La escritora que desnudó a la dictadura turca

domingo, 12 de febrero de 2017 · 06:15
Se llama Asli Erdogan, es escritora y, sin quererlo, se convirtió en símbolo de la resistencia a la represión desatada por la dictadura turca contra la prensa y los intelectuales de su país. Luego de una agitada vida nómada, esta física nuclear volvió a su país y descubrió que su vocación era la escritura. Y su pluma, que halló colocación en un periódico opositor recientemente cerrado por el gobierno, se dedicó a narrar los horrores de ser kurdo en Turquía, de pertenecer a una nación que es víctima constante de atropellos, agresiones, violaciones, matanzas… es por eso que padeció cárcel y aún está siendo procesada en Estambul. PARÍS, (Proceso).- Sus compañeras de celda la llamaban “Asli Hoca” con mucho respeto –hoca en turco significa maestra– y cuidaron de ella a lo largo de sus cuatro meses y medio de detención en el reclusorio femenil de Bak?rkoy, en Estambul. Los premios Nobel de Literatura Orhan Pamuk y J. M. Coetzee, entre muchos otros escritores e intelectuales, se movilizaron para exigir su liberación. El pasado 20 de noviembre el Pen Club sueco galardonó su obra con el Premio Tucholsky, que recompensa a novelistas perseguidos. Asli Erdogan –comparte apellido con el presidente turco, pero no tiene parentesco con él– nunca tuvo vocación de protagonismo. Y fue muy a pesar suyo que se convirtió en símbolo de la represión desatada contra la prensa y los intelectuales de Turquía por Recep Tayyip Erdogan, después del fracasado golpe de Estado del pasado16 de julio. Su fama y su reconocimiento internacional se deben al talento literario que despliega en ocho libros publicados hasta la fecha –varios de los cuales están traducidos a una decena de idiomas– y también a su vida itinerante. La escritora vivió varios años en Suiza y Brasil antes de volver a Turquía y recorrió Europa invitada a coloquios, residencias de escritores y giras de presentación de sus novelas. Una física que tocó fondo Asli Erdogan nació el 8 de marzo de 1967 en Estambul, en una familia acomodada pero víctima de persecución política después del golpe de Estado de 1980. Sus padres fueron detenidos y torturados cuando ella aún era adolescente. Después de capacitarse en informática en la Universidad del Bósforo, de Estambul, se entusiasmó por la física nuclear, materia en la que obtuvo una maestría, y fue la primera estudiante turca en integrar, en 1991, el Consejo Europeo para la Investigación Nuclear, con sede en Ginebra. Se quedó hasta finales de 1993 en ese centro de investigación, considerado el más avanzado del mundo, y un año después viajó a Brasil, con la idea de hacer un doctorado en física en Río de Janeiro. Pero muy pronto se dio cuenta de que su pasión verdadera era la literatura. Renunció a su carrera científica, dejó que Río se apoderara de ella y no tardó en tocar fondo. Pasó dos años caóticos inmersa en favelas y drogas, atraída por la marginalidad y la violencia. Esa experiencia extrema es el tema de La ciudad con capa roja, novela publicada en 1998, en la que la protagonista –su alter ego– confiesa: “Ella se había convertido en uno de estos millones de destechados dispersos por aquí y por allá en el planeta. Formaba parte de estas almas perdidas entregadas a la miseria de un destino omnipotente. Esa chica de buena familia, pequeñita, frágil, temerosa y aventurera… vuelta delincuente.” De regreso a Turquía se dedicó de tiempo completo a la literatura, sin dejar de publicar crónicas políticas en periódicos turcos de oposición. La cárcel Acusada de “pertenecer a una organización terrorista” –en referencia al Partido de los Trabajadores del Kurdistán– y de “complotar contra la integridad del Estado” por su colaboración con el diario prokurdo Ozgur Gundem, la escritora fue detenida la noche del pasado 16 de agosto. De 30 a 40 policías encapuchados, de las fuerzas especiales, según ella misma contó, irrumpieron en su casa del barrio popular de Isli, en Estambul. Catearon su domicilio, confiscaron escritos, documentos, archivos… y la llevaron directamente a la cárcel de Bak?rkoy. Al mismo tiempo, y con el mismo alarde de fuerza, detuvieron a ocho colaboradores más de Ozgur Gundem, medio que había sido clausurado unas horas antes. Ozgur Gundem dista de ser el único medio de comunicación víctima de la represión gubernamental. En realidad desde que Recep Tayyip Erdogan decretó el estado de emergencia, el pasado 21 de julio, se generalizaron las agresiones a la prensa. Según denuncia Human Rights Watch en su informe Silencing Turkey’s media, publicado el pasado 15 de diciembre, en cinco meses el régimen turco cerró 149 medios de comunicación –radio, televisión, diarios, revistas, agencias de noticias– y 29 editoriales, dejando a más de 2 mil 500 periodistas desempleados. También ordenó la cancelación de centenares de credenciales de prensa y de pasaportes de reporteros. Alrededor de 150 periodistas están actualmente encarcelados en Turquía… una decena de ellos en espera de juicio. Un centenar más vive bajo amenaza de detención y se multiplican las agresiones físicas en su contra, al tiempo que se les niega el acceso a las regiones kurdas de Turquía. Asli Erdogan, de salud frágil, pasó sus primeros días en la cárcel incomunicada, encerrada en una calabozo que calificó de sórdido, y luego fue trasladada a una celda colectiva, donde convivió con Necmiye Alpay –distinguida académica y lingüista de 71 años, arrestada junto con ella– y con una veintena de presas políticas, en su mayoría kurdas jóvenes. Alentada por sus compañeras y la solidaridad internacional, la escritora venció su depresión, recobró su combatividad y el pasado 3 de diciembre logró sacar clandestinamente una carta, que tuvo amplia difusión internacional. En ella advertía: “Nuestro gobierno quiere monopolizar la ’verdad’ y la ‘realidad’. Reprime con violencia cualquier opinión mínimamente distinta a la suya. Mi carta es un llamado de emergencia. La situación es muy grave, aterradora y sumamente inquietante. Estoy convencida de que un régimen totalitario en Turquía sacudiría de una forma u otra a toda Europa. Pero Europa está totalmente enfocada en la crisis de los refugiados y parece no darse cuenta de los peligros que implicaría la desaparición de la democracia en Turquía.” El juicio Con la misma determinación Asli Erdogan se presentó tres semanas después, el pasado 29 de diciembre, ante el tribunal para la primera audiencia de su juicio. A su lado estaban Necmiye Alpay y cinco colaboradores de Ozgur Gundem. Advirtió a sus jueces: “Si no le da vergüenza a Turquía ver cómo una literata tiene que responder a un interrogatorio judicial custodiada por dos gendarmes, eso significa que ese país no entiende algo fundamental: la absoluta necesidad de mirarse al espejo”. Ante la sorpresa general, el mismo 29 de diciembre el tribunal ordenó la libertad condicional de Erdogan y Alpay. El 2 de enero la segunda audiencia no aportó nada nuevo a su situación. Ambas esperan, con una mezcla de esperanza y angustia, la próxima audiencia, que tendrá lugar el 14 de marzo. ¿Qué crimen cometieron? El “grave” delito de la solidaridad. Como otros intelectuales hoy perseguidos o encarcelados, Asli y Necmiye aceptaron integrar simbólicamente el consejo editorial de Ozgur Gundem para manifestar públicamente su apoyo al diario, y fue con el mismo ánimo solidario que Asli publicó algunas de sus crónicas en ese periódico. Pero más allá de sus lazos con Ozgur Gundem, Asli lleva dos décadas clavando “su pluma” en las llagas de la historia turca y en su explosiva contemporaneidad. Lo hace tanto en sus libros como en sus crónicas periodísticas. Toca sin reparo el tema tabú en Turquía, el genocidio armenio perpetrado entre abril de 1915 y julio de 1916 por el Imperio Otomano y que costó la vida a 1 millón 200 mil personas; denuncia la persecución sangrienta de los kurdos y de las minorías del país; y se levanta contra el infierno de las cárceles turcas, trama de Edificio de piedra, su novela más reciente, publicada en 2009. Incluso sufrió agresiones físicas, que aún afectan su salud, después de haber dado a conocer casos de jóvenes presas kurdas violadas por policías turcos. Sus crónicas Extraño y de una fuerza a la vez telúrica y punzante es el estilo de Asli Erdogan, que oscila entre lirismo y realismo, poesía alucinada y reflexiones angustiadas sobre el acto de escribir, meditaciones sombrías sobre la naturaleza humana y confidencias personales. En “Al pie del muro”, áspera crónica de la noche del 15 al 16 del pasado julio, cuando Estambul fue sacudida por enfrentamientos armados entre golpistas y fuerzas gubernamentales, resalta el talento tan peculiar de Asli. “Noche del 15 de julio, Harbiye. Cien metros más abajo hace horas que siguen los combates, las ambulancias se llevan a más y más heridos… Los francotiradores desplegados alrededor del cuartel impiden cruzar la avenida. Tendidas en el andén de enfrente, alrededor de doscientas personas están clavadas al suelo por una lluvia de balas. “Acurrucada al pie de un muro, la cabeza enterrada entre los brazos, rodeada por dos hombres, tal vez dos policías vestidos de civil, espero. Entre las descargas de armas automáticas y la ira de la multitud enardecida… Metida en medio de una guerra (…) cuya realidad ni siquiera evoca la de una pesadilla, una guerra a la que no encuentro equivalente alguno… Metida en el fin del fin del mundo, en sus confines más salvajes… Entre la imposibilidad de irme y la de quedarme, sigo acurrucada sobre mí misma, como un signo de interrogación que se tuerce el vientre. Entre la noche y el alba, entre la piedra y la tierra, entre la oscuridad de la noche y lo más tenebroso de los hombres.” Se suceden y se entrelazan descripciones de bombardeos y confidencias de la escritora sobre su propio terror. Y así acaba la crónica: “Ya el sol está muy alto, pero es como si el color de la sangre siguiera colgado de un gancho en el horizonte. (En el puente ya empezaron los linchamientos.) Más que un día nuevo, es la noche que parece seguir y prolongarse… Como difundida por un sol más lejano y más frío, la luz no calienta ni consuela, no promete nada a las vidas que fueron salvadas y tampoco a las perdidas”. “Al pie del muro” es el último texto que Asli publicó en Ozgur Gundem antes de ser detenida y es el que abre Ni siquiera es ya tuyo el silencio, una recopilación de 29 crónicas, publicada el pasado 3 de enero en Francia pero cuyo lanzamiento en Turquía se canceló. El título del libro –un verso del poema “Micenas”, del griego Yorgos Seferis– es también el de la crónica más cruenta de la recopilación, que pinta lo que sufren los kurdos de Turquía: matanzas, pueblos arrasados, desapariciones forzadas, fosas comunes. Pese a las amenazas en su contra, Asli nunca dejó de viajar a las regiones kurdas para ser testigo de lo que ocurre. Escribe en Ni siquiera es ya tuyo el silencio: “Cuerpos arrancados, quemados, metidos a toda velocidad en bolsas para escombros, piernas, pies, miembros diseminados, amontonados los unos sobre los otros, brazos entrelazados en un apretón final y absoluto, manos muertas que no pertenecen a nadie… Cuerpos humanos despedazados, almas humanas despedazadas… Ojos más muertos que los muertos… Palabras que la pasión del odio y del poder hicieron jirones y aniquilaron.” En la misma crónica reitera su compromiso en forma de desafío al régimen: “Lo digo en forma sobria, personal y sencilla: no quiero ser cómplice. No quiero ser cómplice de estas ráfagas que azotan a mujeres, niños y ancianos mientras buscan extraerse de las ruinas agarrados a sus banderas blancas. No quiero ser cómplice de esa mandíbula calcinada que pertenece a un niño de doce años descubierta en un sótano. Ni de esa bolsa de escombros que se entrega diciendo ‘Aquí está tu padre’… Ni del destino de esa mujer que lleva semanas esperando ante un hospital, repitiéndose a sí misma ‘tan sólo un pedazo de hueso suavizaría mi dolor…’” Este reportaje se publicó en la edición 2101 de la revista Proceso del 5 de febrero de 2017.

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