"La Tortuga Roja": Adán en el Paraíso

viernes, 16 de junio de 2017 · 15:44
MONTERREY, N.L. (apro).- El relato animado de La Tortuga Roja (La Tortue Rouge, 2016) se mueve, permanentemente, entre la realidad cruel y el realismo mágico liberador. Durante la primera escena se observa a un hombre a la deriva, entre inmensas olas que lo cubren como montañas de agua. Con escasas posibilidades de sobrevivencia, el destino lo empuja a una isla desierta que se convierte en una prisión paradisiaca de la que no puede escapar. El hombre misterioso, de quien no se conoce nada, encuentra que, al eludir de la muerte, ha renacido. Su existencia está transformada y debe adaptarse a su nuevo hogar, en el que contempla, a diario, el mar y un espeso bosque de bambú.
Hasta que aparece en su vida una enigmática tortuga roja que lo cambiará todo. El director Michael Dudok de Wit escribe esta fábula sobre la angustia de la soledad y los mecanismos que deben ser inventados para superarla, a través de las duras vivencias de un náufrago, que se reinventa y supera sus largos períodos de depresión. El gran acierto de la producción fue confiar el elemento artístico a Isao Takahata, que prestó la marca Ghibli -la compañía que fundó con el otro genio Hayao Miyazaki-, para escenificar un drama de animación tradicional, con dibujos bidimensionales, mágico empleo de los colores y con una humanidad palpitante. Afortunadamente, se establece una clara distancia visual de las producciones de Pixar, Disney, DreamWorks, excelentes, también, pero completamente diferentes. La película corta, de apenas 80 minutos, carece por completo de palabras y tiene una historia sencillísima, pero con elementos profundos. La elocuencia de las imágenes es suficiente para describir, con actuaciones apasionadas, los cambiantes estados de ánimo del náufrago, que al principio se encuentra desconsolado y afligido en la isla. En ese lugar en medio del mar, aislado de la civilización, se siente tan insignificante, como uno más de los infinitos granos de arena que lo rodean. Pero, en un arco maravilloso, se va llenando de luz. Esta historia está hecha del mismo material de los sueños: tendido en la playa observa un andador de madera que lo conduce, sobre las aguas, hacia el infinito, hacia la salvación, a su vida previa. Corre y, jubiloso, alza el vuelo, pero sólo para encontrarse de nuevo en la vasta desolación que no puede abandonar. Y toda la acción está acompañada de una exquisita banda sonora de Laurent Pérez del Mar. Sigilosamente, el hombre intenta evadirse del Paraíso, pero una fuerza extraña le impide llegar a altamar. Su rústica barcaza, creada con troncos, es destruida en repetidas ocasiones hasta que encuentra la razón de sus desventuras de una manera que encausa la historia por una vertiente que se debate entre la realidad y la alucinación impuesta por la desesperación. El hombre adquiere esperanza. La tortuga roja, que inesperadamente se vuelve su socia, le permite visualizar un futuro mejor, terso, acompañado en una insospechada posibilidad de acceder a la felicidad y la alegría. Se percibe que el náufrago tiene buen corazón, que lamenta sus errores, que quiere hacer el bien y que su idea de la dicha está concentrada en un microcosmos, en el que no demanda más que amor y supervivencia. Adán, como hijo único de Dios, descubre en el quelonio posibilidades de entendimiento, de saber que existe, a través de alguien que lo mira. Pero Dudok de Wit tira con calculada despreocupación pistas inquietantes que mueven a la duda. Así como le ofrece al hombre solo una entrada al gozo espiritual y terrenal, también puede estar manipulando su angustia, mofándose de su desventura, en un juego de apariencias cruel y devastador. En su anticlimática parte final, La Tortuga Roja cierra el ciclo de la vida con imágenes de belleza absoluta y con momentos descritos en forma de poesía dramática pura. Pero, simultáneamente, abre la anécdota a la interpretación personal. La lectura última es que aún en el rincón más apartado del universo, el tiempo transcurre indiferente a los designios de la naturaleza. Y aquello que para la humanidad puede ser una tragedia dolorosa, para el cosmos es sólo un accidente de todos los que ocurrirán a lo largo de la eternidad. Es una obra maestra, conmovedora hasta las lágrimas.

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