'De armas tomar”, 12 mujeres en libro de Ángel Gilberto Adame

miércoles, 2 de agosto de 2017 · 12:44
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- De la docena de mujeres que reseña el reciente libro del articulista, notario y escritor Ángel Gilberto Adame De armas tomar. Feministas y luchadores sociales de la Revolución Mexicana (Aguilar/Penguin Random House. Abril 2017. 216 páginas), sólo unas cuantas son tomadas en cuenta por la sociedad actual. De entre ellas, acaso nos haya impactado la italiana Tina Modotti (Údine, Italia, agosto 16 de 1896-Ciudad de México, enero 5 de 1942) con sus imágenes magistrales, captadas por su cámara en nuestro país; sin embargo, en general los mexicanos no conocemos las circunstancias que la llevaron a sufrir linchamientos de la prensa, persecución política y encarcelamiento. También recordamos a la zacatecana Eulalia Guzmán por haber sido quien dio con las osamentas del último rey azteca, Cuauhtémoc, en Ixcateopan, Guerrero, hacia 1949; sin embargo, aquel descubrimiento sería desmentido por peritos en arqueología en 1976. No obstante, sobresalió desde su juventud y se cuenta que con María Arias Bernal fue a exigir la entrega del cuerpo asesinado de don Francisco I. Madero a Lecumberri. El prólogo de Mariana Pedroza abre De armas tomar, tomo que comprende los siguientes capítulos: Luchadora incansable por la salud. Matilde Montoya (1859-1938); La insurrección y la palabra. Juana B. Gutiérrez (1875-1942); Ante la tumba de Madero. María Arias Bernal (1885-1923); Sufragio efectivo. Hermila Galindo (1886-1954); Reivindicar el mundo prehispánico. Eulalia Guzmán (1890-1985); Entre la actuación y la explosión de México. Mimí Derba (1893-1975); Que la nación os lo demande. Clementina Batalla (1894-1987); La cicatriz de la tragedia. Tina Modotti (1896-1942); Liderazgo estudiantil y vocación de servicio. Adelaida Arguelles (1898-1992); A sangre fría. María del Pilar Moreno Díaz (1907-1988) y Náufraga en la isla de los hombres solos. Concepción Mendizábal (1893-1985). Ángel Gilberto Adame olvidó mencionar a una luchadora discreta y primera profesional tabasqueña, maestra verdaderamente notable para quien esto escribe: la pedagoga, lingüista y poeta Rosario María Gutiérrez Eskildsen (San Juan Bautista, abril 16 de 1899-Ciudad de México, mayo 12 de 1979), quien redactó obras que formaron a varias generaciones de estudiantes de educación básica en todo el país. El historiador Enrique Krauze escribió: “De la secundaria recuerdo a la eminente tabasqueña Rosario María Gutiérrez Eskildsen. Formada en la cruzada vasconcelista, era autora de una gramática española. Nos enseñó reglas de oro para escribir con claridad y nos dio a leer literatura hispanoamericana del XIX: José Eustasio Rivera, Ricardo Güiraldes, Rubén Darío, Amado Nervo. Discutíamos los libros y luego escribíamos pequeños ensayos. Yo tildé de ‘cursi’ la novela María de Jorge Isaacs y ella, con tolerancia, me dio algunas claves secretas para su lectura. Con frecuencia nos hablaba del amor y el desamor: ‘Si uno encuentra el más mínimo defecto en el ser amado, ya no lo ama’.” Presentamos a continuación el prefacio del también autor de Antología de Académicos de la Facultad de Derecho, El séptimo sabio: vida y derrota de Jesús Moreno Baca y Octavio Paz. El misterio de la vocación, Ángel Gilberto Adame (Ciudad de México, marzo 17 de 1967), en De armas tomar. Feministas y luchadoras sociales de la Revolución Mexicana para nuestros lectores, por cortesía de la editorial Aguilar/Penguin Random House. Prefacio A mediados del siglo XIX, la vida de la mujer mexicana se mantenía subordinada, según el orden social, jurídico y eclesiástico, a las disposiciones del género masculino, el cual, abusando de su aparente hegemonía, limitó sus libertades y la relegó a las labores domésticas y de crianza. Confinada al hogar y a la iglesia, la participación femenil en la vida pública era prácticamente nula. Si bien la promulgación de la Constitución de 1857 y de las Leyes de Reforma significó un hito que modificó las relaciones jurídicas y familiares buscando la reivindicación de los derechos humanos, el gran pendiente que puede reprochárseles fue su indiferencia ante el abuso de que las mujeres eran víctima, vicio que continuó durante la era porfiriana. Hubo, sin embargo, signos de inconformidad entre ciertos grupos de mexicanas que, desde distintos frentes, buscaron alcanzar cierta igualdad de derechos y obligaciones postuladas por el liberalismo. Las brechas en general fueron el principal impedimento para que lograran su objetivo, por lo que debieron adherirse a luchas adyacentes que tuvieron como denominador común el cambiar a injusticias diversas. Carlos Monsiváis refirió al respecto: En la Ciudad de México, en el siglo XIX […], surgen grupos que alegan apasionadamente los derechos de la mujer (en singular, se defiende a la especie y no a sus integrantes), asisten a las reuniones gremiales, intervienen en las huelgas […]. Fuera de eses ámbito, su presencia resulta inconcebible. El celo patriarcal y su transmutación en código de los reflejos condicionados de las familias, santifican el atraso de las mujeres. (“Mujer que sabe latín, no tiene buen fin” o, quizás, “mujer que se independiza no asiste a misa”.) [1] Hacia 1890, acrecentadas las dificultades que debían sortearse para cubrir las necesidades básicas de alimentación u sustento, aunadas a la escasez de recursos y al desempleo, la mujer comenzó a interrogarse por su lugar en la sociedad y decidió participar activamente en la manutención del hogar y en la transformación de la realidad nacional. Fue entonces que muchas jóvenes buscaron inscribirse en las Escuelas Normales, que constituían su única alternativa para formarse profesionalmente, aunque en la mayoría de los casos su ejercicio estaba condicionado a instruir únicamente a otras mujeres. No es de extrañar en el censo General de la República Mexicana de 1900, en su vertiente de instrucción básica, el porcentaje de hombres y mujeres que sabían leer y escribir fuera prácticamente el mismo, en tanto que, en el rubro dirigido únicamente a la lectura, la cifra de mujeres fuera mayor. El acceso a la educación fue un catalizador que permitió a las pocas activistas difundir, a través de pequeñas publicaciones, noticias sobre el desenvolvimiento de la mujer en los ámbitos académicos, laboral y militar, que hasta entonces eran exclusivos para varones. Fue por medio de esa narrativa rudimentaria que las conquistas femeninas hallaron cierto eco entre las distintas clases sociales. El ímpetu con que surgieron los movimientos antireeleccionistas, parteaguas de la Revolución, significó para las mujeres la oportunidad de influir en el destino político y de sumar su causa a los reclamos de los diversos sectores que encabezaron la lucha armada. Su integración constituyó un signo de modernidad indiscutible, cuya importancia se asimiló lentamente debido a las convulsiones por las que atravesaba el país. Frederick Turner consideró que la “participación en la Revolución violentó el patrón de la fidelidad familiar, la sujeción femenina y el aislamiento de los asuntos nacionales, que por mucho tiempo impidieron que la mujer mexicana adquiriera el sentido de lo que significa ser miembro de la comunidad nacional”. [2] Es innegable que la guerra fue un punto de inflexión para que la mujer irrumpiera en la escena pública subvirtiendo los valores de una sociedad eminentemente patriarcal. Sin embargo, como apunta Mary Kay Vaughan, todavía existen reticencias para reconocer la valía de las aportaciones femeninas: “Los escépticos han desdeñado la historia de las mujeres mexicanas como un empecinamiento romántico […]: la búsqueda de pequeños grupos de actores insignificantes en hogares oscuros.” [3] Si bien es cierto que todo inventario de nombres es insuficiente y hasta accidentado, también lo es que debemos romper los prejuicios que demeritan la relevancia de la mujer durante y después de la Revolución. Para ello, es necesario perfilar cómo, a través de la conjunción de las circunstancias históricas y de su voluntad, muchas de ellas se erigieron en líderes y pioneras en distintos campos de acción, a pesar de que ninguna se asumió en plenitud como feminista militante. Ya sea en la docencia, en la academia o en la burocracia, su presencia constituyó un adelanto en el seno de las libertades civiles. Para efectos del presente libro, tomé en cuenta mujeres cuya vida estuvo marcada por el conflicto bélico, aunque su influencia no se ciñó a él. La característica que comparten quienes integran esta selección es la de haber conquistado su albedrío en contra de la adversidad, lo que las colocaría en la categoría de rebeldes postulada por Albert Camus: “¿Qué es un […] rebelde? [Alguien] que dice no. Pero negar no es renunciar: es también [quien] dice sí desde su primer movimiento. (…) El rebelde (es decir, el que se vuelve o revuelve contra algo) da media vuelta. Marchaba bajo el látigo del amo y he aquí que hace frente. Opone lo que es preferible a lo que no lo es.” [4] Esta facultad de discernimiento aunada a una voluntad de insurrección animo a María Arias Bernal a convertirse en la guardiana de la tumba de Francisco I. Madero, a pesar de las amenazas de Huerta. Con entereza semejante Adelaida Argüelles acometió el liderazgo del Congreso de Estudiantes, constituido en su mayoría por hombres y Clementina Batalla ingresó en la Escuela Nacional de Jurisprudencia para convertirse en una de las primeras abogadas de México. Las Normales habían crecido al grado de convertirse en espacios neurálgicos desde los cuales las mujeres daban sus primeros pasos para posteriormente ampliar sus áreas de estudio, como fue el caso de Palma Guillén, quien de la pedagogía se trasladó a la diplomacia, o el de Eulalia Guzmán, quien abandonó la docencia para dedicarse a la arqueología. No menos significativa fueron las circunstancias de Matilde Montoya quien, aunque mayor que las dos antes mencionadas, provocó el estupor de la sociedad porfirista al convertirse en la primera médica e hizo uso de sus conocimientos para entender a los heridos de la guerra civil. Otra trinchera desde la cual ejecutaron su emancipación fue la prensa escrita. Juana B. Gutiérrez publicó su propio periódico liberal, por el que fue perseguida y encarcelada, pues su programa político era subversivo y sugería el coto de la mujer. Un sendero similar recorrió Hermila Galindo, quien fue responsable de una revista que tocaba temas tan sensibles como la educación sexual y promovió con ahínco el sufragio femenino. María del Pilar Moreno Díaz, sin haber conquistado grados académicos, desafió a las instituciones dedicadas a la impartición de justicia para exponer apasionadamente sus razones para vengar el asesinato de su padre; Mimí Derba convirtió su trabajo actoral en un puente comunicante entre el teatro de zarzuela y la cinematografía, además de invertir buena parte de su fortuna para impulsar los primeros atisbos del cine mexicano. Por último, la primera estancia de Tina Modotti en México demostró que la sociedad aún no estaba preparada para acoger a una mujer que expresaba abiertamente su ideología política y ejercía su libertad sexual. Dediqué también una breve semblanza a Concepción Mendizábal, a manera de homenaje a la primera ingeniera civil mexicana. En lo que concierne a las primeras profesionistas, vale la pena hacer mención a un artículo que publicó la Revista de la Universidad en 1947, a manera de homenaje para ellas. Además de las ya mencionada Matilde Montoya u Concepción Mendizábal, la lista incluyó a María A. Sandoval Olaez, primera abogada, recibida el 5 de enero de 1900; Margarita Chorné y Salazar, primera dentista, 1 de febrero de 1886; Esther Luque Muñoz, primera farmacéutica, 18 de octubre de 1906; María Luisa Dehesa Gómez Farías, primera arquitecta, 15 de diciembre de 1939; Juana Hube, primera química técnica, 12 de enero de 1925, y Nelly Krap, primera ingeniera química, 25 de febrero de 1926. [5] Este mosaico, amén de representativo, pretende explorar las circunstancias contingentes que permitieron a doce mujeres desafiar las relaciones jerárquicas en un país de cepa machista. Las semblanzas aquí reunidas no tienen una intención hagiográfica, fueron elaboradas con el mayor rigor documental posible, y aspiran a reconocer la influencia innegable de la mujer en la historia nacional. NOTAS [1] Monsiváis, Carlos, “Prólogo”, en Cano, Gabriela. Vaughan, Mary Kay, Olcott, Joselyn (compiladoras). Género, poder y política en México posrevolucionario, México, FCE, 2010, p. 12. [2] Turner, Frederick, “Los efectos de la participación femenina en la revolución de 1910”, Historia mexicana, México, El Colegio de México, vol. XVIII. Núm. 30, octubre-noviembre, 1985. p. 604. [3] Vaughan, Mary Kay, “Introducción”, en Cano, Vaughan, Olcott; op. cit. p.41. [4] Camus, Albert, El hombre rebelde, Madrid, Alianza Editorial, 1982, p. 22. [5] “Noticias de la Dirección de Difusión Cultural. Primeras profesionistas mexicanas”, Revista de la Universidad de México, vol. 11, núm. 14, Noviembre de 1947. P. 22.

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