Ópera y prostitución

domingo, 19 de marzo de 2017 · 09:36
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Para muchas personas, ganar dinero por actos sexuales degrada un intercambio humano que debe ser íntimo; incluso consideran que significa violencia por la mercantilización de la persona. La filósofa Martha Nussbaum toma una idea de Adam Smith, quien dice que “existen algunos talentos muy agradables y bellos que son admirables, siempre y cuando no reciban pago, pero cuando se los lleva a cabo con el fin de ganar dinero, son considerados, sea por razonamiento o por prejuicio, una forma de prostitución pública”. Nussbaum reflexiona por qué está mal visto que las mujeres tengan sexo para ganar dinero, y hace un paralelismo con lo que ocurrió con las cantantes de ópera, que fueron inaceptables durante la primera época de la ópera, al grado de que los castrati interpretaban los personajes femeninos. La restricción provenía de la creencia de que esa exhibición pública del cuerpo femenino era una forma de prostitución. Como era vergonzoso mostrar el cuerpo a personas extrañas, especialmente cuando expresaba una emoción apasionada, era inadmisible que las mujeres decentes cantaran en público. Las primeras cantantes de ópera fueron tachadas de mujeres inmorales, que se prostituían. Las mujeres podían cantar en familia o en su círculo íntimo, siempre y cuando no lo hicieran para ganar dinero. Esa prohibición (no por dinero, sí por amor) está vigente en nuestros días para ciertas cuestiones y expresa lo que es vergonzoso o inapropiado en una mujer decente. Ese desagrado y repudio que produjeron entonces las cantantes de ópera hoy lo producen las trabajadoras sexuales. Hoy vemos los juicios y las emociones que subyacían en la estigmatización de las cantantes como irracionales y censurables. Nussbaum señala que si un productor de ópera decidiera hoy no pagarles a las cantantes, argumentando que darles dinero por su talento las denigra, lo tacharíamos de loco. Ella compara esas ideas con las actuales sobre la mercantilización del sexo, y considera que el estigma podría transformarse cuando se desmonten ciertos prejuicios. Hoy en día no está bien visto que las mujeres intercambien sexo por dinero, pero sí que lo hagan por seguridad o, incluso, por regalos o favores. Ella se pregunta por qué un acto aceptado por ambas partes no puede tener un intercambio de dinero. Nussbaum alega contra el prejuicio de recibir dinero por servicios sexuales y destaca dos factores como fuentes de estigma: uno es creer que el objetivo último del sexo es la procreación o la intimidad, por lo que se considera que el sexo en la prostitución es vil porque no es procreativo ni llega a la intimidad; el otro es que esta práctica refleja una jerarquía de género, y contiene la idea de que debe haber mujeres disponibles para que los hombres den rienda suelta a sus “incontrolables deseos sexuales”. Por eso, Nussbaum considera que la valoración de la prostitución está vinculada a la visión que se tiene sobre la sexualidad y sobre las relaciones entre mujeres y hombres. Nussbaum sostiene que la prostituta no enajena su sexualidad, y que el hecho de que reciba un pago por sus servicios no implica una degradación de su persona o una afectación a su intimidad. Así como una cocinera que trabaja en un restaurante no pierde el gusto para cocinar en su casa, la sexualidad de la prostituta permanece intacta para usarla en su intimidad, con su pareja. Además, se pregunta: ¿es el sexo comercial sin una relación íntima siempre inmoral? Para Nussbaum, lo que es problemático en el comercio sexual no es el hecho de que medie el dinero o que no exista un intercambio amoroso, sino las condiciones laborales y la forma en que la prostituta es tratada por los demás. Nussbaum dice que todas las personas, excepto las que son ricas de manera independiente y las desempleadas, recibimos dinero por el uso de nuestro cuerpo. Todos hacemos cosas con partes de nuestro cuerpo y recibimos a cambio un salario. Algunas personas reciben un buen salario y otras no; algunas tienen cierto grado de control sobre sus condiciones laborales, otras tienen muy poco control; algunas tienen muchas opciones de empleo, y otras tienen muy pocas. Y unas son socialmente estigmatizadas y otras no lo son. A Nussbaum no le preocupa que una mujer con muchas opciones laborales elija el trabajo sexual; para ella lo verdaderamente alarmante es la ausencia de opciones que hace que la prostitución sea su única alternativa. Ese es el quid del asunto: el de las oportunidades laborales de las mujeres de escasos recursos. Por eso le inquieta la falta de análisis sobre las opciones laborales existentes que las mujeres pobres tienen para sobrevivir. Para ella, la legalización de la prostitución mejora un poco la situación de las mujeres y considera que la lucha de las feministas debería promover la expansión de las alternativas laborales de las mujeres pobres, a través de la educación, la capacitación en habilidades y la creación de empleos. Además, habría que legalizar nuevas formas de organización del trabajo sexual que protejan a quienes se dedican a vender servicios sexuales, tanto de las autoridades como del crimen organizado. Yo suscribo la perspectiva de Nussbaum y a veces me pregunto si en un futuro llegaremos a ver a las trabajadoras sexuales como hoy se ve a las cantantes de ópera. Este análisis se publicó en la edición 2106 de la revista Proceso del 12 de marzo de 2017.

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