Juan Rulfo entre antropólogos

viernes, 26 de mayo de 2017 · 14:32
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Durante las dos últimas décadas de su vida (de 1962 a 1986), mientras tantos le cuestionaban por qué no escribía, cuándo saldría alguna otra obra literaria, si acaso existía un proyecto nuevo en ese sentido y hasta por qué estaba en una suerte de “inactividad”, Juan Rulfo se entregó a una de sus grandes pasiones: la antropología y la historia. Invitado personalmente por el arqueólogo Alfonso Caso, descubridor de la Tumba 7 en Monte Albán, Oaxaca, el autor de El Llano en llamas y Pedro Páramo ingresó a trabajar en el ahora desaparecido Instituto Nacional Indigenista (INI) en 1962. Fueron los indígenas “el sector de la población mexicana con el que Rulfo mejor se identificaba”, dice el filólogo Alberto Vital Díaz en su libro Noticias sobre Juan Rulfo. La biografía, cuya segunda edición se presentó dentro de las actividades conmemorativas del centenario del natalicio del escritor (Sayula, Jalisco), este 16 de mayo. En el volumen de 412 páginas, editado por RM, cuenta que Rulfo entró como corrector de estilo para sustituir al historiador Gastón García Cantú (quien llegó a ser director general del Instituto Nacional de Antropología e Historia). Él lo recomendó, lo conoció primero como fotógrafo y luego como escritor. Le editó uno de sus cuentos­. Y menciona que solían tomar café juntos: “Gastón debió confirmar entonces los conocimientos de antropología y el interés hacia los indígenas por parte de Rulfo, como para que lo propusiera y recomendara de un modo tan convencido. García Cantú comenta que al cuentista no le interesaba tanto la ideología, sino los individuos, los más diversos aspectos de las personas”. En entrevista con esta reportera en el semanario Proceso (número 2115, del pasado 14 de mayo), Vital respondió sobre la relación que tuvo Rulfo con antropólogos como Gonzalo Aguirre Beltrán, Guillermo Bonfil Batalla o Rodolfo Stavenhagen: “Rulfo disfrutaba conversar con ellos, sí. En el volumen Juan Rulfo-Jorge Luis Borges. A treinta años de ausencia (actualmente en dictamen) hay un texto de Víctor Jiménez sobre el Rulfo cotidiano en aquellas épocas del Instituto Nacional Indigenista, entre 1962 y 1986, que coinciden con las grandes épocas vanguardistas, el 68, nuevas librerías en la ciudad, las escasas pero apreciadas cafeterías, en fin. Se sabe que Rulfo conversaba mejor con antropólogos e historiadores que con estudiosos de la literatura y que con muchos literatos”. En la biografía, el investigador, actual coordinador de Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), consigna que el escritor de Sayula trabajó como editor del INI un total de 70 volúmenes durante 23 años, entre ellos El proceso de aculturación en la estructura colonial, de Aguirre Beltrán; recomendó y editó Cambio de indumentaria. La estructura social y el abandono de la vestimenta indígena en la Villa de Santiago Jamiltepec. Además, creó la serie Clásicos de la Antropología Mexicana, dentro de la cual hizo la edición facsimilar del “rarísimo clásico” La población del Valle de Teotihuacán, de Manuel Gamio (considerado fundador de la antropología moderna). El grabador y artista plástico Alberto Beltrán ilustraba las ediciones. Otro grabador, Adolfo Mexiac, también formó parte del equipo de Caso en el INI, en el cual se encontraba el propio Aguirre Beltrán y el escritor Alí Chumacero, “además de médicos, agrónomos y maestros bilingües”, recordó el artista plástico en noviembre de 2010 al hacer su propio juicio de la historia con motivo del Bicentenario de la Independencia, en una conversación con la revista Proceso. Se refirió también a Rulfo: “Conviví con Juan Rulfo muchos años, no recuerdo si 10 o algo así, porque estábamos en el mismo cubículo con Tito Monterroso. Llegaba ahí todo farolón Ricardo Garibay, él no convivía, llegaba ahí los días de quincena a platicar un rato y a tomar café… (Iban) algunas otras gentes como Fernando Benítez. Es que se rodeó de gente muy valiosa el doctor Caso: Rosario Castellanos, Chayito, con la cual sí me tocó pues fuimos compañeros y trabajamos juntos en San Cristóbal de las Casas. Se educó a gran parte de los indígenas con el teatro guiñol. Petul se llamaba el personaje principal”. El trabajo en las comunidades, a decir de Mexiac, era muy duro: “Por eso cuando se levantaron los indígenas (en enero de 1994) me dio tanto gusto, porque dije: ‘Bueno, un granito de arena que pusimos hizo que tomaran conciencia de quiénes son’”. En la cuenca del Papaloapan Antes de llegar al INI, Juan Rulfo trabajó también como asesor e investigador de campo en la Comisión del Papaloapan, encabezada por el ingeniero Raúl Sandoval Landázuri. Así lo relata Vital Díaz, quien pone de relieve: “… aquel viajero, excursionista, fotógrafo, historiador y antropólogo nato que fue Juan Rulfo, debió sentirse contento de alejarse de oficinas como las de Gobernación en la capital del país, donde laboró entre 1936 y 1947 con esporádicos viajes y estancias en otros puntos y de empleos poco gratificantes en la ‘industria pesada’, así como de un medio literario que --en trance de volverse un sistema, una burocracia y una industria-- muy pronto iba a abrumarlo con las rencillas y las envidias típicas de todos los aparatos de poder”. Y añade que ahí trató con los ingenieros Javier Barros Sierra (a la postre rector de la UNAM) y Gerardo Cruickshank García, más tarde subsecretario de Recursos Hidráulicos. La Comisión, agrega, “fue un camino para acercarse al tipo de vivencia que de verdad nutrían su quehacer literario y fotográfico”. En la revista de fotografía Alquimia del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), número 42 del año 2011, la investigadora Paulina Millán presenta el ensayo “Juan Rulfo y sus trabajos en la cuenca del Papaloapan”, en donde dice que “realizó uno de sus trabajos fotográficos más sugerentes, pues incursionó en la fotografía aérea, en el retrato indígena y en el uso de la película a color”. Con algunas de sus imágenes, agrega, Rulfo ilustró el texto de su autoría, “The Papaloapan”, publicado en 1958 en la revista Mexico This Month. De igual modo incluyó sus fotografías en Sucesos para Todos, Acción Indigenista, el suplemento dominical de México en la Cultura, publicaciones del INI y el informe de labores de la Comisión del Papaloapan (https://revistas.inah.gob.mx/index.php/alquimia/article/view/3174/3065). En el equipo participaban especialistas de diversa índole como ingenieros, arquitectos, economistas, agrónomos, biólogos, geógrafos, antropólogos y fotógrafos. Estaba, por ejemplo, el antropólogo Alfonso Villa Rojas, con quien colaboró el joven Rodolfo Stavenhagen, quien contó a esta reportera cuando cumplió 80 años de edad: “Ahí me comencé a enterar, a mis 21 años, de que todo era muy complejo. El gobierno había decidido hacer eso sin jamás consultar, ni pedirles permiso a los indígenas. Vi mucho drama humano y desde el principio cuestioné la política que era capaz de hacer algo y decir ‘es para el bien de los indígenas, eso es el progreso nacional, las presas son importantes porque van a irrigar, a generar energía eléctrica’. Todo eso, pero ¿para quiénes? No para los indígenas, me di cuenta inmediatamente”. Describe Millán en su ensayo fotográfico que Rulfo viajó al lado del cineasta y fotógrafo Walter Reuter, con su inseparable Rolleiflex 6x6. Juntos hicieron el documental Danzas mixes y “aunque no fue contratado expresamente como fotógrafo”, realizó alrededor de 350 fotografías del paisaje, la arquitectura y los indígenas de la cuenca. La especialista agrega que luego de haberse centrado en la fotografía paisajística, el escritor comenzó a fotografiar a los indios. Señala que Rulfo se colocaba al lado o detrás de Reuter y aunque haya imágenes de las mismas escenas o personajes, cada uno “conservó su estilo fotográfico, Rulfo ponía mayor distancia entre el retratado y su cámara, tratando de pasar desapercibido, se colocaba por debajo o a un costado. Mientras que Reuter se hacía notar, con intención documental y cámara en mano…” Rulfo incursionó aquí en la fotografía aérea al acompañar a Sandoval en sus vuelos por la cuenca y quizá no ajeno a lo señalado por Stavenhagen fotografió también el drama de los indígenas, inspirado tal vez, dice la investigadora, en el México bárbaro, de John Kenneth Turner. Concluye la autora: “Las imágenes que Juan Rulfo realizó en la cuenca del Río de las Mariposas son las de un fotógrafo consumado, ya tenía por lo menos 25 años trabajando con la cámara con una técnica precisa y con gustos definidos y se atrevió a practicar la fotografía desde una avioneta, a meter a la cámara los ojos de los indígenas (cuando antes prefería que no la miraran directamente) y a usar película a color en su Rolleiflex. Con ello podemos anotar que el escritor Juan Rulfo no fue un aficionado de la fotografía, sino que la ejerció como todo un profesional; de modo que logró espléndidos resultados en la práctica de escribir con luz”. Literatura antropológica Hace unas semanas, el INAH realizó conjuntamente con la organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas el conversatorio “Miradas cruzadas entre literatura y antropología”, en la cual el antropólogo Diego Prieto, titular del INAH, reflexionó sobre lo literario en la obra antropológica de Ricardo Pozas Arciniega, Juan Pérez Jolote: biografía de un tzotzil, y lo antropológico en Pedro Páramo y El Llano en llamas, de Rulfo En un resumen del encuentro del INAH destacó las palabras de Prieto, para quien hay por lo menos seis elementos de análisis antropológico en la obra rulfiana: la tierra en todas sus acepciones; el pueblo como espacio, relación social, entidad y sujeto colectivo; la soledad del individuo, la muerte y la violencia; el amor, sobre todo el doliente y los sueños. “Los sueños son en el pensamiento de muchos pueblos indígenas y campesinos de México, un elemento fundamental para aproximarse a la realidad, hablar con los ancestros y curar las enfermedades”, dijo el funcionario, y agregó que en Rulfo hay un mundo simbólico que no renuncia a los planos oníricos y fantásticos, anudados en la verosimilitud de la creencia popular, “no es la fantasía arbitraria”. “Si en Pedro Páramo los muertos están presentes, es porque así lo cree la gente. En Rulfo vamos a encontrar la recuperación del tiempo circular de los antiguos pueblos de México, un tiempo que, al día de hoy, refrendan indígenas y no indígenas”, agregó. Cuando se cumplió el centenario del nacimiento de Óscar Lewis, autor de Los hijos de Sánchez, el antropólogo Carlos Zolla, miembro del Programa Nación Multicultural de la UNAM, destacó que grandes monografías antropológicas como África ambigua, de Georges Balandier, o Tristes trópicos, de Claude Lévi-Strauss, “rozan la literatura”, como las obras literarias Grande Sertão: Veredas, del brasileño João Guimarães Rosa, o Los albañiles, de Vicente Leñero, resultan “grandes etnografías”. Y preguntó: “¿Acaso no puede mirarse con ojos etnográficos o antropológicos Pedro Páramo, de Juan Rulfo?”

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