El IMSS y el dolor terminal

sábado, 8 de julio de 2017 · 09:11
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Pocas cosas en la vida son tan dolorosas como tener a un ser querido en un hospital. Y el dolor aumenta cuando se trata de la etapa final, cuando ya no hay nada que hacer, cuando no se le puede salvar. Yo tengo un hijo biológico y uno adoptado, Pablo, que llegó a mi vida hace 20 años, cuando él estudiaba antropología. El papá de Pablo lleva varios días internado en un hospital del Seguro Social, desahuciado, sedado y con un respirador que lo mantiene biológicamente vivo. Está hinchándose y tiene llagas en todo el cuerpo. Pablo tiene una hermana que vive en España y que llegó para despedirse de su padre. Ambos hermanos saben lo que éste, de poder hablar, pediría: eutanasia. Hace tiempo que muchos médicos facilitan a sus pacientes terminales dosis letales de barbitúricos o sedantes, para aliviarlos en su lucha contra un final inevitable y doloroso. Los países que reconocieron que esto estaba ocurriendo tomaron cartas en el asunto para reglamentar esa práctica y evitar abusos. Las leyes sobre suicidio asistido plantean la posibilidad de que los enfermos terminales mueran sin tanto sufrimiento, acompañados por sus seres queridos. A eso se le llama “muerte con dignidad” e incluye la posibilidad de cambiar de opinión en el último momento. Y aunque es muy difícil que se reconozca el derecho a terminar de buena manera con la propia vida, el asunto se agrava cuando el paciente no se puede expresar. Entonces surgen otros obstáculos. Uno de los más comunes es el encarnizamiento médico, que intenta mantener a toda costa una vida, aunque ya el ser humano no tenga conciencia. Comprendo que los médicos están atrapados por una legislación arcaica, que los puede condenar como asesinos, pero me impresiona cómo interfieren sus creencias religiosas. Ciertas religiones se oponen a todo aquello que supone una intervención en los procesos vitales, pues sus dogmas plantean que la mujer y el hombre no dan ni quitan la vida, sino que son depositarios de la voluntad divina, cuyos designios se deben respetar. Por eso las iglesias católica y evangélicas no aceptan que las personas tomen decisiones sobre sus vidas pues el cuerpo humano es un “mero instrumento divino” y el sufrimiento es una ofrenda a Dios. Por suerte algunas prohibiciones se han modificado con el tiempo. Cuando se introdujo la anestesia en los partos, la jerarquía católica puso el grito en el cielo, pues el mandato de Dios era: “Parirás a tus hijos con dolor”. Cuando se desarrollaron los anticonceptivos y los métodos de fecundación asistida, volvió a protestar pues el mandato era “ten todos los hijos que Dios te mande”. Cuando se inició el trasplante de órganos, generó protestas y confusión. Hoy vuelve a rasgarse las vestiduras, pues hay que esperar pacientemente a que “Dios decida llevarnos a su seno”. La tendencia mundial va en la dirección de poder elegir la propia muerte, y es cosa de unos años más para que ocurra igual que como pasó con la anestesia o los anticonceptivos: la demanda de las personas va a erosionar la posición eclesial. Por eso, en el camino del bien morir se han dado, y se seguirán dando, batallas ciudadanas importantes. Pero, ¿qué hacer en un caso como el del papá de Pablo? Un no creyente que había hablado con sus hijos de que no le fueran aplicadas medidas de soporte vital o cualquier otra destinada a prolongar una supervivencia como la que hoy está padeciendo, aunque eso significara adelantar el fin de su vida. La primera dificultad que enfrentan sus hijos es que no dejó hecho un documento de “voluntad anticipada”, también llamado “testamento vital”. Aunque habló con ellos al respecto no llegó a ir con un notario. Ahora ellos sufren por no poder cumplir la voluntad de su padre, por verlo sedado, llagado, entubado. Cuando Pablo habló con los médicos sobre las posibilidades de recuperación de su padre, le dijeron que no había ninguna: los riñones no funcionan, el corazón falla y no viviría sin el respirador. Sin embargo, a Pablo le dicen que “tenga fe” o que espere “a que el Señor lo llame”. Pero, ¿acaso es vida estar sedado y entubado? Pablo quisiera que algún médico se apiadara y acortara ya este infierno con una inyección letal. Un médico le respondió: “Sólo Dios quita la vida”. Pablo y su hermana quieren una muerte digna y acompañada para su padre. En el Seguro Social solamente permiten que esté con él una persona por vez, y en condiciones muy precarias. El desgaste emocional y físico de turnarse para pasar las noches con él es inmenso. Los hermanos quieren llevarse al papá a la casa, para estar con él, ponerle música, hablarle y acompañarlo en su triste final. Sin embargo, enfrentan varias dificultades, en especial, lo que implica que esté entubado. ¿Qué puede hacer una institución como el IMSS ante tanto dolor? El papá de Pablo y yo somos de la misma edad. Si algo me ha puesto de manifiesto este drama es la acuciante necesidad de dejar instrucciones claras sobre cómo deseo, en una situación en que no pueda expresar mi voluntad, se tomen las decisiones médicas relativas a mi persona. Debo ir al notario, no quiero que mis hijos tengan que enfrentar una situación similar. Este análisis se publicó en la edición 2122 de la revista Proceso del 2 de julio de 2017.

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