Betty Zanolli recuerda a René Avilés Fabila

jueves, 27 de octubre de 2016 · 20:07
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Acompañé en su dolor a la pianista, historiadora y abogada Betty Luisa Zanolli Fabila, durante la despedida a su familiar, el periodista René Avilés Fabila, quien falleció el pasado domingo 9 a la edad de 75 años. Conocedor de que a Avilés Fabila le interesaba la música, aproveché nuestra conversación telefónica, luego del velorio, para solicitarle con el debido respeto a mi amiga Betty Luisa, la creadora de la revista Conservatorianos (citada por los recientes artículos del violinista Samuel Máynez Champion en Proceso), un escrito acerca de los gustos musicales del profesor de la UAM-Xochimilco. El siguiente texto, Betty Zanolli Fabila lo intituló: René Avilés Fabila, melomanía literaria, y lo reproduzco a continuación para deleite de sus alumnos y nuestros lectores de la columna “Canto Rodado”. Melomanía literaria Cuando uno evoca el nombre de René Avilés Fabila, es inevitable que las palabras literatura, periodismo, docencia, sean algunas de las que primero adquieran materialización. Sin embargo, conforme uno se adentra en el conocimiento de su obra, pronto descubre que el resto de las artes y muchos otros rubros deben también ser comprendidos. Un poderoso elemento que nos conduce a dicha reflexión se desprende del proyecto editorial, académico y artístico, que dio inicio en el año 2000: Conservatorianos, que desde entonces ha buscado vincular a los jóvenes estudiantes de música y al público en general con la actividad realizada en las principales instituciones de educación musical profesional de México y del extranjero, a la par que impulsar la divulgación cultural y su interconexión con el arte de la música. Revista que desde su fundación contó entre sus consejeros editoriales y colaboradores con el escritor René Avilés Fabila, gracias a lo cual hoy podemos integrar un valioso y especial apartado dentro del multifacético y amplio universo de la obra avilesfabiliana, en el que el eje rector lo constituye la literatura engarzada con la música y ambas interactuando estrechamente con otras artes, principalmente el cine y la pintura. Sin embargo, no es de sorprendernos: el literato fue también un melómano que lo mismo le cautivaba la música clásica y la ópera (Mozart, Gluck, Saint-Saëns, Schubert, Shostakovich) que el rock and roll, la canción francesa con Edith Piaf, la música de los crooners, como su añorado Frank Sinatra, y la de las grandes bandas como las de Glenn Miller y Benny Goodman, entre tantos y tantos compositores e intérpretes. Vocación euterpiana que nació desde el vientre materno, como él mismo lo refería. Primero bajo la influencia de su padre, el escritor René Avilés Rojas, quien lo hizo apreciar autores del impresionismo francés como Debussy y Ravel y del nacionalismo escandinavo como Grieg y Sibelius. Después, por la de su media hermana Leonora --así llamada por su padre en honor a la obertura beethoveniana--, que lo vinculó a Tckaikovsky, en especial con El cascanueces y El lago de los cisnes, ya que estudiaba ballet, y más tarde por la influencia de sus tías maternas que estudiaban canto con Fanny Anitúa y la de mi propia madre, la soprano Betty Fabila --prima hermana de su madre Clemencia--, y por quien al verla interpretar hacia los años 50 en el Palacio de Bellas Artes el papel de Cio-Cio-San en Madame Butterfly, de Giacomo Puccini, hizo de esta ópera su favorita. De esta forma, el arte musical desde pequeño le cautivó, en especial la música para violín y piano y más tarde el violoncello, en particular cuando era interpretado por Jacqueline Du Près. No obstante, como en la entrevista que brindó para Conservatorianos refiere, nunca tuvo la oportunidad de poder estudiar alguno de dichos instrumentos, en cambio, de su madre, profesora normalista, recibió los primeros libros que habrían de atraparlo y conducirlo por la senda literaria hasta el final de su vida. Sin embargo, el apartado literario-musical que de él obra en Conservatorianos nos devela esa profunda inclinación que hacia el arte musical cultivó a lo largo de su vida, lo que nos permite también entender la transformación que se fue operando a través de sus entregas, cada vez más prolijas y orientadas hacia la reflexión y el análisis. Melomanía, la primera de ellas, así lo anticipa: “No existe substituto de la sala de conciertos. Allí, la emoción de oír y ver a la orquesta, al director, al solista, de sentir las pasiones que transmite cada ejecutante, nos permite comprender que estamos en el mejor sitio del mundo para escuchar música”. En la siguiente, literato y melómano se darán cita en el cuento Los libros musicales, donde se advierte en realidad el anhelo secreto del escritor cuando su narrador admite: “Toda mi vida --quizá influido por la cinematografía-- he querido escribir una novela o un cuento con música de fondo”, de la misma manera como cuando en su ensayo sobre las musas declara, con tono poético: “¡Cuánto le debe la humanidad a estas damas envueltas en gasas y con guirnaldas en las manos que aparecían al llamado del creador!”, cuando que ahora “la única fuente de inspiración ya no son las musas (las que contribuyeron al éxito de Homero y Virgilio), son la disciplina y el rigor”, y es que el autor no deja de apuntar, ni aun hablando de lo más exquisito del arte, lo que la modernidad nos ha dañado. Empero, serán las siguientes colaboraciones en las que su melomanía se habrá de manifestar en todo su esplendor. Sobre música es una especie de fantasía artístico-social en la que a lo largo de 16 movimientos, desde la obertura inicial hasta el final majestuoso, Avilés Fabila entrelaza todo tipo de imágenes: religiosas, míticas, cinematográficas, aludiendo a compositores, intérpretes, instrumentos musicales, literatos y actores; en fin, toda una escena caleidoscópica que nos antoja estar frente a una especie de carnaval que tiene lugar alternando épocas y espacios entrelazados a gusto del autor. Texto en el que el literato, amante del rock, de Lennon, McCartney y Mick Jagger, se erige en profundo crítico de las “hibridaciones” intergenéricas musicales, como lo revela al sentenciar: “el sitio donde nació la primera gran perversión musical es el famoso Hollywood Bowl, en California. En ese inverosímil foro, José Iturbe y Liberace no popularizaron sino vulgarizaron y destrozaron a más de un autor, mientras posaban para algunas de las peores películas norteamericanas”. Giacomo Facco en la familia A su vez, en los ensayos correspondientes a la serie intitulada La música en la literatura, Avilés Fabila elabora sendos análisis en los que disecciona y revela que no es el único literato cautivado por el arte musical, dejando constancia de la profunda vinculación que entre ambas artes se percibe en la obra de autores como Philip Roth, Alejo Carpentier (el amigo personal de quien nos recuerda el autor que siempre recomendaba leer literatura “con música de fondo”), H. D. Lawrence, Edgar Allan Poe, Thomas de Quincey y Charles Baudelaire, así como la profunda devoción de Rafael Solana hacia Verdi y el gusto del propio autor por la zarzuela. Reservo como último ensayo a comentar el intitulado Giacomo Facco en la familia, en el que comparte su remembranza de cuando siendo alumno a principios de los años 60 de la Preparatoria 7 de la Escuela Nacional Preparatoria de la UNAM, en la clase de italiano que tomaba con mi padre, Uberto Zanolli, él acostumbraba ilustrar sus ejemplos con música y un día le preguntó: --René ¿a usted le gusta la música? --¡Claro, maestro!” Lo citó entonces para que asistiera al Castillo de Chapultepec donde dirigiría el estreno en México de la obra de “un fascinante músico hasta entonces desconocido”, Giacomo Facco, cuya música había encontrado en el archivo del Colegio de las Vizcaínas. Y he escogido como último ensayo éste, porque existe otro elemento propio de su obra: la constante y creciente nostalgia por el pasado, porque aunque goza y se goza del presente, algo conduce siempre al autor, lo mismo en sus cuentos que en sus novelas, en sus ensayos que en sus artículos, y particularmente en sus textos autobiográficos, a lamentarse y añorar los tiempos idos, como lo hace en el siguiente final: “A mí me gusta vivir de recuerdos y a veces creo que todo tiempo pasado fue mejor, y entonces saco de un cofre la imagen de mi tío Uberto Zanolli (padre de Betty Luisa Zanolli Fabila) hablándonos con voz cálida de Italia, de la música italiana, de Facco, por supuesto, mientras un grupo de preparatorianos atento lo escucha. Y a mí, en lo privado, hablándome de su amor por mi tía Betty.” Finalmente, creo que la obra de Avilés Fabila requerirá de nuevas lecturas, pues si bien él señaló: “No sé si reunir en un libro a la música y a las palabras tendrá sentido para un crítico literario de corte académico, para mí lo tiene. Yo he pasado tanto tiempo leyendo como escuchando música”, lo cierto es que también pasó su vida abrevando del cine y de la pintura. Atender y comprender la amalgama artística que encierra la obra avilesfabiliana, es y será el reto.

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