La mitología de la Yihad

viernes, 22 de julio de 2016 · 16:38
PARÍS (apro).- ¿Quién era Mohamed Lahouaiej Bouhel? Una semana después del mortífero atentado que ese tunecino de 31 años perpetró en Niza, su personalidad sigue siendo bastante misteriosa. Poco a poco, sin embargo, las investigaciones de la policía judicial van revelando algunos elementos de su temperamento: vida sexual desaforada con amantes de ambos sexos, repetida violencia contra su esposa y su suegra, frecuentes ataques de furor, consumo de bebidas alcohólicas, apetencia por las drogas, asistencia frecuente a gimnasios, narcisismo, inmadurez… pero ningún connato de fe religiosa. Lahouaiej Bouhel no gritó allah u akbar (Dios es grande) cuando lanzó su camión de 19 toneladas sobre la multitud que festejaba el día nacional del 14 de julio en el famoso malecón de Niza, matando a 84 personas e hiriendo a más de 300. Hasta la fecha no ha aparecido escrito o filmación que él haya dejado como testamento. El Estado Islámico (EI), sin embargo, reivindicó la masacre y presento a su autor como un “combatiente del Califato”. Por el momento no se tienen huellas concretas de la relación entre Lahouaiej Bouhel y Daesh (como se hace llamar el EI), pero se va desvaneciendo su imagen de “lobo solitario”. Cinco individuos, dos fraco-tunecinos, un tunecino y dos albaneses se encuentran detenidos y son investigados por su supuesta complicidad con el terrorista. De ser confirmada, la falta de religiosidad del “verdugo de Niza” no asombra a Guillaume Monod, psiquiatra que atiende a jóvenes candidatos a la yihad encarcelados en el reclusorio de Villepinte, en los alrededores de París. El experto habla largamente de su experiencia con estos detenidos en un apasionante análisis publicado en la edición del pasado 20 de julio del vespertino Le Monde. Lo que llama profundamente la atención de Monod es la ignorancia religiosa abismal de sus interlocutores. Enfatiza: “Hacer la yihad está considerado como un compromiso radical a la vez religioso y político. Paradójicamente, los familiares de los jóvenes explican a menudo que no rezaban ni se interesaban en política. Casi todos los menores de edad y los jóvenes detenidos con los cuales platico o platiqué manifiestan un desconocimiento total del Islam. En realidad, me di cuenta de que sus motivaciones para lanzarse en la yihad no son teológicas ni políticas, sino mitológicas”. Precisa: “Como lo subraya Farid Abdelkrim en su libro Por qué dejé de ser islamista, el 'compromiso espiritual’ de estos jóvenes es en realidad una sobrexcitación que excluye toda forma de lucidez y les impide ver y entender la dimensión de la aventura que les arrastra”. Según pudo observar Monod, los aprendices yihadistas no leen los hadices (palabras del profeta o relatos que lo conciernen) para profundizar su conocimiento del Islam, sino para enterarse de detalles de la vida diaria de los salaf a saleh (los santos sabios) e imitarlos como lo hace cualquier joven que copia comportamientos de sus rockeros favoritos. Cuando el psiquiatra recordó a Bachir, uno de los detenidos, que el Islam prohíbe matar, éste le contesto que sólo “el Corán de Francia” lo prohibía, mientras que “el verdadero Corán, el de Siria”, lo permitía. Y cuando Monod le preguntó cuáles eran los cinco pilares del “Corán sirio”, Bachir se enredó y acabó explicándole por qué se había dejado crecer el pelo: “Me hago un moño porque así se peinaba el profeta cuando libraba una batalla”. Recalca el médico: “Los jóvenes yihadistas leen muy literalmente estos textos religiosos, los toman al pie de la letra y se dejan fascinar por su mitología. Los inducen a hacerlo los videos que encuentran en internet en los que los reclutadores alternan propaganda yihadista con imágenes de Star Wars, Matrix o El señor de los Anillos; o sea, los mitos de los tiempos modernos. En realidad sólo conocen del Islam estos productos derivados y adulterados”. El testimonio de Adam, joven de 20 años de padre francés y madre pakistaní es elocuente: “En lugar de preparar mi examen de primer año de derecho pasé todo el tiempo viendo videos. No me cansaba de mirar a los combatientes que salían con sus cinturones de explosivos y acababan por activarlos. Se notaban felices. Querían realmente hacer eso. Hablaban en árabe. Yo no entendía lo que decían. Leía los subtítulos, pero no me interesaban. “Lo que me apasionaba era mirar sus rostros. Eran realmente bellos. Me volvían a dar esperanza. Pero me sentía tan inferior comparado con ellos. Me sentía tan solo, como si me hiciera falta algo. Si alguien me hubiera regalado todas las riquezas del mundo, me hubiera sentido igual de desamparado. “Al principio, cuando veía como decapitaban, sentía miedo. Pero mientas más miré estas decapitaciones, más me endurecí. Me dije a mí mismo: ‘Están en la verdad. No puedo huir por miedo. Si no puedo mirar eso, no soy hombre’”. Monod cuenta con los dedos de las manos los jóvenes deseosos de ir a Siria para hacer la guerra contra los infieles. Cita el caso de Said, encarcelado desde 2011. Ese preso de 25 años reconoció que quería combatir en Siria para “matar antes que todo a chiitas” a los que calificó de “infieles politeístas muchísimo peores que los cristianos”. “Es el único detenido que padece paranoia”, comenta el psiquiatra antes de insistir sobre la necesidad de tomar muy en serio todos los testimonios que se van recopilando actualmente para poder elaborar programas eficientes de “desradicalización”. “Y en estos programas urge desamortiguar la fuerza mitológica de la propaganda yihadista”, resalta. Algunos detenidos se encargan espontáneamente de hacerlo. Tal es el caso de otro interlocutor de Monod, Sofiane, de 17 años, encarcelado poco tiempo después de los atentados contra la revista satírica Charlie Hebdo y un supermercado kosher en enero del año pasado. Confesó el joven: “Íbamos a la mezquita. A mi primo le trastornaron la cabeza. No me di cuenta. Eso va muy rápido. Basta hablar con uno, dos, tres, y poco a poco uno acaba queriendo irse. Fue lo que pasó con mi primo. Se fue. “Me daba noticias por facebook. Cuando llego allá, se dieron cuenta de que no sabía nada del Islam. Ni siquiera conocía las oraciones. Lo agarraron y lo violaron. Después le dijeron: ‘Eres una mierda. Ya no eres hombre. Mereces morir. Pero podemos devolverte tu hombría. Nos obedeces y te devolvemos tu dignidad’. “Lo formatearon violándolo. Algunos meses más tarde sus padres recibieron una llamada telefónica. Alguien les dijo que mi primo había muerto en combate. Ahora yo vivo muy callado, pero cuando oigo a uno que otro que habla de Siria, le cuento la historia de mi primo, y le digo que es lo que le pasará si va allá”.

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