El pacifismo palestino, en el banquillo de los acusados

domingo, 8 de enero de 2017 · 11:10
Issa Amro, un conocido activista palestino, será juzgado en las próximas semanas por “incitar a la violencia”. En realidad, su “delito” es otro: intenta por medios pacíficos que las colonias de judíos frenen su expansión en la ciudad palestina de Hebrón. Su abogada y organizaciones de derechos humanos denuncian que su juicio tiene motivaciones políticas: Israel quiere silenciar cualquier voz que cuestione la ocupación, sancionada por la comunidad internacional como ilegal. HEBRÓN, CISJORDANIA.- Para llegar a casa de Issa Amro hay que dejar atrás las bulliciosas calles comerciales de la ciudad palestina de Hebrón y caminar hacia el Checkpoint 56, el control militar israelí que marca la entrada a la calle Shuhada y la separa del resto de la ciudad. Una familia palestina aguarda ante la impresionante estructura de hierro y alambres hasta que una luz verde les indica que puede avanzar hacia los soldados y enseñar sus documentos de identidad. Sus pasos desganados reflejan el hastío de quien pasa por semejante rutina a diario para llegar a su casa. Para un extranjero el control es diferente: –¿Turista? –pregunta, desconfiado, el militar israelí– ¿Está segura de que quiere salir? –No. No. Quiero entrar –responde esta corresponsal. Una reveladora confusión entre qué es entrar y qué es salir para uno y otro, que se instalan en una conversación absurda antes de que la puerta que da acceso a la calle Shuhada finalmente se abra. Para un habitante de Hebrón que no resida en esta especie de zona militar cerrada, atravesar el retén es imposible sin autorización. Sólo los residentes y los extranjeros tienen acceso garantizado. La calle Shuhada recibe con el incómodo y profundo silencio que reina en ella desde hace más de 15 años. El antaño hervidero comercial de Hebrón es hoy una zona fantasma con decenas de tiendas cerradas. Con los años, centenares de palestinos también se fueron, huyendo de la pobreza y de la violencia diarias, pero hay algunas familias que resisten y viven atrincheradas en sus propias casas, rodeadas de soldados israelíes y amenazadas por colonos judíos que se han instalado a pocos metros y siguen expandiéndose. El activista palestino Issa Amro decidió quedarse con el ambicioso objetivo de defender la ciudad y parar el avance de estos asentamientos israelíes en el centro de Hebrón. Llegar a su casa exige atravesar un segundo control militar israelí cercano a la colonia de Beit Hadassah, la primera en crearse en el corazón de la localidad palestina a finales de los setenta. Una “voz que molesta” “Pasa el checkpoint, sube las escaleras de piedra y sigue las señales blancas y azules pintadas en la pared. Las dibujan los colonos para orientarse hacia los asentamientos. Atraviesa un campo de olivos, pasa delante de una patrulla de soldados y dirígete a una casa que tiene una bandera palestina deshilachada en la fachada.” Las instrucciones enviadas en un mensaje se van concretando e Issa Amro aguarda frente a la puerta de su modesta casa en el barrio de Tel Rumeida, a pocos metros del asentamiento del mismo nombre. Ya ha puesto a calentar el agua para el té. “No he bajado al retén a esperarte porque ayer tuve un problema serio con los soldados y en este momento no quiero terminar arrestado”, explica. Su aire bonachón no oculta un gesto de preocupación. Issa Amro, de 36 años, es desde hace más de una década la cara más visible de lucha pacífica contra la ocupación y las colonias en Hebrón. Es fundador y director de la organización Jóvenes Contra los Asentamientos. Su estrategia, inspirada en personalidades como Nelson Mandela, Martin Luther King o Gandhi, lo hizo una persona conocida dentro y fuera de Hebrón. Amro ha sido declarado defensor de los derechos humanos por la Unión Europea y por la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Pero en junio, la justicia militar israelí, que tiene potestad en Cisjordania –ocupada por Israel desde 1967–, le abrió un juicio y ha presentado 18 cargos contra él por incitación a la violencia. “Desde que alquilé esta casa en 2007 con el fin de frenar la expansión del asentamiento vecino, los colonos judíos sienten que les he quitado algo. Años después abrimos una guardería para los niños de las familias que viven en esta zona y también se enfadaron mucho. El año pasado me involucré en la creación de un cine de barrio en Shuhada, pero resulta que ellos también querían esa casa. Creen que soy su gran enemigo, quien les impide apoderarse de más tierra en el corazón de Hebrón”, expone Amro. “Deben decirse: lo atacamos y golpeamos, lo intimidamos, lo arrestamos y no funcionó. Vamos a meterlo a la cárcel, entonces”, agrega. Su abogada, la israelí y mexicana Gaby Lasky, afirma que la intención de este juicio contra Amro es asustarlo para silenciarlo. En la primera audiencia, el 23 de noviembre, la letrada pidió que los cargos fueran reducidos de 18 a cuatro, ya que el resto son casos cerrados hace años. Pronto empezará el juicio contra el activista. Un total de 38 testigos declararán en su contra. “Han ido a buscar presuntos delitos de 2010, casos cerrados que de repente se vuelven a abrir. Los únicos cuatro cargos que he aceptado que se mantengan se refieren a una manifestación pacífica celebrada en febrero pasado. Fue un acto no violento; consideramos que tenía todo el derecho de participar en él”, explica Lasky a Proceso. La policía o el ejército israelí detienen a Amro unas 20 veces al año, en promedio. Siempre es liberado sin cargos horas o días después. El activista califica su juicio de “farsa” y cita varios ejemplos de los presuntos delitos incluidos en su expediente: “En 2010 protegí a una familia palestina de un grupo de colonos que querían entrar en su casa. Filmé todo para asustarlos. Me golpearon y me arrestaron. En 2013 un colono muy conocido por sus ideas fanáticas vino a casa, quiso entrar, me golpeó y yo llamé a los soldados. Me arrestaron a mí”, enumera. El juicio contra Amro se celebra en la prisión militar de Ofer, en Cisjordania. Es un tribunal militar israelí que opera en territorio ocupado. Según cifras publicadas en 2015 por el diario Haaretz, más de 99% de los palestinos que se presentan ante un juez en Ofer son declarados culpables. “No tengo ningún derecho en Ofer. Soy culpable de entrada”, afirma. “Ofer no es una corte de justicia sino un tribunal destinado a perpetrar la ocupación israelí”, corrobora tajante Lasky, quien trabaja a menudo en casos de defensa de derechos humanos. El detonante Cerca del año 2000 Amro había previsto terminar en el extranjero su formación como ingeniero, tener una vida familiar convencional y jugar futbol los fines de semana. Su militancia contra la ocupación israelí empezó por casualidad en 2002 cuando, meses antes de graduarse, el ejército israelí cerró su universidad. “Mis padres no son ricos y se esforzaban para que yo estudiara. Era buen estudiante. Pero el cierre de la universidad se prolongó y me dije que había que hacer algo”, recuerda. En aquel momento cayeron en sus manos libros sobre luchas pacíficas. Empezó a impregnarse de las vidas de Mandela y Gandhi y comenzó a trazar una estrategia. El cierre de la universidad tenía que convertirse en un verdadero problema para autoridades y habitantes de Hebrón. Para ello, Amro y otros compañeros hicieron manifestaciones, protestaron en las oficinas de alcalde y el gobernador y finalmente ocuparon el campus junto con medios de comunicación y representantes de organizaciones internacionales. “Reabrieron la universidad. Yo había hecho todo aquello por mí, porque quería terminar mis estudios, pero cuando saboreé la victoria me dije que se podía seguir luchando de aquella manera por una causa mayor: impedir el avance de los colonos en Hebrón”, explica. Tras graduarse creó Jóvenes Contra los Asentamientos, un organismo que documenta la ocupación, denuncia abusos y violaciones a los derechos humanos, organiza protestas pacíficas y visitas a Hebrón para informar sobre la cotidianidad de los palestinos que viven rodeados de colonos. En su organización trabajan unas 50 personas, la mayoría voluntarios, y todo se financia gracias a donaciones privadas. En estos casi 15 años de militancia, Amro se jacta de no haber arrojado una piedra a un soldado israelí. “Nunca han podido acusarme de cometer un acto violento. Mis arrestos y mi juicio están vinculados a mi trabajo de defensor de los derechos humanos. La revolución no violenta es la mejor manera de resolver el conflicto entre israelíes y palestinos”, asegura. A pocos metros de la casa, un grupo de soldados israelíes cruza un campo de olivos. Observan detenidamente a Amro. El activista les sigue con la mirada hasta que los militares se pierden de vista. “Desde hace un año siento realmente que mi vida está en peligro. Por primera vez siento que me quieren matar. Recibo llamadas terribles por teléfono todos los días. Los soldados me amenazan con ocupar esta casa y arrestarme. Me siento observado, limitado y a veces desilusionado. Siento que cargo un gran peso sobre mis espaldas”, confiesa. En los últimos meses las condiciones de vida de los palestinos del centro de Hebrón también han empeorado. Funcionan 18 controles militares en la zona donde está ubicada la casa de Amro: la calle Shuhada y la mezquita de Ibrahim, lugar santo para el Islam y el judaísmo, que ambas religiones se reparten. Para los judíos, en ese lugar se halla la tumba de Abraham y ello justifica su presencia en Hebrón. En toda la ciudad de Hebrón los retenes militares israelíes rozan el centenar. La ONG israelí antiocupación Btselem asegura en un informe publicado a principios de diciembre que este sistema de “separación” y de “castigo colectivo” en el corazón de Hebrón torna la vida diaria de miles de palestinos en un infierno y los hace paulatinamente abandonar sus casas. En 1997, tras los acuerdos de paz de Oslo, Hebrón fue partida en dos: 80%, con 120 mil habitantes, quedó bajo control palestino y 20%, que incluye el casco antiguo, donde vivían unos 35 mil palestinos, pasó a ser controlado por Israel. En esta zona controlada por Israel viven hoy unos 600 colonos y, según Amro, habría unos 2 mil soldados para protegerlos. De acuerdo con datos de Btselem, más de mil familias palestinas abandonaron sus casas en el centro de Hebrón desde 1994 y mil 800 tiendas (77%) cerraron sus puertas. El mensaje de Israel El juicio contra Issa Amro ha provocado una ola de indignación que traspasa las fronteras de los territorios palestinos. A la primera audiencia acudieron representantes de la Unión Europea y Estados Unidos y de diversas organizaciones no gubernamentales, según el propio activista. En un comunicado Amnistía Internacional (AI) pidió a finales de noviembre que se “retiren todos los cargos” contra Amro ya que son “infundados” y tienen una “motivación política”. “Las personas que denuncian abusos contra los derechos humanos deben ser protegidas, no agredidas y hostigadas. Encarcelar a Issa Amro sería una burla a la justicia y silenciaría una importante voz crítica más en los Territorios Palestinos Ocupados. De ser declarado culpable, consideraremos a Issa Amro preso de conciencia”, afirmó Magdalena Mughrabi, directora adjunta para Oriente Medio y el Norte de África, de AI. Si Amro es condenado por su activismo pacífico, la sentencia significaría además un peligroso paso adelante y un mensaje muy claro a todos los palestinos: “Esto es lo que les pasará si lo apoyan”, resume Yehuda Shaul, de la ONG Breaking The Silence, compuesta por exsoldados israelíes que denuncian abusos en los territorios palestinos. “Llevamos años trabajando con Issa Amro y sabemos que es un ejemplo excepcional de valentía y de pacifismo y que representa una verdadera alternativa. Pero las autoridades israelíes están perdiendo el miedo a sobrepasar los límites y su objetivo es silenciar a cualquiera que cuestione las colonias y la ocupación en general”, agrega Shaul. Para Amit Gilutz, portavoz de Btselem, “el juicio de Issa Amro muestra que para las autoridades israelíes los palestinos no tienen cómo resistir la ocupación, sino que deben someterse a ella”. Amro considera indispensables todos estos apoyos y subraya que sólo cuando la comunidad internacional “ponga condiciones a Israel”, la ocupación comenzará a menguar. “Por ahora Israel disfruta de una gran impunidad y quiere normalizar su ocupación. Desean ser los únicos en pronunciar discursos en la ONU o en Bruselas. No quieren que el mundo escuche a palestinos hablando de la vida que sueñan o los derechos que les han robado. Por eso intentan acallar voces como la mía”, lamenta. Antes de terminar la entrevista, Amro garantiza que conserva su fuerza y optimismo. “Quiero seguir adelante porque veo que mi lucha sí tiene un efecto y que los palestinos confían en mí. Si pudiera volver atrás, sólo cambiaría una cosa: empezaría mi militancia más joven”, se despide. A escasos 150 metros de su casa el control militar israelí devuelve a la reportera a la realidad de Hebrón. Los soldados piden a la distancia que se muestre el pasaporte y no son ellos sino unos niños colonos de unos 10 años que corretean junto a los soldados quienes tiran de la cuerda que abre la puerta del retén. La reveladora e inquietante imagen no necesita comentarios.

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