Qué hacer con el odio del arzobispo

sábado, 15 de octubre de 2016 · 09:32
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- 1.Lo primero que hay que decir es que sería un error contestar el discurso del arzobispo primado de México contra la minoría de los no heterosexuales con argumentos racionales. Eso ya ocurrió en los primeros tres lustros de este siglo. Médicos, activistas y pensadores respondimos a los embates de la Iglesia católica en foros públicos, en especial en la televisión y la prensa escrita. El debate fue animado y vigoroso, transcurrió atendido por la sociedad entera, y, como deben lograr los buenos debates (que al fin y al cabo son instrumentos para el conocimiento, es decir, para ver un tema por sus distintos costados), nos educó a todos en un par de asuntos. La homosexualidad, la bisexualidad, el travestismo, la transexualidad son preferencias naturales, no más, no menos. Y la transición al Estado laico y a la democracia plena ha de ser todavía completada en México legislando para dar derechos iguales a las minorías, de manera que no existan ciudadanos de primera y de segunda clase. El debate culminó en 2015 con una sentencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Once ministros honraron el principio constitucional de la no discriminación de ningún mexicano al aprobar los matrimonios igualitarios. En México, en adelante, toda pareja que se ame podrá casarse y gozar de los derechos que el matrimonio civil implica. Esta es ya la ley en nuestro país. Reabrir el debate que desembocó en esa ley es retroceder y renunciar a la conquista que la Suprema Corte selló. En cambio, es tiempo en nuestra democracia de pasar a discernir dónde la libertad de expresión se convierte en discurso del odio, y por tanto se vuelve un daño social. ¿Qué es un discurso del odio? ¿Cómo se le distingue entre otros discursos? Sobre todo, ¿cómo se le abstrae del derecho a la libre expresión? 2. Las democracias occidentales han desarrollado cuatro criterios para catalogar un discurso del odio. a. Criterio de grupo específico. El discurso del odio se refiere a un grupo de personas específico, históricamente discriminado, en un lugar y un tiempo concretos. Es el caso de lo que ha publicado el arzobispo en las últimas semanas en el periódico Desde la Fe, y que han repetido su vocero y ocho obispos ante su grey y la prensa nacional: es un discurso que se refiere muy específicamente a los gays del México de nuestros días. b. Criterio de humillación. El discurso del odio implica la expresión de prejuicios que denigran y humillan a un determinado grupo. Claramente, es otra vez el caso del discurso del arzobispo, cuando acusa a los gays de ser pederastas (ser gay no es ser pederasta), de ser enfermos mentales (esto en contra del dictamen del año 1974 de la Asociación Internacional de Psiquiatría, y que acepta desde entonces la ONU), de criar a hijos con retraso mental y problemas psicológicos (de nuevo, contra el resultado de las investigaciones científicas), de desgarrar su propio ano, al introducir en él un pene (afirmación no sólo vulgar, sino funcionalmente falsa), más una larga y penosa sarta de mentiras que llenarían el espacio de esta plana. c. Criterio de malignidad. El discurso del odio invita a terceras personas a participar en acciones cuyo objetivo es atentar contra los derechos o la integridad del grupo vulnerable. La última marcha de familias vestidas de blanco por avenida Reforma, 450 mil personas que clamaban alto y fuerte, y sin eufemismos, por la revocación de los derechos al matrimonio igualitario y a la adopción de las parejas del mismo sexo, no es un botón de muestra que cumple el criterio: es un diluvio de botones de muestra. d. Criterio de intencionalidad. El discurso del odio tiene la intención deliberada de provocar acciones que humillen y degraden a los integrantes de un grupo discriminado. El propio arzobispo ha expresado, por escrito y verbalmente, ante los medios de comunicación, que su intención deliberada es quitar derechos a los homosexuales. Su conexión directa con las multitudes del Frente por la Familia puede probarse en la repetición de los argumentos y en la participación de sus obispos en las marchas. 3. Es tiempo de que en México usemos nuestras leyes. Que pasemos del duelo de infamias a los tribunales de justicia. Lo antes dicho: hay un momento en donde la libertad de expresión se vuelve discurso del odio, y por tanto un delito. El arzobispo Norberto Rivera Carrera ha cruzado esa línea.

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