Un altar y una misa para recordar a víctimas del 19-S en la Condesa

miércoles, 1 de noviembre de 2017 · 11:40
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Amigos, familiares y vecinos se reunieron en punto de las 7:00 de la noche del martes 31 de octubre en la esquina de Ámsterdam y Lerdo de la colonia Condesa para recordar a siete personas que les arrebató el sismo del 19 de septiembre, luego de que los cinco pisos de lo que fuera el edificio marcado con el número 1078 colapsara. Ahí, frente a un camellón amplio de la calle, ubicada a una cuadra del Parque México y también del Parque España, en la colonia Condesa, los amigos montaron una mesa de madera, sobre la tierra que todavía contenía los pedazos de escombros de los 21 departamentos y un local comercial. Querían despedir y celebrar a sus muertos, a sus amigos y a su familia antes de que cayera la noche del primer día en que, según lo señala la tradición mexicana, llegan los difuntos del otro mundo. Sobre la mesa formaron una cruz con los pétalos de media docena de cempasúchil. Colocaron veladoras, vasos de agua, cuatro macetas de flores amarillas. Y en la base, como para resaltar el efecto brillante de los pompones del cempasúchil y de Nube blanca, recargaron un marco con tres fotografías de una mujer: En una miraba de frente y sonreía a la cámara; en otra estaba cruzada de brazos con la mirada fija y sin sonreír. Y en la más grande, la que ocupaba toda la parte izquierda, se le veía de perfil, sonrisa en los labios y sosteniendo una pluma y un pedazo de papel. “Son las fotos de Lorna que vivía en el departamento 202 y que no alcanzó a salir”, comentó una asistente de tez blanca, toda vestida de negro, con un chaleco del mismo color en el que escondía su cabello lacio y castaño claro. Frete a las imágenes de Lorna, un grupo de tres mujeres de piel lechosa se abrazaba y esperaba el inicio de las palabras religiosas. “Son su familia”, dijo la misma mujer. A las 18:10 el padre Miguel Ángel, de la Parroquia de la Coronación de la Santa María de Guadalupe, llegó con el estandarte de la capilla que queda a tan sólo una cuadra del edifico colapsado. Todo vestido de negro saludó a los asistentes y enumeró las acciones del acto: “vamos a rezar un misterio doloso, después vamos a bendecir el lugar y a todos ustedes y luego continuaremos con nuestro recorrido”. Los más de 50 asistentes, todos conocidos entre sí y la mayoría vestida de luto, asintieron. Unos ya con los ojos llenos de lágrimas y otros listos con las cuentas del rosario y las veladoras en las manos. “Yo que soy muy chillona no he podido llorar, como que tengo toda la tristeza atorada en la espalda”, comentó una mujer sentada en la única silla de plástico que había en el lugar. Portaba una cazadora verde militar, bolsa negra de mano, pantalón de vestir negro, zapatos negros con hebilla dorada. También su tez blanca. Compañeras cercanas la identificaron como “Ceci”. Ella aseguraba que era dueña, no inquilina, del departamento que estaba pegado al edificio de la izquierda. La misa comenzó: “Padre, te pedimos por Lorna Martínez, Elizabeth Esguerra, Consuelo Pérez, Carmen Castillo, Sergio Castillo, la señora Mari y Gabriela Sáenz” A los tres minutos, una mujer de cabello blanco y vestida de negro se llevó la mano a la boca y rompió en llanto. Tanto, que pidió permiso para salir de las principales filas y se abrió paso para llegar a la acera opuesta, donde una mujer más joven la abrazó mientras ella lloraba desconsoladamente. Los Aves Marías avanzaron y las caras de los asistentes comenzaron a enjuagarse en lágrimas. Unos miraban fijos los rosarios que avanzaban cuenta por cuenta en cada oración. Otros tenían la mirada perdida en lo que quedó del edificio: la planta baja y encima los escombros. “Sí, el primer piso y la planta baja quedaron intactas, con un piso que se hubieran bajado las tres señoras que estaban en el dos se hubieran salvado. Un piso, un piso. Nadie sabía”, comentaron más tarde vecinas que tenían la mirada perdida en los restos de sus casas. A las 17:28, después de siete Aves Marías y un Padre Nuestro el sacerdote finalmente pronunció el esperado “descansen en paz”. Las familias se abrazaron y se estremecieron. El sacerdote tomó el contenedor dorado del agua bendita y comenzó a esparcirlo por los invitados a la misa, la iniciativa fue de la “señora Cristi”, la dueña de la estética a un lado del inmueble. “La hice para finalizar con este dolor, sobre todo porque eran mis clientes… también por el hijo de mi amiga, que está muy grave en el hospital”, argumentó Cristi. Una vez que el padre terminó de bendecir a los vecinos, cruzó la calle, extendió los brazos como un Cristo, lanzó rezos en voz baja y esparció agua bendita con violencia sobre las paredes del edificio. Una y otra vez regó con “agua bendita” los escombros. Cuando terminó, se despidió de los asistentes no sin antes recordarles que las “puertas de la casa del Señor estaban abiertas para quien quisiera ir”. Revivir el sismo A las 18:40, cuando el padre se retiró, las historias entre los vecinos comenzaron a brotar. “A mí me agarró caminando. Venía del dentista, cruzando el parque, ya ves que me estaban haciendo los estudios. Cuando el edificio se cayó corrí para acá” – dijo señalando el camellón. “Los árboles detuvieron gran parte del edificio, si no hubiera llegado hasta la banqueta. Imagínate, tuvieron que tumbar seis árboles, entre los que aplastaron los escombros y los que estorbaban para el rescate. ¡Ay, yo que tenía mis jardines preciosos! Siempre les decía a los policías que lo cuidaran y después tuvieron que quitarlo todo”, comentó una mujer unos 40 años, con maquillaje recargado, zapatillas y falda color hueso, blusa roja y un poncho a cuadros azul. En el que antes era su jardín aún se mantenían cinco pequeñas coronas de flores ya marchitas. Inmediatamente otra mujer de ojos verdes, piel muy blanca prosiguió: “¿Y los edificios colindantes los van a demoler o qué van a hacer? Pues según yo no están dañados, los hoyos que ves en esos dos edificios – señaló dos torres que colindaban con Ámsterdam 1078— los hicieron para que pudieran entrar. Sí, pidieron permiso los de la Sedena para que los topos y los rescatistas pudieran pasar”. Una de las mujeres que lloraba por Lorna, se acercó al grupo de vecinas y tomando del codo a una del grupo, le dijo que contara su historia. Según relató, vivía en el departamento 601. “Ella me acaba de visitar de Estados Unidos, se estaba quedando en el cuarto de visitas. Cuando empezó a temblar se echó al piso, a lado de la cama. Después del temblor una loza le cayó encima y por el triángulo de la vida se salvó, pero nadie lo imaginó, todos pensamos que estaba muerta. Yo estaba en Santa Fe, en el trabajo. Cuando oímos por la radio que nuestro edificio se había caído venimos para acá. No encontraba a Ashley. “El tráfico estaba horrible, nos estacionamos en Las Lomas y caminamos hasta Polanco y luego en bici. Llegamos y lo único a lo que veníamos era a esperar que encontraran su cuerpo. Estábamos sin teléfonos, ni nada. Ya en la noche me entró un mensaje de Facebook. Era una enfermera de la Doctores que me decía que estaba allá. Le cayó algo en la espalda, pero no se lastimó”, relató la mujer. Los relatos seguían, pero minutos antes de las 19:00 horas las primeras gotas de lluvia empezaron a caer. Los vecinos se despidieron. Un hombre con acento extranjero le dijo a Anastacio Chávez, el policía del edificio que alcanzó a salir, que no estuviera triste y le preguntó qué sería de su trabajo “Ya tengo, ahora estoy en Polanco”, respondió el policía. La familia de Lorna tomó su fotografía y quedó con el grupo de mujeres que continuaría la charla en el restaurante Rojo Bistrot de Ámsterdam 71. Sobre el camellón dejaron la ofrenda para sus muertos. Entre las macetas de cempasúchil la familia de Lorna dejó un papelito rosa. “A todos ustedes que perdieron la vida pero que nos dieron sentido a la nuestra y fuerza para seguir adelante”.

Comentarios