ahora intentaremos es la tragedia culminante del Renacimiento español, que no es poco decir, y hay quien dice del Renacimiento entero que es un momento, un despertar de renovación y de cambio cultural por muchísimas razones; que se planteó el proyecto de recuperar esa fundación de lo humano que fue la tragedia griega y que no lo consigue a cabalidad salvo en excepciones como en Numancia, porque sin duda las tragedias de Lope son maravillosas pero eso ya no es el espíritu del Renacimiento, ya no es Erasmo o ya no es el humanismo. Estos personajes de la Numancia, este Escipión el conquistador que es un hombre que piensa, que se reta frente a la ética y el sentido de la civilidad que funda Roma, frente a un pueblo asediado pero salvaje, hundido en el neolítico, y que se plantea una duda consistente en la que este conquistador no es el malo de un melodrama, es un personaje trágico que va camino de la derrota por virtud de su victoria, y le plantea unas reflexiones y unos alegatos morales que son claramente el espíritu del humanismo que irrumpe al escenario y entra en boca de un personaje que sin duda, para su tiempo, debe estarle resonando todos los oídos a Carlos V y a sus sucesores. Es decir, a este Renacimiento del imperio, porque Cervantes escribe El cerco de Numancia con un sentido incluso de identidad nacional, o sea, un territorio español invadido por Roma cuando Carlos V está sitiando Roma, ellos son los sitiadores de Roma, eso es interesantísimo, es una obra poco estudiada, poco valorada y es un hito en la historia del teatro. Conocí esa obra en la escuela, bueno, yo vi el montaje de Manuel Montoro en 1973. Fue un año emblemático y en unos días terribles… La obra la estrenan en septiembre, cuando fue el golpe de Chile, y sin tomar en cuenta ese asunto; estaba montando a Cervantes y quién sabe cómo lo iba a tomar el público. En el segundo fin de semana que se presentan durante los aplausos la gente grita ¡Viva Salvador Allende! ¡Viva Chile! Es decir, la gente la leyó así, ellos la habían montado antes y el público la leyó así. De la misma manera que la gente reaccionó ahora durante el XV Festival Iberamericano de Teatro en Bogotá con el montaje de Brecht. La gente en Colombia en este proceso de pacificación, no se iba y los aplausos y los gritos continuaban y se cae el telón y no se va la gente y regresaban los actores de los camerinos para volver a comparecer ante un entusiasmo muy conmovedor, gritos de ¡Viva México! ¡Viva Colombia! ¡Viva Cherán! Porque entendieron que el espectáculo es un homenaje a la comunidad de Cherán, sin duda es un texto brechtiano pero le aplicamos lo que Brecht le aplicaba a Shakespeare, es decir, una apropiación en una parábola prodigiosa, un poema de Brecht maravilloso que es esta parábola que es la penúltima obra que escribe Brecht y es la única obra con final feliz, es decir es un Brecht lleno de optimismo y esperanza. Aristóteles, que es científico y no gente de teatro y no le da por ahí pero no puede evitar reflexionar sobre el teatro, dice que “la superioridad del teatro frente a la historia consiste en que la historia se propone contarnos de la manera más precisa lo que alguna vez pasó, cómo pasó, porqué pasó, y en cambio el teatro nos cuenta lo que sucede siempre”. Eso que pasó visto en la constante de lo que sucede siempre, por eso no es historia. Es la constante, eso es lo que ves cuando una obra llega a la dimensión de lo que quiere decir la palabra clásico, se vuelve de todos, es apropiable. Te dice algo, te sigue diciendo. Calvino dice que una obra clásica no ha acabado de decir todo lo que tiene que decir. Una identificación plena que no sucede con todas las obras ni tan fácilmente, pero también está el otro dramaturgo Cervantes que es el autor de las comedias, los entremeses o toda la teatralidad del propio Quijote, yo digo que El Quijote, como lo veo, es que en El Quijote lo que crea Cervantes es la mejor identidad y definición de lo que es un actor, porque mira, es un lector voraz adicto a la ética de la caballería que lee y lee y es feliz leyendo y un buen día se aburre de leer, cierra el libro y dice: “esto hay que vivirlo”. Entonces cierra los libros y se inventa un personaje, Quijano se inventa un personaje, es decir brinca a la ficción y se vuelve un personaje y transfigura todo y entonces esta es la armadura: esta vasija es y aquel es, se vuelve ficción y se va a los caminos a vivir la ficción, y cuando se enfrenta al molino no es que no se diera cuenta de que es un molino, pero él está encantando la realidad, eso hace el teatro, él lo hace y dice “hay que arremeter contra el gigante”, y el otro le dice “pero cómo”, y dice “es que no hay fe sin obras”: Si no lo pongo por obra, entonces dónde es verdad la ficción, en los golpes que se llevó, en los moretones que se llevó, ahí está la realidad de su fe en la ficción. Claro, cuando al final se lo llevan a curar porque está loco y se les muere cuando lo bajan a esta descorazonada realidad, todo el mundo lo echa de menos y se entristece porque quién nos va a encantar el mundo… porque la realidad es inhabitable. Don Quijote es un actor. Y cómo le hace un actor si lee, pero él está en escena y entonces no está haciendo mal… no es un molino, es un gigante, y esta bigotona es Dulcinea, nada más que está encantada, y cómo la desencantamos. Y Sancho promete que si se da noventa latigazos y ya lo prometió y cuando llega la noche dice “cumple, vamos contando, cumple, cuántos llevas”: así es como procede el actor, fundas una ficción pero esa ficción causa lógica y esa lógica te lleva en consecuencia a una acción. Eso es lo que hace el actor, y sin duda esto no habría sucedido si Cervantes no le da el golpe al teatro, lo entendió muy bien, por eso su personaje se comporta tal cual como un actor ante la ficción. ¿Y qué otra cosa es la ficción si no la transfiguración de la realidad en el mundo? Hay mucho que pensarle al teatro de Cervantes.

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