El discurso de Luis Barragán en el Pritzker

miércoles, 26 de abril de 2017 · 12:30
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Cuando en 1980 el arquitecto Luis Barragán recibió el Premio Pritzker de Arquitectura (considerado un símil del Nobel), el jurado señaló su compromiso con esta expresión del arte como “un acto sublime de imaginación poética” y destacó los elementos que componen su obra arquitectónica: jardines, plazas, fuentes. El propio arquitecto nacido en Guadalajara, Jalisco, en 1902, y fallecido en la Ciudad de México en 1988, expuso su mística en su discurso de aceptación y expresó alarma “por la desaparición en las publicaciones dedicadas a la arquitectura de las palabras belleza, inspiración, embrujo, magia, sortilegio, encantamiento y también las de serenidad, silencio, intimidad y asombro”. Agregó: “Todas ellas han encontrado amorosa acogida en mi alma, y si estoy lejos de pretender haberles hecho plena justicia en mi obra, no por eso han dejado de ser mi faro”. El discurso escrito por el arquitecto fue leído por su amigo el historiador Edmundo O´Gorman, pues con la humildad y sencillez que lo caracterizaron, Barragán confesó en la ceremonia realizada en Dumbarton Oaks, Washington, D.C., Estados Unidos, no conocer el idioma inglés lo suficiente como para haberlo pronunciado él mismo. El acto fue encabezado por Carlton Smith, secretario del jurado, y Jay Pritzker, presidente de la Fundación Hyatt. El arquitecto se hizo acompañar por Adriana Williams (a la postre una de sus herederas), su colaborador y amigo el arquitecto Andrés Casillas de Alba, y O’Gorman. Tras describir cada una de las palabras que componen su arquitectura (belleza, serenidad, silencio, en fin), el arquitecto jalisciense concluyó: “Mi socio y amigo el joven arquitecto Raúl Ferrara (cuya viuda Rosario Uranga vendió el archivo Barragán a Max Protetch) y el pequeño equipo de nuestro taller comparten conmigo los conceptos que tan rudimentaria e insuficientemente he intentado presentar ante ustedes. Hemos trabajado y seguiremos trabajando animados por la fe en la verdadera estética de esa ideología y con la esperanza de que nuestra labor, dentro de sus muy modestos límites, coopere en la gran tarea de dignificar la vida humana por los senderos de la belleza y contribuya a levantar un dique contra el oleaje de deshumanización y vulgaridad”. Para Barragán la religiosidad tenía un lugar esencial en su vida, así como el mito, a los cuales se refirió también en su discurso del Pritzker: “¿Cómo comprender el arte y la gloria de su historia sin la espiritualidad religiosa y sin el trasfondo mítico que nos lleva hasta las raíces mismas del fenómeno artístico? Sin lo uno y lo otro no habría pirámides de Egipto y las nuestras mexicanas; no habría templos griegos ni catedrales góticas ni los asombros que nos dejó el renacimiento y la edad barroca; no las danzas rituales de los mal llamados pueblos primitivos ni el inagotable tesoro artístico de la sensibilidad popular de todas las naciones de la Tierra. Sin el afán de Dios nuestro planeta sería un yermo de fealdad…” Por eso Casillas de Alba aseguró en entrevista con el semanario Proceso (número 2112, aparecido este domingo 23 de abril) que el polémico anillo que la artista conceptual Jill Magid hizo con las cenizas de Barragán y se expondrá a partir del jueves 27 en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo de la UNAM es contrario a esa religiosidad y a sus conceptos artísticos, y jamás habría aceptado que sus restos fueran una joya banal. Una muestra de la sobriedad y austeridad de su arquitectura es la Capilla de las Capuchinas Sacramentarias del Purísimo Corazón de María, ubicada en el centro de Tlalpan. Barragán fue el segundo arquitecto galardonado con el Pritzker, luego de la institución del premio en 1979, cuando lo recibió el estadunidense Philip Johnson. Y es hasta la fecha el único arquitecto mexicano que ha recibido ese reconocimiento. Es también el primero cuya obra fue inscrita en la categoría de patrimonio moderno (siglo XX) en la Lista del Patrimonio Mundial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), con su Casa-Taller, construida en el popular barrio de Tacubaya. Otro ejemplo de misticismo y sobriedad.

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