La catástrofe de la corrupción

domingo, 17 de septiembre de 2017 · 12:40
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Cuando el huracán Katrina arrasó Nueva Orleáns, Slavoj Zizek escribió sobre cómo las catástrofes causan desorganización psíquica y social, pues ponen de manifiesto la vulnerabilidad humana. Zizek reflexionó sobre el miedo que genera ver desintegrarse el tejido social, y que se presenta cuando se produce un accidente natural o tecnológico. Agregó que este sentimiento de fragilidad de nuestro vínculo social ocurre porque en el preciso lugar donde uno esperaría un impulso de solidaridad ante la catástrofe, estalla el egoísmo más despiadado: los saqueos, las violaciones, incluso los asesinatos. La psicoanalista Mirta Holgado retomó las palabras de Zizek y señaló que esa reflexión podría reiterarse en todas y cada una de las situaciones de desastre, no importa cuál fuese el lugar donde hubieran ocurrido ni las características del evento. Ella, como terapeuta, se preguntó qué intervención es posible después de una catástrofe. Holgado encuentra que en esas situaciones, como el Katrina –y hoy Harvey– se trata de lograr que en los damnificados se restaure la capacidad de ordenar y organizar el mundo que les era habitual y que perdieron en la catástrofe. Se trabaja para restaurar su vida cotidiana y su funcionamiento social, y lograr cierta estabilidad. Sin embargo, la psicoanalista dice que los sobrevivientes de las catástrofes se encuentran con muy pocas palabras para dar cuenta de lo que les pasó, y señala que en boca de muchos de ellos aparece a menudo la palabra “infierno”, como imprecisa referencia evocadora de la pavorosa experiencia que han vivido. Yo quiero retomar los señalamientos tanto de Zizek como de Holgado en relación a lo que pasó en Cuernavaca. Aunque las catástrofes que se originan por el cambio climático o por los fenómenos excesivos de la naturaleza son distintas de las que producen la corrupción y la negligencia humanas, como en el Paso Exprés, en ambas se da lo que Holgado señala: un retorno a las conductas más primitivas y miserables del ser humano. Hoy sabemos que en la construcción de ese Paso Exprés murieron más personas debido a esos accidentes laborales donde perecen los obreros de la construcción, y que las empresas consideran “daños secundarios” o “efectos colaterales”. Si bien toda muerte de un ser humano es lamentable en sí misma y dolorosa para sus seres queridos, creo que hay una diferencia entre morirse de golpe, al caer de un andamio, a morirse lentamente asfixiado, pidiendo ayuda con desesperación, como les ocurrió a los dos hombres que fallecieron en el socavón. Ese debe haber sido un infierno del que no podrán ya dar cuenta. Lo que Zizek escribe, que las catástrofes ponen en evidencia la fragilidad del orden social y que cuando se esperaría un impulso de solidaridad ante la catástrofe, estalla el egoísmo más despiadado, también ocurrió de otra forma en Cuernavaca. El socavón del Paso Exprés puso en evidencia muchas “fragilidades”: el poco profesionalismo del proceso de rescate, la voracidad empresarial (que aumentó el costo de una obra mal hecha) y la mezquindad (por decirlo suavemente) del secretario de Comunicaciones y Transportes. Cuando, después de la tragedia de los señores Mena, esperábamos un impulso de solidaridad, el gobierno federal y las constructoras no hicieron una reparación económica generosa a las familias. ¿Cómo se repara una caída en el infierno? ¿Cuánto vale la angustia y la desesperación de los señores Mena, y la de los familiares desgarrados por lo ocurrido? No quiero ni pensar en cómo se han manejado las indemnizaciones de los obreros muertos durante la construcción, puesto que sus fallecimientos –“daños colaterales”– no ocuparon espacio en los medios de comunicación. Holgado señala que las catástrofes provocan una alteración subjetiva que se caracteriza por el establecimiento de una nueva manera de sentir, de pensar y de actuar. ¿Qué es lo nuevo que pensamos, sentimos y hacemos después de lo ocurrido en Cuernavaca? Algunas personas han expresado su indignación; otras, en cambio, empiezan a sentir ansiedad. Los psicoanalistas definen la ansiedad como una reacción defensiva que surge cuando hay algún peligro. Cuando nos encontramos en riesgo, el cerebro dispara “reacciones defensivas” orientadas a preservar nuestra integridad. El carácter desagradable de esa experiencia de la ansiedad se debe a su valor adaptativo: al querer poner fin a la ansiedad hay que salir de la situación peligrosa en la cual nos encontramos. Hace tiempo que en México vivimos situaciones peligrosas, con prácticas de violencia extrema, como el secuestro y las desapariciones, pero ahora sabemos que circular por carretera también es un riesgo mortal. El hecho traumático ocurrido en el Paso Exprés ha puesto en evidencia que nuestra mayor catástrofe es la magnitud que ha cobrado la corrupción gubernamental y empresarial. Hoy vemos que el gobierno federal y las constructoras otorgan poco valor no sólo al trabajo de las personas (baste comprobar los míseros salarios mínimos en el país) sino a las vidas humanas. Ojalá nuestras “reacciones defensivas” ante peligros político-empresariales como los que estamos viendo nos lleven a una decidida participación política para un cambio radical. Este análisis se publicó el 10 de septiembre de 2017 en la edición 2132 de la revista Proceso.

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