El gigante quiere dominar el balón

domingo, 8 de enero de 2017 · 11:07
El gobierno de China lanzó un programa millonario para convertirse en una potencia futbolística. Con salarios exorbitantes, fichajes de ensueño, compra de equipos europeos y construcción masiva de infraestructura pretende cimentar su primer campeonato del mundo. Pero las razones no son sólo deportivas: se trata de una estrategia de expansión geopolítica y comercial que bien puede convertirse en una burbuja. Y las burbujas explotan… BEIJING (Proceso).- Joseph Blatter, anterior presidente de la FIFA, dijo en 2004 que el futbol no fue inventado en Inglaterra, como siempre se había difundido, sino en China. Ocurrió, dijo, en el siglo III a.C., en la ciudad de Zibo (provincia costera de Shandong). En su origen, ese deporte consistía en patear hasta una red una pelota de cuero rellena de plumas. Quedó claro, entonces, que el cuju es el precursor más antiguo del futbol actual. También quedó claro que, en más de 2 mil años, los chinos no han logrado dominar el balompié. China ocupará la cúspide económica mundial en una década y en los Juegos Olímpicos de Beijing 2008 encabezó el medallero, un fiable termómetro geopolítico desde los tiempos de la Guerra Fría.Sólo el futbol ignora su auge. Ocupa el puesto 81 del ranking de la FIFA, entre Chipre y Jordania, naciones que suman 8 millones de habitantes. China tiene mil 300 millones, y entre ellos no hay 11 varones que jueguen futbol de primer nivel. Su selección ha sido una fuente de humillaciones para los aficionados, y los escándalos de la Súper Liga de Futbol (SLF, el campeonato nacional) la han vinculado más a la sección de sucesos que a la de deportes. El presidente chino, Xi Jinping, futbolero desde la infancia, se ha propuesto que China organice y gane un Mundial, y así ha elevado al futbol a una cuestión de Estado. Eso explica las noticias sobre compras de equipos europeos de rancio abolengo o la firma de jugadores y entrenadores foráneos por sumas exorbitantes. China saca su chequera sin fondo para adquirir el talento y los conocimientos del exterior, con la pretensión de subir el nivel local. Un ejemplo es la contratación del técnico italiano Marcello Lippi para entrenar al combinado patrio. Lippi, que había anunciado su retiro, recuperará su ropa deportiva a sus 68 años a cambio de un contrato que le permitirá ganar 54 millones de dólares. Su misión: clasificar a China para el Mundial de Rusia. Su salario cuadruplica el del inglés Roy Hodgson, hasta entonces el entrenador nacional mejor pagado del mundo. Su palmarés explica el sueldo: un campeonato del mundo, cinco scudettos (títulos del torneo italiano) y tres ligas chinas, entre otros logros. Ocurre que Lippi no entrenará a rutilantes estrellas, sino a jugadores que pierden contra países que muchos no sabrían ubicar en un mapa. También el riesgo justifica el salario: el equipo chino puede estrangular el prestigio de cualquier entrenador. El español José Antonio Camacho fue despedido en 2013 después de perder en casa 1-5 contra Tailandia. China sólo ha jugado el Mundial de Japón y Corea del Sur, del que se fue sin puntos ni goles anotados. Aquella derrota contra Tailandia fue definida como la más humillante en la historia del futbol chino. Pero no ha sido la única en los últimos tiempos: China perdió recientemente contra Uzbekistán y Siria, devastada tras varios años de guerra, y miles de seguidores sacaron su indignación a la calle. Hoy, la clasificación para el Mundial de Rusia parece utópica, con un punto en cuatro partidos. A Lippi le espera, en cuanto las matemáticas certifiquen la eliminación, una estancia anodina. “El resto de partidos pueden ser sólo simbólicos, simplemente oportunidades para salvar la honra. Y sin más encuentros importantes en los dos próximos años, el salario es cualquier cosa menos razonable”, señaló el 24 de octubre un editorial del diario China Daily. “Silbatos negros” Xi Jinping presentó en marzo de 2014 los 50 puntos para una reforma con objetivos de corto, mediano y largo plazos, cuyo cumplimiento deberá convertir a ese país en una potencia futbolística en 2050. Incluyen la construcción de 20 mil nuevos centros de entrenamiento y 70 mil canchas para 2020. Cada condado contará con al menos dos canchas, y los nuevos complejos residenciales urbanos incluirán un campo de futbol sala. En 2020 se prevé que habrá 50 millones de jugadores, de los que 30 millones serán estudiantes de primaria y secundaria. También se ha extendido al futbol la vigorosa campaña nacional contra la corrupción. La SLF estuvo tan carcomida por las apuestas ilegales y los amaños de partidos que a principios de la década pasada siete equipos amenazaron con abandonarla. Se corrompían jugadores, porteros y árbitros. Los escándalos de los jugadores fuera del campo –como orgías con prostitutas y peleas barriobajeras– provocaron que la televisión estatal dejara de retransmitir el futbol en 2008 porque no era un buen ejemplo para la juventud. El campeonato estuvo largamente hundido en la ignominia por su subterráneo nivel futbolístico y ético. Los mismos aficionados que lo ignoraban se quedaban despiertos toda la noche para ver el futbol europeo. La limpia envió a la cárcel a la cúpula de la Asociación China de Futbol. Nan Yong y Xie Yalong, dos expresidentes de la asociación, fueron condenados en 2012 a 10 años por cobrar sobornos. Junto con ellos fueron sancionados decenas de jugadores, árbitros y directivos. Hoy el campeonato se ha recuperado y los grandes equipos atraen a sus estadios a una media de 40 mil espectadores cada juego. Capital chino ha entrado en clubes europeos en los últimos meses. La compañía Suning compró al Inter de Milán; el Grupo Rastar, al Espanyol de Barcelona; el Grupo Wanda, al Atlético de Madrid; la empresa United Vansen International, al ADO Den Haag; y el Grupo Ledus, al Socheaux. La conquista, invasión o cualquier otro término bélico comúnmente asociado a la expansión comercial ya ha llegado al futbol europeo. La compra del club francés simboliza la deriva del futbol y el mundo: el grupo hongkonés Ledus posee hoy el equipo que la compañía Peugeot había fundado para sus trabajadores. Asunto de Estado El aluvión chino no nace en la vanidad de algún oligarca ruso ni en el insuperable tedio de algún jeque árabe, sino en una amalgama de razones económicas, deportivas y, especialmente, políticas. “Los movimientos chinos en el futbol europeo no buscan ganar dinero, sino que están políticamente dirigidos. Para ganar un Mundial necesitan acumular conocimiento y experiencia y ser, así, más competitivos. Hay un elemento de aprendizaje, que es lo que están adquiriendo. Todo está apuntalado por una agenda política”, señala por correo electrónico Simon Chadwick, director de Estrategia de Negocios Deportivos y Publicidad en la Universidad de Coventry. El experto subraya que eso diferencia a los empresarios chinos del resto. “No son como los Glazer (familia estadunidense al mando del Manchester United), que han venido a ganar dinero, ni como Abramovich (propietario ruso del Chelsea), que nadie sabe muy bien qué le mueve”. El interés chino, añade, “es muy claro y está ligado al Estado, a las políticas del gobierno y a sus aspiraciones de triunfar en un juego global”. Ese aprendizaje es el mismo atajo que China ha utilizado en otros sectores para compensar décadas de retraso tecnológico. Así lo ha hecho desde el gobierno de Deng Xiaoping (1978-1989), arquitecto de la China moderna. Existen otros factores estratégicos. Uno es el empujón del gobierno a las compañías chinas para que abandonen la comodidad del vasto mercado local y se expandan por todo el mundo. Y otro es el desarrollo de la cultura y el entretenimiento para una pujante clase media con gustos cada día más occidentales. El futbol también descubre los estrechos vínculos entre el poder y los grandes empresarios. No es raro que Wang Jianlin y Jack Ma, los más ricos del país, inviertan en ese deporte. El primero, propietario del gigante inmobiliario Wanda, ha diversificado su portafolio con adquisiciones en el sector del espectáculo y en marzo del año pasado compró 20% del Atlético de Madrid por 52 millones de dólares. Wang se había desembarazado del equipo de Dalian (provincia de Liaoning) en 2002 por la podredumbre moral de la competición nacional, pero regresó como patrocinador en 2011. Por su parte Jack Ma, fundador del gigante de comercio electrónico Alibaba, adquirió por casi 200 millones de dólares la mitad del Guangzhou Evergrande. Las inversiones en el futbol dan visibilidad y contactos con el poder en un país donde los acuerdos se aceitan con el ubicuo guanxi: esa red de favores dados y debidos que vertebra la sociedad. No se alcanzan fortunas como las de Wang y Ma en China peleándose con el poder. Pero el futbol chino aún está lejos de ser rentable. El Guangzhou Evergrande domina la liga nacional y ha ganado dos campeonatos asiáticos en los últimos tres años. Y, sin embargo, no ha traducido sus victorias en unas cuentas sanas. El equipo de la provincia de la antigua Cantón sigue dependiendo del caudal financiero de Jack Ma para pagar la nómina y los fichajes. En 2012 convirtió a Darío Conca, un argentino ignoto y ni siquiera internacional, en el tercer jugador mejor pagado del mundo, con 12 millones de dólares anuales. El club ha gastado 150 millones de dólares desde 2010, más que nadie en Asia. Paulinho, Goulart, Elkenson y Robinho­ forman hoy una delantera que desearían muchos de los equipos punteros europeos. El aluvión de onerosas contrataciones de jugadores extranjeros ha contribuido a recuperar el interés por el campeonato, pero también ha disparado el endeudamiento de los equipos. La SLF gastó en el mercado de invierno 300 millones de dólares, más que el acumulado de las cinco mayores ligas europeas. Ni siquiera la Premier inglesa, después del generoso reparto de los derechos de televisión, se le acercó. A China ya habían llegado célebres jugadores en su otoño profesional, como Paul Gascoigne, Petete Correa, Carsten Jancker, Rubén Sosa o Drogba. Pero, en una muestra de madurez, China no sólo atrae ahora a jugadores descatalogados –como lo hacen Qatar o Estados Unidos–. Álex Teixeira (26 años), Jackson Martínez (29), Paulinho (26) o Hulk (29) conservan su esplendor, y sacarlos de equipos con más heráldica ha requerido grandes desembolsos. El traspaso por 46 millones de dólares que pagó el Guangzhou Evergrande al Atlético de Madrid por Jackson Martínez fue el más alto en la historia de un club asiático. El récord duró dos días. El Joangsu Suning le arrebató al Liverpool a Alex Teixeira por 56 millones de dólares. Y de hecho, la semana pasada el delantero argentino Carlos Tévez fue comprado por el Shanghái Shenhua. Ganará 80 millones de dólares por dos temporadas. Muchos hablan del futbol como la nueva burbuja en China. Las burbujas son especialmente temidas aquí desde que la bursátil se tragó los ahorros de millones de pequeños ahorradores el verano pasado y cuando el país teme la anunciada explosión de la inmobiliaria. Kieran Maguire, profesor de Economía en la Universidad de Liverpool y experto en finanzas deportivas, señala que los clubes chinos reciben ingresos menores que los europeos en derechos televisivos, patrocinadores o gasto de aficionados. Las inversiones, opina, continuarán hasta que los empresarios se cansen de cubrir las deudas. “Mientras haya un apoyo político al futbol, seguirá este grado de inversión debido al orgullo y a otras razones. Si el interés político cae, habrá menos entusiasmo en subsidiar los clubes”, añade. “Rusia fue golpeada con fuerza por las sanciones económicas y la caída de los precios de petróleo, y entonces los propietarios intentaron equilibrar los libros de cuentas desembarazándose de los jugadores mejor pagados, principalmente los extranjeros”, recuerda. La fiebre inversora por el futbol dependerá, pues, de que continúen la lozanía económica y el empuje gubernamental. El colapso parece hoy tan lejano como cuando los expertos occidentales empezaron a anunciarlo como inminente tres décadas atrás. Y a Xi aún le quedan otros cuatro años en el cargo. El presidente con más poder desde tiempos de Mao afronta su reto más difícil: el Gran Salto Adelante futbolístico de China.

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