Diego Amador, embajador de la esperanza

sábado, 6 de mayo de 2017 · 10:44
CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).- Hay artistas que alcanzan las estrellas y otros que llegan al corazón, pero hay aquellos quienes hacen vibrar nuestra sangre desde España hasta la Patagonia. Diego Amador es uno de ellos. Nadie como él durante la noche del viernes 5 de mayo en el Lunario de Chapultepec para entregar aquellas esperanzas gitanas que México y Latinoamérica entera anhelan.          La metáfora de Bertolt Brecht (vía Silvio Rodríguez), adaptada a México, es adecuada, luego que un tipo como el dirigente de televisión española RTVE, José Antonio Sánchez, dijo una sarta de tonterías acerca de la Madre Patria y Latinoamérica. Esos gachupines no son reales; los gitanos, sí. Por ello, Diego Amador, por su hermosa nobleza sevillana, merecería la medalla de Buenaventura entre la España del mañana y el México de siempre, una vez que con su banda ha causado sensación con una música estupenda uniendo penínsulas, entendiendo ritmos, abrazando sombras y abriendo soles... Tras la presentación del generoso artista hispano, faltaron los supuestos expertos. ¿Por qué coincidieron entonces los certeros amantes de la música? Ahí arrancaron “el número uno” de Canal 22, nuestro bien letrado periodista Huemanzin Rodríguez y su chava noruega Anna, fieles humanistas; luego el patriarcamamboleto cacique de la clave chontal, Ernesto Márquez (Bembé), y el eterno inquisidor y periodista milenario Fernando Figueroa. Todos preguntamos: ¿Diego Amador es el nuevo Cristóbal Colón? ¡Sea! Maravilloso concierto, que Cristo regrese en medio de la buenaventuranza melódica… Con la gentileza y humildad propia de su pueblo andaluz, el hombre de las tres mil casas, de las tres mil almas y de las tres mil pelas atrapó al público de México. Diego Amador congregó tanto a jevimetaleros rock como a gitanoseñorones de Los Churumbeles post Juan Legido o el tal quijote de Huelva, Miguel Herrero, plus fans de Chick Corea o poperos aliados de Alejandro Sáenz, más baladistas punk llenos de canto jondo estilo Kiko Veneno, Martirio o Patanegra, etcéteras (sin olvidar a la sabinesca Piquer). ¿Contradicción? Vaya que hubo, señor invasor de Francia este cinco de mayo (Dios bendiga a Macron), que asistir al concierto del churro neo renacentista del flamenco, mago encantador de un singular arte sonoro, para sentir la fe del verdadero amor humano, que ni modo: la Madre Patria aún logra transmitir sangre y arena, mezclando notas defeelin’ blues y balada. ¿Será? Hay que oírlo, ¡vayan generaciones al quite! Amador no es uno, son tres mil y es el mundo hispanoamericano. No sólo Mozart latino, sino el pianista que vibra con facilidad entrega una música en los reinos donde el sol del imperio de palos jamás se oculta. Un planeta de notas y golpes, de jaleos de aires valseados o oaxaqueños –trompetas, trombones-- con rompimientos soul, enamoramientos y en fin mío y tuyo, nuestro, divino y ateo, la tristeza con alma eternizada de cuerdas venosas.          Maravilloso verlo entrar al escenario desnudo con el máximo placer de un arte peninsular lleno de alegrías. Difícil para críticos como quien esto escribe y público en el Lunario describir el supremo estilo pianístico y percutivo natural de Amador, quien nos ha dado un espejo. Amamos a Amador.          Hablamos español y él es nuestro sonido. Tenemos los tambores y su banda es espíritu colectivo. Bosquejamos rolas y los Diegos familiares, distantes y entronados adivinan cuáles ritmos terciarios y cánticos de semitonos hay que entender con términos si convencionales, bulerías o soleares (jamás las ficticias sevillanas), aunque sí, vayan los tangos sudamericanos que atrapan hasta la Cuba de la Carayda. Somos hermanos, no primos como los gringos. Por supuesto, la rumba flamenca está allí… ¿Quién explica lo que sentimos en el rioja sanguíneo?          La tocada de Amador es lo mejor que ha atracado estas tierras luego del grito de “¡Tierra!” expulsado por Rodrigo de Triana a las dos de la madrugada (hora que escribo este panfleto) del 12 de octubre de 1492. Es el primer reencuentro de los nuevos mundos por venir. Con su arte, definimos que no hay palabras para explicar un concierto de Diego Amador; ni siquiera tendríamos que buscar la sensacional rumba rock, flamenco clásico existente en los videos de youtube (buenos, muy buenos) para entender el rollo chingón de este maestro genial. Juzgue usted…          Diego Amador y su grupo, su banda, ha recogido las arenas fronterizas más bellas del mundo en un concierto inolvidable. Su presentación en el Lunario ha sido el mejor bautizo cuando los cuatro muleros de García Lorca (“que van al río, que van al río”) llegaron a refugiarse con los niños cantores de Morelia parecían olvidados.            Aaron Copland nos enseñó que no había que entender la música, sino sentirla; tal vez interpretarla, amarla: ¿traducirla?  Interactuar con Amador y él nos la regala –en su nombre está la cava--, con su banda han recordado a México la existencia de una música sin fronteras (muros), no hay razas ni limitaciones, los moros somos toíto te lo consiento… verde esta primavera, un amor infinito sin violencia egoísta, pero coño, erupcionando los palos, carajo, desde los barrios de las tres mil aldeas de una España abrasadora, para llegar al oído triste de un país mexicanarco, atracado por odios y violencia, olvidado de Manolete y adorador de Cervantes. Hay que agradecerle a ese churrico Diego Amador esta luna lunera y nos perdone, gitano, al México de mi barroquez y estupidez.          Amador es el artista embajador de la gran península ibérica para el México que ha perdido su ruta por olvidar aquellas enseñanzas de la conquista (¿cantará algún día fado?), al denostar las libertades de la independencia y volver a sucumbir ante los imperios septentrionales. ¿Necio yo? Amador entiende mejor que nadie a ese viejo mundo que México necesita en el futuro, presente. Es un músico que logra ofrecer la hermandad latinoamericana con hispania.          Increíble sentir por primera vez en la capital a Diego Amador y su hijo con cabello a la Caravaggio en la percusión, la banda del CD Soy de las 3000 llenando las arterias de cariño ilimitado. Ahí, Israel Varela (batería), Jesús Garrido (bajo), Camilo Varela (colombiano en la eléctrica); y los nacionales Verzaín Vargas (trompeta), Alejandro Díaz (trombón) e Israel Varela (bataca), quien finalizó resquebrajando las cuerdas del piano forte. ¿Regresará Diego?

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