Ven frustración, depresión y venganza en los hechos ocurridos en colegio de Monterrey

viernes, 20 de enero de 2017 · 11:15
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Investigadores de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) hablaron de la tragedia ocurrida en un colegio de Monterrey, Nuevo León, el pasado miércoles 18, y coincidieron en señalar que se trató de un evento que demuestra incapacidad para aceptar la frustración. De acuerdo con Feggy Ostrosky, investigadora de la Facultad de Psicología (FP) de la UNAM, la frustración y la idea de venganza son elementos clave en el caso del joven que disparó contra sus compañeros y su maestra, y después se suicidó. Según la académica, el acto muestra una frustración adolescente. “Quería vengarse de algo. El estrés dispara este tipo de emociones, primero atacando a los demás y luego a sí mismo; la situación es una llamada de atención para los padres y los maestros, pues ese nivel de enojo se detecta”, resaltó. Feggy Ostrosky comentó que en las primeras informaciones del caso se habla de un chico depresivo, y en general estas personas, agregó, “tienen menos guías en su vida, desesperanza; hay que saber si (el adolescente que diaparó) provenía de una familia suicida o si era bipolar”. Algo que alertó a la universitaria es que, según se observa en el video, dos chicos más hablaron con el suicida en dos ocasiones y salieron del salón, por lo que podría haber más implicados. “Es obvio que el adolescente estaba frustrado, estaba enojado y quería vengarse, no sabemos si de algo interno o externo”. En este caso, abundó la experta en un comunicado, “me llama la atención que ni la maestra, en una escuela privada en donde hay psicólogos, ni la madre ni el padre, detectaran que pasaba algo grave con el chico. Cuando alguien está deprimido tiene mucha agresión contra sí mismo, y si decide suicidarse, la agresión se vierte hacia afuera y determina matar para luego matarse, es algo muy característico de los asesinos en masa”. Por su parte, Eduardo Calixto González, académico de la Facultad de Medicina de la UNAM y jefe del Departamento de Neurobiología del Instituto Nacional de Psiquiatría ‘Ramón de la Fuente Muñiz’, señaló que probablemente se trate de un evento desencadenado por un proceso depresivo o una crisis de ansiedad. Según el neurólogo, se advierte una crisis y, en consecuencia, cuando hay enojo o ansiedad considerables los límites se pierden y pueden detonarse acontecimientos como éste. Sin embargo, hay un punto importante: quien lo generó es un individuo de 15 años de edad, cuya corteza prefrontal todavía no está formada. “Es la zona en donde se forman los límites sociales, y en los varones termina de desarrollarse a los 26 años, aproximadamente”. Ése es el problema con los adolescentes: no tienen freno. Seguramente hay un trastorno asociado a esta inmadurez fisiológica. A esa edad, independientemente de la personalidad, no hay corteza prefrontal. Además, pudo haber tenido un trastorno de personalidad, remarcó el investigador. “Por eso los vemos, sin generalizar, con incapacidad para aceptar la frustración. Aún más: en especial los varones tienen niveles elevados de testosterona y esto deriva en que muestren menor capacidad de aceptar errores o circunstancias”. Respecto a las causas, Calixto González destacó tres elementos básicos: biológicos, psicológicos y sociales. De los primeros, insistió que la corteza prefrontal en los adolescentes aún no completa su desarrollo. En cuanto a los factores psicológicos y sociales (el aprendizaje), refirió que las personas de entre ocho y diez años que viven violencia y abandono, en un contexto en donde se corrigen los problemas de manera violenta, los adultos reconstruyen ese patrón. En países que han estado en guerra o donde el aislamiento social es evidente (como Estados Unidos o Colombia), los procesos de adaptación de los adolescentes se han trastocado, por lo que nuestra sociedad debe poner más atención a esta población vulnerable, dijo. En su oportunidad, Jorge Álvarez Martínez, también de la Facultad de Psicología y experto en la vertiente social de esta disciplina, manifestó que el caso de Monterrey podría abordarse desde diversos enfoques: indagar el entorno, qué tipo de relaciones tenía en el ámbito escolar, si era alumno irregular o no, si estaba en una situación crítica en su casa. “Pero sin datos duros es difícil un diagnóstico”. Para llegar a ese punto, el psicólogo señaló que algunos cuestionamientos deben ser aclarados: ¿sus problemas eran de tipo familiar, con el grupo o con el profesor?, ¿no tenía ninguno y fue un acto demencial? Desde la perspectiva del jefe del Programa de intervención en crisis a víctimas de desastres naturales y sociorganizativos, en general en México los estudiantes de educación media y superior no han sido un problema, como ocurre en otros países. Tras aseverar que no se sabe qué pasó y que hace falta más información para tener una opinión más completa, concluyó que los valores que se manejan en nuestras familias son de otra tesitura. “Tenemos otros valores como la protección de la familia, aunque en muchos casos ha resultado en sobreprotección”.

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