El chofer y el motel

domingo, 1 de octubre de 2017 · 09:31
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- ¿Qué tiene en la cabeza el taxista que asesinó a Mara? Un varón que trabaja en una compañía que lo tiene identificado, secuestra, viola y finalmente estrangula a su pasajera. ¿Por qué? Hay quienes hablan de “impulsos sexuales irrefrenables” y hay quienes denuncian odio hacia las mujeres. A mí me surgen preguntas como la de en qué momento decide secuestrarla y aprovecharse de ella, o si decide matarla cuando ella recobra el conocimiento. ¿Por qué la asesina?, ¿por temor a que lo acuse de violación? Una mujer violada puede ir a denunciar, una muerta calla para siempre. Además, el chofer, criado en una cultura de la impunidad, pudo creer que como en México hay tantas personas muertas y desaparecidas, una más no importa. La ausencia de una barrera ética que impide asesinar se produce en un tejido cultural: “La vida no vale nada”. El chofer la llevó a un motel. ¿Qué responsabilidad tiene el motel? Los encargados de los moteles están acostumbrados a que entren autos con la mujer escondiéndose, para proteger su “reputación”. Tal vez el chofer dijo que era su novia y venía borracha, o quizás ni la vieron tirada en el asiento de atrás. ¿Habría que instalar algún tipo de protocolo en los moteles? Cabify ofrece ahora un botón de pánico. En el caso de Mara ¿hubiera servido ese botón de pánico en el auto? Tal vez en el cuarto del motel sí. Ha habido varios asesinatos de mujeres y de trabajadoras sexuales en moteles y hoteles, y sí es indispensable instalar botones de pánico en esos espacios. ¿Qué se puede hacer para que el horror no se repita? El tratamiento de la violencia contra las mujeres es muy complejo y simplificarlo es contraproducente. Así opina Elena Larrauri, profesora de derecho penal y criminología, autora de varios libros sobre teoría criminológica, sistemas punitivos y violencia contra las mujeres. En Criminología crítica y violencia de género Larrauri señala que es imprescindible definir bien los criterios para abordar un problema tan complejo, y plantea la inutilidad de centrar el tratamiento de esta violencia en la penalización. Ella está en contra de resolver los problemas sociales recurriendo sistemáticamente al derecho penal. Lamentablemente la exigencia ciudadana, y de muchas feministas, se orienta a exigir una elevación de penas, incluso algunas hablan de reinstalar la pena de muerte. El sector del feminismo al que pertenece Larrauri, y con el cual coincido, mira con profunda sospecha el aumento de las penas y reafirma la necesidad de buscar salidas sociales a la barbarie. En México, además de todos los desgarradores problemas que padecemos, se nos plantean desafíos cotidianos, como el de fortalecer la seguridad en los servicios públicos de transporte (combis, taxis, Uber, Cabify). Recordemos el trágico caso de Valentina, la niña de 11 años a la que su padre subió a una combi para que no se mojara y acabó violada y asesinada por el chofer. ¿Qué se necesita para que un chofer respete la vida de las mujeres y las niñas? ¿Es utópica la expectativa de que el gobierno obligue a las empresas de transporte público a establecer como requisito ineludible exámenes psicométricos y capacitaciones que aporten realmente a un marco de prevención? Hay que encontrar la manera de descartar a posibles delincuentes o psicópatas, pero no como se hace en la UNAM, donde se estableció una regla absurda: “No entra taxi sin pasaje”. Y la llamo absurda porque, primero, si es Uber o Cabify no lo detienen, y segundo, porque si fuera un taxi decidido a asaltar o violar , bien podría entrar con un cómplice y realizar su felonía aún más fácilmente que si fuera solo. No es impidiendo la entrada a todos los taxis sin pasaje como se evitan los horrores, sino con un riguroso y eficaz proceso de vigilancia. Y aunque hay que exigirle al gobierno y a las empresas más capacitación y control sobre sus choferes (además de que se les apliquen exámenes), es obvio que esas cuestiones son apenas un paliativo, una “curita” en el cáncer que nos aqueja como sociedad. Sin duda la proliferación de feminicidios es, en sí misma, un trágico indicador del significativo aumento de crueldades, violencias y asesinatos que hoy padecemos. Este proceso tiene que ver con condiciones sociohistóricas que incrementan dicha barbarie y que responden a la voracidad y crueldad de esta fase del capitalismo. A ese proceso en México se suma el hecho de que las impunidades de los funcionarios públicos alientan las impunidades privadas, que nuestras policías son ineficaces o están corrompidas, y que muchas personas fingen no ver lo que ocurre a su alrededor, como probablemente ocurrió en el motel. Aunque interpretemos la violencia feminicida como un componente del modelo socioeconómico actual, con su monstruoso panorama de aterradora violencia (con personas desaparecidas, secuestradas y asesinadas) hay que exigir más responsabilidades e instalar más medidas preventivas. Poco se habla de la responsabilidad del motel. Tal vez si el encargado hubiera detectado la extraña condición en la que llegó Mara o si ella hubiera podido pedir ayuda con un botón de pánico en el cuarto, probablemente todavía estaría entre nosotros. Por el recuerdo de Mara y para prevenir en lugar de lamentar, entre las cosas que habrá que afinar son los protocolos de seguridad en los moteles y hoteles. Este análisis se publicó el 24 de septiembre de 2017 en la edición 2134 de la revista Proceso.

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